Comenzó a desplegarse el plan del Frente de Todos. Había dos situaciones que lo tenían en una suerte de paréntesis. Uno: el bichito que puso el mundo al revés. Dos: la renegociación de la deuda con los acreedores privados. La deuda que dejó Macri era  como pararse al pie del monte Everest y tratar de observar la cima nevada. Este escollo está más superado que el de la pandemia. Todos los trascendidos del Ministerio de Economía sostienen que el ministro zen Martín Guzmán logró una aceptación del canje superior al 90 por ciento. Se confirmaría el lunes.

Con el Covid no ocurre lo mismo. Aunque algunos datos indican que en el AMBA puede comenzar el descenso de la curva, la expansión en el resto del país hace que la situación se parezca a la de un barco que navega en medio de la tormenta. Cada tanto se ve un espacio de cielo entre las nubes y luego el viento lo vuelve a tapar. Hay resultados indiscutibles en el bajo índice de letalidad que tiene la Argentina, pero el balance final de la administración de la pandemia está abierto.

Con este escenario, el presidente Alberto Fernández comenzó a mover las fichas. Envió la Reforma Judicial, declaró servicio público Internet, el celular, la televisión paga. Y ahora se suma el impuesto sobre las grandes fortunas por única vez. Varias de estas medidas se pueden encontrar en países del capitalismo europeo, pero para la derecha local la cuestión es más simple. ¡Ahora sí es Venezuela al palo. Sólo falta que se reemplacen los sandwiches de miga por arepas!

Esta tríada de medidas terminó de configurar a los adversarios del presidente. Y profundizó la consolidación de lo que nació en Argentina en marzo de 2015, cuando la Convención Nacional del radicalismo votó su alianza con el PRO para las elecciones de ese año. Algunos dirigentes  que impulsaron ese acuerdo, y lograron la mayoría en el cónclave partidario, creían que era una mera especulación electoral por mayores cuotas de poder. Como diría la canción: la vida te da sorpresas. Terminaron sellando para siempre el destino de la UCR como el brazo territorial de lo que se dio a luz ese día: un partido conservador con base electoral. 

En España el partido conservador se llama Popular y en la Argentina Cambiemos. Son intentos de suavizar con los nombres la esencia conceptual de estas fuerzas políticas.

Cambiemos, mejor dicho, Conservemos, se ha opuesto a las tres iniciativas que marcaron el inicio del despligue de la visión del presidente .

En el caso de la Reforma Judicial, la rgumentación en contra fue tirar al voleo que es para garantizar impunidad. Sin embargo, ni siquiera el abogado Daniel Sabsay, que en algún momento parecía dispuesto a recurrir ante Naciones Unidas para que Cristina muestre su título de abogada recibida, pudo sostener con elementos sólidos esa teoría. .

El rechazó al congelamiento de las tarifas de Internet, TV paga y celulares tiene más dificultades argumentales. Ahora sostienen que la verdadera solución es la competencia. Son los mismos que torpedearon la Ley de Medios que estimulaba la competencia. En realidad no quieren competencia y tampoco regulación del Estado. Ninguna de las dos. Para Clarín, pieza central de Conservemos, se trata de tener un país a su servicio para que funcione de plataforma de lanzamiento para ir a competir con Slim (Claro) y Movistar a nivel regional. ¿Le sirve de algo eso a la sociedad argentina? Pareciera que no.

El presidente Alberto Fernández había planteado en la campaña electoral, y lo sigue diciendo desde que asumió, un modo distinto de metabolizar el conflicto político. Que no se plantee como un juego de matar o morir. La derecha había entendido mal: procesar las tensiones políticas sin plantearlas como disputas sin retorno no significaba renunciar a esas disputas.

Comenzaron y van a continuar.