El poder real ya no sabe cómo decirle a Mauricio Macri que decline su candidatura en favor de María Eugenia Vidal. Se lo piden en público medios y periodistas amigos, empresarios de distintos sectores, varios socios de Cambiemos y hasta los operadores financieros, uno de los pocos ganadores que dejó la desastrosa experiencia macrista.

Hasta la propia Vidal hace gestos cada vez más ostensibles de que aceptaría con gusto. El martes, por caso, se hizo alentar por la crema del empresariado nacional en un agasajo al que no tenía obligación de ir.

Como indica el protocolo, la gobernadora negó su candidatura presidencial, pero su sola presencia en el Hotel Alvear dio indicios en sentido contrario. Más simple: si Vidal de verdad no quiere ser candidata a presidente no iría a eventos donde saben que le pedirán su candidatura. Y menos exponer durante 50 minutos los supuestos «logros» de su gestión frente a un auditorio cuyos intereses exceden los confines del territorio bonaerense.

Este viernes, de hecho, tenía previsto viajar a Córdoba para respaldar la candidatura de Raúl Negri. Se bajó del avión a último momento, para no tensar más la cuerda con el presidente y su jefe de campaña, Marcos Peña, quienes ratificaron que irán por la reelección. Lógico: al Gobierno le quedan ocho meses de mandato, pero el plazo podría acortarse si el presidente abdicara en favor de Vidal. Si ya tiene dificultades para manejar la botonera del poder. ¿Cómo haría Macri para gobernar vacío de poder, y con la atención puesta en su sucesión? Imposible. El Plan V, está claro, debiera incluir retoques en el calendario electoral.

El establishment no ve de mal modo que se adelanten las elecciones. Las empresas argentinas llevan meses de pérdidas y temen que en los meses que le quedan a Macri la sangría será mayor. Pero no quieren que se hunda el barco que financiaron con plata negra -según se vio en el escándalo de los aportes truchos- y al cual aportaron cuadros directivos para todas las áreas de gestión.

«El problema no son las políticas de fondo, es el presidente», dicen, palabras más o menos, los grandes empresarios, para sacarse culpas por el fracaso y, al mismo tiempo, diferenciar a las políticas de su ejecutor.

Eso explica por qué el establishment -a través de su potente red de voceros económicos y mediáticos- apenas acusa a Macri de «mala praxis»: la intención es mantener el programa a flote, arrojando al presidente como lastre y ungiendo a Vidal. El Plan B de ese Plan V es Roberto Lavagna, pero sus exigencias papales -y su vuelo raso en las encuestas- lo mantienen en la banquina de la ruta que la gobernadora ya comenzó a recorrer.

El truco de cambiar de nombres para preservar las políticas es viejo, pero con dosis adecuadas de manipulación mediática todavía funciona. Que el electorado elija entre personas, y no entre distintos proyectos, es un modo eficaz de perpetuar el consenso capitalista con el voto mayoritario de sus víctimas.

Hay, sin embargo, una manera de salir de esa trampa: volver a despersonalizar la política. Salir de la polarización moral entre «buenos y malos» y confrontar proyectos. Plantear fuerte y al medio una versión retocada de aquella consigna que el publicista político Dick Morris le impuso a Bill Clinton: «¡Es el modelo, estúpidos!».