Un  periodista publica una investigación sobre corrupción que afecta al kirchnerismo. Está basada en los cuadernos que escribió un chofer de ex poderoso funcionario y en el que anotaba citas y cobros de sobornos que empresarios le pagaban al gobierno.

Antes de dar a conocer el caso, el periodista se pone de acuerdo con el fiscal Carlos Stornelli. Coordina con él la declaración del chofer y otros pasos judiciales.

El resultado es un alud de detenciones y procesamientos contra decenas de empresarios y exfuncionarios.

La investigación es cubierta exhaustivamente en diarios, televisión y radios de la prensa oficialista, la misma que era opositora al gobierno anterior. Y que tiene la posición dominante en el mercado de medios de Argentina, por lo tanto, impone la agenda pública. Es un megaescándalo.

El periodista, obvio, tiene información privilegiada del caso del que es parte. Revela declaraciones judiciales, anticipa medidas, tiene entrevistas exclusivas con el fiscal con el que organizó la causa. Gana muchos premios.

La investigación es desacreditada por la prensa opositora, la misma que era oficialista del gobierno anterior. Para minimizarla, la bautizan como “la causa de las fotocopias de los cuadernos”.

Meses más tarde, un periodista publica una investigación sobre una red de espionaje ilegal y de sobornos en la que está acusado el fiscal Stornelli. Un empresario denuncia que Marcelo D’Alessio, un falso abogado, lo extorsionó en nombre del fiscal para evitar involucrarlo en la causa de los cuadernos.

El periodista publica audios, videos y documentos judiciales. Hay muchas pruebas en la investigación que encabeza el juez Alejo Ramos Padilla.

Pero la denuncia es ignorada por la prensa oficialista, la misma que era opositora al gobierno anterior. Y que tiene la posición dominante en el mercado de medios de Argentina. No hay megaescándalo.

La investigación, en cambio, es cubierta exhaustivamente por la prensa opositora, la misma que era oficialista del gobierno anterior. La consideran mucho más importante, grave y sólida que la causa de “las fotocopias”. Les cuesta mucho imponer un tema en la agenda pública, por lo que se habla más del caso en las redes sociales que en el resto de los medios.

El periodista que denunció el espionaje ilegal sigue aportando información y pruebas. No ganará ningún premio.

La prensa oficialista comienza una campaña contra Ramos Padilla (“es kirchnerista”) y defiende a Stornelli.

La prensa opositora hace campaña contra Stornelli (“es macrista”) y defiende a Ramos Padilla.

En la segunda causa aparece, además, la sospecha de que un periodista espió a sus colegas.

A D’Alessio, quien mutó de fuente a amigo del periodista Daniel Santoro, le encuentran en su casa una carpeta titulada «Operación Fantino», en la que detalla posiciones políticas y otros datos sobre la vida privada y profesional del conductor Alejandro Fantino y la periodista Romina Manguel.

Los temores de espionaje que siempre acechan a los periodistas se comprueban.

En redes sociales y en varios medios dictan sentencia contra Santoro. Unos lo consideran miembro de una asociación ilícita de espionaje. Otros, víctima de una campaña “K”. Pocos exigen una investigación seria.

La prensa oficialista omite, esconde que D’Alessio publicaba en sus medios, era invitado recurrente a sus programas y colaboraba activamente con políticos oficialistas. “Es kirchnerista”, dicen. Hace años, le impusieron a esa palabra una connotación negativa. Si algo no les gusta o no les conviene, bueno, entonces “es kirchnerista”.

El juez de la causa comparece y aclara varias veces que ni Santoro ni otros periodistas mencionados en la causa son culpables (todavía) de nada; que incluso pudieron haber sido víctimas de una operación de espionaje ilegal al entrevistar a un exdirectivo de Pdvesa que dio entrevistas presionado por la asociación ilícita que se está investigando.

Si los periodistas no lo sabían, sólo estaban haciendo su trabajo, como hacemos todos.

Hasta ahora, las únicas víctimas comprobadas en esta historia son Manguel y Fantino.

Pero muchos se solidarizan públicamente sólo con Santoro.

Estos extremos, que descalifican como “opereta” una u otra investigación, según les convenga, son los más visibles, pero en el medio y en los costados hay periodistas que cubren la causa de los cuadernos y la causa por espionaje ilegal con equilibrio, sin esconder una o la otra, sin desacreditar una o la otra. Sin dejar de contar las anomalías, las irregularidades que hay en ambos casos.

Muchos periodistas entienden que si los empresarios pagaron sobornos durante el kirchnerismo, es grave.

Y si durante el gobierno macrista opera una red de espionaje ilegal, también.

Lástima que los procesos judiciales estén tan empañados y provoquen, con razón, con suficientes motivos, tanta desconfianza.

Seguimos.

Dicen que son operaciones. «