La progresiva comprensión de que no es posible prever el fin la pandemia y, por lo tanto, el cese del confinamiento a que nos condena el coronavirus, se abre paso sin pausa en sociedades descentradas por la ruptura de las rutinas del trabajo, el estudio, el ocio, el juego… la vida, en fin. La frase, tan pronunciada, “cuando pase la pandemia…”, como prólogo de los deseos que la reclusión ha dejado suspendidos, va perdiendo inminencia y certeza para adquirir un desolado signo de interrogación.

La versión tecnológica del panóptico foucaultiano ha capturado este devenir de las subjetividades a través de las técnicas de rastreo de los estados de ánimos, de las frustraciones, del temor y la cólera, con una penetración en las conciencias que nos despoja de toda intimidad.

Si el capitalismo industrial se apoderó de los cuerpos de los trabajadores en la fábrica y del deseo y el ocio de los consumidores en el tiempo libre, el capitalismo cognitivo explora ahora los confines de nuestras emociones para cuantificarlas, encuadrarlas en datos y proporcionalidades manipulables a través de las herramientas con que la revolución tecnológica ha dotado al lenguaje.

Aunque se trata de maquinarias del conocimiento y la comunicación que permiten usos más nobles, es lo que ha venido sucediendo en el mundo de la política con la aparición de ejércitos de trolls que difunden esa forma digital de la mentira que es son las fake news, que tanto le han servido a las derechas políticas para defenestrar a sus adversarios y para pulsar las pasiones más recónditas de los electores.

Más aún, la sinergia entre los medios tradicionales de comunicación masiva y las redes sociales ha ampliado desmesuradamente las posibilidades de influir en la voluntad de las personas, al punto de torcer decisiones individuales y colectivas.

A propósito de la pandemia y sus vicisitudes, en la disputa por la extensión y severidad de la cuarentena la prensa explota la contradicción objetiva entre la preservación de la salud colectiva y el funcionamiento a pleno de la economía. Así, se publican encuestas, algunas de escasísimo rigor técnico, que intentan cuantificar el cansancio o el sufrimiento de los entrevistados por las condiciones que impone el encierro.

Los medios audiovisuales martillan sobre este innegable malestar para exacerbar en sus públicos las emociones negativas causadas por el encierro.  Convergen ahí los designios compartidos por las derechas de la política y la economía.

La derecha política se propone corroer la mayoritaria adhesión que genera en la sociedad la gestión de la crisis por parte del presidente Alberto Fernández. El establishment económico-financiero abomina del confinamiento que recluye a los trabajadores de sus empresas. No están solos en esto, en todo el mundo los dueños de las fábricas, los bancos y las tierras no aceptan otro curso de la historia que no sea la continuidad, no importa a qué costo en términos de vidas, de la producción mundial de bienes y servicios en las misma y voraces condiciones que condujeron a la catástrofe presente.

Ese es el reclamo vehemente de las cámaras empresarias argentinas, que alegan las penosas condiciones, por cierto reales, en que se encuentran la industria y los servicios a causa de la política sanitaria que impone la pandemia.

El espejo en que la burguesía criolla se mira es el de países como Brasil y los Estados Unidos, cuyos respectivos presidentes privilegian la preservación de las cadenas de producción a cambio de cifras de mortalidad cada vez más atroces. El diario New York Time ha publicado en estos días que el gobierno de Donald Trump y los directivos de las principales plantas fabriles radicadas en México presionan agresivamente al gobierno del presidente Andrés López Obrador para que “permita que las fábricas que suministran productos a Estados Unidos permanezcan abiertas a pesar de la proliferación de brotes y las oleadas de muertes relacionadas con esas empresas.”

El embajador Christopher Landau, continúa el artículo, “advirtió que México debe responder a las necesidades de Estados Unidos en este momento, o corre el riesgo de que se pierdan los empleos que ofrecen estas fábricas.” O sea, el despido masivo. En contra, el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud del gobierno mexicano, Hugo López-Gatell Ramírez, respondió que “la autoridad sanitaria realizará la clausura y el ministerio público les investigará por el posible delito de daño a la salud que puede costar la vida”.

Entre nosotros, ese conflicto se reproduce a su manera. Por lo pronto, la puja entre el gobierno argentino y los acreedores de la deuda pública, ya en etapa de definiciones, trajo algunos hechos novedosos, como el apoyo de lo más granado del establishment económico-financiero local a la propuesta presentada por el gobierno, que se sumó así a un amplísimo respaldo nacional e internacional.

Pero las cámaras patronales de las finanzas, el comercio y la producción, expresaron su temor a que la Argentina no se avenga a los acreedores y se precipite al default, al tiempo que redoblaban las presiones para liberar la actividad económica.

Al igual que en otros asuntos relativos a la peligrosa coyuntura económica y sanitaria, en este alineamiento tienen una preminencia inocultable los intereses sectoriales: no solo se trata del acceso al financiamiento de las grandes empresas, que estaría vedado en caso de que haya cesación de pagos, y de la pérdida de valor que sufrirían las acciones de esas firmas en el mercado internacional, sino de que buena parte del establishment financiero local posee papeles de deuda y, por lo tanto, quieren cobrar con la menor quita nominal posible.

En ese grupo revistan los grandes diarios de negocios, en particular La Nación y Clarín, en cuyo paquete accionario participan fondos de inversión de igual calaña que los que pujan con el ministro Guzmán. Por eso proliferan en las páginas de La Nación las columnas de opinión de los CEO del mundo financiero que condenan unánimemente la oferta argentina por irrisoria y, en puntual coincidencia con la obsecuente ortodoxia nacional, aducen que el gobierno argentino no ha presentado un plan económico que convenza a los acreedores de que el país podrá cumplir el calendario de pagos.

Es la famosa sustentabilidad, equivalente a las condicionalidades contenidas en el artículo IV del estatuto del Fondo Monetario Internacional, que establece las metas para las naciones deudoras y la supervisión del fondo para que el país “cumpla sus obligaciones”. O sea, se imponen metas de superávit fiscal para pagar la deuda a costa de los trabajadores activos y pasivos, de la educación, la salud y la previsión social.

La escalada contra el distanciamiento social se articula en varios planos con otras formas de hostigamiento de las derechas que apuntan a desestabilizar la gestión en una situación compleja y cargada de riesgos vitales.

Si la pandemia es un fenómeno biopolítico, las campañas destinadas a combatirla sólo pueden desarrollarse mediante un conjunto de decisiones políticas que involucran a la totalidad de la gestión. Enfrente, los constantes pronunciamientos empresarios adversos a la prolongación del confinamiento, el disgusto por el control de precios, las protestas por las cargas impositivas y la magnitud del gasto público, son parte de la misma estrategia de guerra que la constante apelación mediática al miedo y la ira, nítidamente expuesto en esa formidable operación de manipulación de la opinión pública que desataron los grandes medios a propósito de la liberación de presos.

Hay hechos y gestos que, aunque carezcan de una común causalidad y sean tan estéticamente lejanos, conviven en este contexto tóxico de cacerolas y estridencias mediáticas. Por ejemplo, las imágenes de Paolo Rocca y su colección de obras de arte, su conocida afición a la ópera, a los despidos y a los subsidios estatales para The Techint Group, con las fantasías de una diputada bonaerense de Cambiemos, que imaginó patrullas de convictos liberados por el gobierno para apoderarse de bienes y fortuna de honestos ciudadanos.

Entretanto, las cacerolas callan cuando suenan los aplausos de reconocimiento y aliento a quienes sirven en la primera línea de combate a la peste.