«La historia es un campo de batalla, sumamente ideológico. El que gana la batalla por el pasado, también gana la batalla por el presente», explicaba Alejandro Finocchiaro, director general de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires, invitado a disertar en el Club del Progreso sobre la figura de Julio Argentino Roca, en octubre del año pasado, por los 112 años de la muerte del general que, antes de presidir dos veces el país, había «conquistado el desierto».

Presentado elogiosamente por el politólogo Rosendo Fraga, conspicuo miembro del Tribunal de Honor del club, Finocchiaro, desgranó su admiración por el «Zorro», dedicó unos minutos a ponderar la Ley 1420 –que estableció la enseñanza primaria gratuita, obligatoria y laica–, pero prefirió fundar su discurso en la crítica del «error metodológico que cometen algunos historiadores de la actualidad: juzgar acontecimientos y hombres del pasado con los valores y el contexto ideológico del siglo XXI. Esto sucede con Roca. Estamos cansados de escuchar las expresiones de algunos sectores políticos que dicen que hay que sacar la estatua que está en Bariloche, la que está en Diagonal Sur, que fue un genocida, que los indios, que la expedición al desierto… Es el ensañamiento de sectores muy marginales políticamente y de escaso vuelo intelectual». Enseguida, Finocchiaro explicó cómo «las correrías de los indios impedían avanzar en la geografía» y por qué los mismos que hoy le dicen genocida a Roca «también lo dirían de Genghis Kahn, valorando hechos del siglo XIII según la concepción actual de los Derechos Humanos».

Este es el hombre que eligió María Eugenia Vidal para negociar (o eventualmente no hacerlo en absoluto) con los maestros. Abogado, liberal, 49 años, magíster en Educación por la Universidad de San Andrés y doctor en Historia por la del Salvador, a Finocchiaro le gustan las metáforas bélicas. «Nosotros somos Israel y los docentes, Hezbolá», es la frase que le atribuyeron cuando era el subsecretario porteño de Políticas Educativas y Carrera Docente. De aceitados vínculos con el «monje negro» menemista Carlos Corach y amigo personal del ministro de Modernización Andrés Ibarra, Finocchiaro debió declarar en la causa por las escuchas ilegales por las que fue procesado –y luego gentilmente sobreseído– Mauricio Macri. Negó entonces haber recomendado la contratación del espía Ciro James, en cuyo currículum figuraba haber sido docente en la Universidad de La Matanza, donde Finocchiaro fue siete años decano de la Facultad de Derecho. Es, ahora y si el conflicto docente no lo pulveriza, la gran apuesta de Vidal en ese estratégico distrito donde Cambiemos está partido. Hay dos bloques –Juntos por La Matanza y UNA– y su unificación, ordenada por la gobernadora, no cuaja. Será difícil instalar la candidatura de Finocchiaro, y el camaleónico Miguel Saredi, su rival con mayor presencia en el territorio, ya se lanzó a hacer campaña por su cuenta.

Por el momento, el admirador de Roca continúa en su batalla contra los maestros, los indios de esta época. Apenas se turbó cuando en agosto se filtró su recibo de sueldo por más de $ 99 mil. Durante su gestión en la Ciudad ya había avanzado en la modificación de las juntas de calificación docente. En 2012 separó a seis maestras de la Escuela Nº 3 de Monte Castro por parodiar a Macri y Esteban Bullrich cerrando cursos. También durante su gestión fueron injustamente apartadas dos maestras del Jardín N° 2 de Flores, en un intento de ocultar la responsabilidad estatal en el caso de Agustín, asesinado a golpes por su padrastro. Hoy, Finocchiaro juzga, en relación a las protestas y paros docentes, que «lo que estamos viviendo es una salvajada». No dice según los valores de qué siglo. «