Los nueve años del papado de Jorge Mario Bergoglio se cumplieron hace un mes, el 13 de marzo. En 2023 cumplirá una década al frente de la Iglesia Católica. Sin embargo, en el último lustro, al jesuita oriundo del barrio porteño de Flores le sucede algo particular: su relación con el país que lo vio nacer es cada vez más distante y empeora por el tratamiento que le dedican los grandes medios masivos de comunicación. Quizás por eso, las conmemoraciones del cónclave que cambió su vida para siempre tienen una menguante relevancia en Argentina. La demostración práctica de ese proceso surgió esta semana, cuando el gobierno decidió difundir la respuesta que le mandó Francisco al presidente Alberto Fernández para agradecerle un texto de saludo. En el Ejecutivo interpretan el intercambio epistolar como un capítulo previo al encuentro que mantendrán ambos en Roma antes del comienzo del año electoral de 2023.

Como sucede con todas comunicaciones formales que ha firmado Bergoglio, la última misiva desató todo tipo de interpretaciones. Desde que se sentó en el trono de San Pedro, el Papa ha tenido intercambios epistolares con tres presidentes: hasta 2015 cultivó una estrategia de contención y cercanía durante el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner. A partir de 2016 no la mantuvo con Mauricio Macri y le dedicó una frialdad que se extendió durante sus cuatro años de mandato. Desde 2020, la relación con el actual jefe de Estado no ha perdido vigencia. El jesuita fue uno de los primeros en conocer las aspiraciones presidenciales del exjefe de Gabinete de Néstor Kirchner. Fernández viajó en 2018 a Roma para contárselo. Bergoglio le dio su bendición, siempre y cuando la búsqueda estuviera orientada a recuperar la unidad del peronismo, cuya fractura había posibilitado el ascenso de Cambiemos.

Las internas expuestas del Frente de Todos no han pasado inadvertidas para el sacerdote jesuita. Le preocupan, pero con una intensidad inversamente proporcional a los problemas y desafíos que marcan la agenda del Vaticano en medio de la guerra de Ucrania. El escenario europeo se avecina desolador y la situación actual le quita el aliento, pero no la iniciativa.

No todo gira en torno a la situación de Eurasia. Una de las puntas del ovillo sale de Argentina y de las mayores corporaciones de medios. “Hay un enojo muy grande por el tratamiento que le dan los medios al Papa. Sucedió antes, pero recrudeció con la guerra. Creemos que el periodismo se debe una autocrítica sobre la forma en que recortan sus frases y sostienen cosas que nunca dijo”, lamentó un integrante de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) ante las consultas de este medio.

La fuente se animó a responderlas, en la misma línea que distintos obispos que lanzaron su malestar desde Twitter, en una práctica inusual para la curia. “No es ignorancia. Tampoco ligereza. Es manipulación de la información”, escribió Sergio Buenanueva, obispo de la localidad cordobesa de San Francisco. La frase no fue al voleo. Estuvo orientada a criticar una nota del portal Infobae, propiedad del empresario Daniel Hadad.

Ariel Torrado, obispo de 9 de Julio, tuvo una reacción similar y exhortó a «los fieles a no dejarse engañar por cierta prensa tendenciosa». Según supo Tiempo, los dardos estuvieron dedicados a los matutinos a La Nación, propiedad del clan Mitre, y Clarín, de Héctor Magnetto.

La queja también se pudo escuchar esta semana en Sunchales, Santa Fe. En ese distrito la aseguradora Sancor inauguró un suntuoso espacio de diálogo interreligioso para creyentes del Corán, el judaísmo y el cristianismo. Estuvieron todos los pelajes del establishment político: el gobernador Omar Perotti, el rafaelino Ricardo Lorenzetti, que presidió la Corte hasta el año pasado, el exgobernador Juan Manuel Urtubey, el secretario de Culto, Guillermo Olivieri, el exministro y empresario Enrique Nosiglia, el titular de la UCR, Gerardo Morales, y el jefe de Gabinete, Juan Manzur. Los protagonistas fueron los representantes de los credos. Por el catolicismo estuvo el titular de la CEA, Oscar Ojea, que no ocultó sus críticas contra el “tratamiento sesgado” de medios como Clarín.

En ese contexto, la atención bergogliana hacia su terruño se disipa y ya nadie espera que visite el país. Dejó Buenos Aires a fines de febrero de 2013 y tanto en la Casa Rosada como en la curia creen que el Papa no regresará a su país. “No está más interesado en la Argentina y no vendrá más”, contestó una alta fuente diplomática.

En el Palacio San Martín todavía resuenan los comentarios que le hizo a un obispo cercano. “Tengo tantas preocupaciones, que siento que a mi país ya no le aporto mucho más”, lamentó Bergoglio.

Con ese ánimo le contestó a Fernández un día después del 24 de Marzo. Lo hizo diez días después de recibir el saludo presidencial. “Aprecio su amable gesto y confianza”, le escribió. “Pensando en las actuales dificultades que tantos hijos e hijas de la Nación Argentina tienen que enfrentar, imploro el auxilio de Nuestra Señora de Luján para que, intercediendo ante el Señor Jesús, les obtenga a usted y a sus colaboradores la asistencia del Espíritu de la verdad para trabajar por el bien común y procurar soluciones adecuadas a los problemas que afligen, de manera particular, a los más débiles y descartados”, fue la respuesta formal del pontífice.

A su manera, puso el foco en la situación social y elípticamente ofrendó un aventón discursivo para afrontar la aplicación del programa pactado con el Fondo Monetario Internacional. Cuando se cerró la negociación con el staff del FMI, Bergoglio concluyó dos años de discretas gestiones para reforzar la posición argentina con la titular del organismo, Kristalina Georgieva. Los resultados de todo ese despliegue rindieron sus frutos, pero habrían quedado entrampados entre las notorias diferencias internas del gobierno con respecto a la negociación que condujo el ministro de Economía, Martín Guzmán. A esa complejidad se sumó una dura ofensiva del establishment financiero contra la movida vaticana a favor de Argentina. Incluyó en 2021 una denuncia contra Georgieva con respecto a un presunto favoritismo con China cuando estuvo al frente del Banco Mundial. La situación fue mitigada con un respaldo del directorio del FMI, pero la amiga y cristiana devota de Bergoglio quedó notablemente desgastada.

Nada de eso pasó inadvertido para la retina papal. Aun así, los gestos vaticanos para reforzar la negociación no menguaron. No se sabe si la Santa Sede valora el resultado final de la renegociación con el staff o si calaron hondo los planteos públicos de la vicepresidenta contra Guzmán. CFK asegura que Guzmán le ocultó información. Lo acusa de haber ignorado, y sin avisar, los planteos del kirchnerismo de extender los plazos de un futuro acuerdo más allá de los diez años que permiten los estatutos del organismo. La idea de promover una reforma del organismo financiero siempre estuvieron dentro del radar papal, pero nunca formaron parte de los argumentos que Guzmán puso en juego.

Las sospechas sobre el comportamiento que tuvo el jefe del Palacio de Hacienda en la negociación con el Fondo no han vencido. Nadie cree que los movimientos zizagueantes de Guzmán hayan sido realizados a espaldas del presidente. La valoración papal recién se conocerá cuando Bergoglio abra nuevamente las puertas de su despacho para recibir al presidente. Si viaja a Roma con Guzmán, significará un guiño para su gestión, pero si Fernández no lo sube al vuelo duplicará las sospechas que ya pesan sobre la espalda del discípulo del premio nobel de Economía, Joseph Stiglitz.