El 22 mayo de 1978, cuando el papa italiano Pablo IV transitaba los últimos meses de su vida, el parlamento de su terruño aprobó la ley 194, que legalizó la interrupción del embarazo en los primeros 90 días de gestación. A comienzos de septiembre de 1996, el pontífice polaco Juan Pablo II le habló a sus compatriotas con furia cuando se enteró que el poder legislativo de su tierra natal había perfeccionado la legalización del aborto, que ya le había dado un primer dolor de cabeza en 1993, cuando fue sancionada la primera norma al respecto. «Una nación que mata a sus propios hijos es una nación sin futuro», bramó Carol Wojtila. Sus palabras consolidaron al núcleo duro de la estructura clerical, pero no impidieron la vigencia de la interrupción del embarazo, aunque la Iglesia y la derecha vernácula cada vez restringen su alcance.

Jorge Mario Bergoglio, el primer pontífice argentino de la Iglesia Católica, cumplirá este martes sus primeros cinco años de papado. La última vez que cruzó la Plaza de Mayo, fue a fines de febrero de 2013. Poco antes, el alemán Joseph Ratzinger había renunciado al papado y había echado a andar la maquinaria para elegir nuevo jefe de tropa del clero global. Antes de partir a Ezeiza, con boleto de Alitalia, se cortó el pelo en la tradicional peluquería del Pasaje Roverano de la Avenida de Mayo, y le aseguró a Juan, su peluquero de siempre, que volvería en unos días al frente del arzobispado porteño.


Han pasado cinco años de aquellas promesas de pronto regreso y al jefe de la Catedral Metropolitana lo conocen como Francisco, el papa del fin del mundo y el primer pontífice peronista de la historia. Si vuelve a Buenos Aires, lo hará como jefe del Estado Vaticano. Ya no podrá encontrarse con Juan (que guardó hasta los últimos días de su vida los recuerdos de esos cortes de pelo) y el centro porteño que caminaba a paso lento por puro gusto albergó hace una semana a más de medio millón de mujeres, que se concentraron por el 8M, y para reclamar que el Congreso sancione la legalización del aborto.

La escena política, aumentada por la decisión del presidente Mauricio Macri de avalar la iniciativa, escandalizó a parte del clero, pero no a Bergoglio, que ya sabe que podría experimentar en los próximos años el mismo cimbronazo cultural que vivieron Pablo VI y Juan Pablo II de parte de sus propios compatriotas.

Según pudo reconstruir este diario, Francisco sabe desde diciembre del año pasado que el debate del aborto era inminente dentro del Congreso. “Se lo advertimos nosotros y los miembros del Episcopado, para evitar suspicacias”, confió a Tiempo un funcionario de la Casa Rosada que interviene activamente en la inestable relación que administra el presidente Mauricio Macri con la Santa Sede, ocupada hace un lustro por un sacerdote oriundo del barrio de Flores que todavía recuerda la fría relación institucional que compartió con el actual mandatario cuando era alcalde de la Ciudad de Buenos Aires.

“El Gobierno no iba a poder frenar el debate por la debilidad de origen dentro del Congreso”, se lamentó otro escudero presidencial, que elogia la decisión de Macri de apoyar el debate dentro del Legislativo, pero confía que el Senado impedirá cualquier posibilidad de transformarlo en ley. El líder de Cambiemos prometió que no lo vetará en caso de ser sancionado, pero la apuesta más sincera del jefe del Estado, y de buena parte de su gabinete, es que la iniciativa no sea ley, al menos mientras Bergoglio esté sentado en el Trono de Pedro.

Si bien Macri blanqueó el tema durante su tercer discurso ante la Asamblea Legislativa, los jefes de la Mesa Ejecutiva de la Conferencia Episcopal fueron los primeros en ser notificados por el Gobierno. Si Bergoglio tiene una buena relación con algunos ministros, los prelados que conducen al clero argentino cuentan con una relación mucho más estrecha que habitualmente prefieren no mencionar.

El poroteo final sobre el tema del aborto en Argentina fue analizado en Roma durante las reuniones que mantuvo Francisco con la nueva jefatura del episcopado, encabezada por Oscar Ojea, Obispo de San Isidro, e integrada por Mario Poli, cardenal primado, arzobispo porteño y viejo amigo bergogliano, Marcelo Colombo, Obispo de La Rioja, y Carlos Malfa, Obispo de Chascomús y secretario General del organismo por segundo mandato.

La foto oficial de la reunión fue publicada el 3 de febrero pero Bergoglio mantuvo largas reuniones en los días previos para analizar los pasos a seguir. De esos encuentros surgió la posición pública del Episcopado cuando el Gobierno blanqueó su apoyo a los medios, de un modo que sí incomodó a Bergoglio y a sus escuderos. A pesar de las sospechas por los movimientos tácticos del Gobierno, la jefatura del clero pidió participar del debate, pero a su manera: “Deseamos escuchar, acompañar y comprender cada situación, procurando que todos los actores sociales seamos corresponsables en el cuidado de la vida, para que tanto el niño como la madre sean respetados sin caer en falsas opciones. El aborto nunca es una solución”, sostuvo la Iglesia en una declaración que, antes de ver la luz, fue anticipada a la Casa Rosada, como otra muestra de la estrecha relación que mantienen los ministros de Cambiemos con el episcopado.

En la declaración, la jefatura del clero confirmó que Francisco no tiene previsto visitar su país por ahora, a pesar de los intentos que hizo la Casa Rosada para que Macri tuviera una visita papal durante su primer mandato, una posibilidad que comenzó a disiparse en diciembre, cuando fue anoticiado de “la inevitabilidad” de la discusión sobre la interrupción del embarazo. Quizás por eso, los saludos presidenciales por el primer lustro de papado no contarán con ninguna mención a una posible visita.

Uno de los debates más aborrecidos por la Iglesia marcará el quinto aniversario de Bergoglio al frente de la Santa Sede. En su tierra, que no pisa hace cinco años, la sanción del aborto podría causarle un revés tan contundente como la sanción y veloz promulgación de la ley del matrimonio igualitario que Bergoglio afrontó durante la guerra fría que vivió con Néstor Kirchner y en medio de la elección papal por el sucesor de Juan Pablo II en 2005. Sin embargo, como si las cartas estuvieran marcadas de antemano, ni Macri ni Francisco esperan que el debate se transforme en ley. Una escena política que, un lustro atrás, ninguno de los dos protagonistas habría imaginado, aunque los gestos digan lo contrario frente una creciente movilización social que le vaticina al Vaticano la versión argentina de los mismos pesares ya vividos en Italia por un papa italiano, y en Polonia, por un pontífice polaco.