La silueta eufórica de Mauricio Macri, ya cruzado por la banda presidencial, al permitirse danzar el 10 de diciembre de 2015 un tema de Gilda en el balcón de la Casa Rosada, fue una gran escena de la Historia.

Es posible que en aquella coreografía palpitara una revancha. ¿Acaso el flamante mandatario haya pensado entonces en su padre?

En este punto habría que evocar un añejo episodio.

El Banco Extrader, fundado por el financista Marcos Gastaldi, colapsó bochornosamente en enero de 1995. Entre los perjudicados estaba don Franco Macri, quien en aquella ocasión perdió unos 10 millones de dólares. Los había depositado por consejo de Mauricio, amigote del polémico banquero.

Meses después, cuando fue elegido presidente de Boca, Franco lo llamó para expresarle sus congratulaciones. Pero con una ironía no exenta de recelo le soltó: «Eh, Mauricio, que esto no nos salga tan caro como lo de Gastaldi».

Nadie entonces imaginaba que ese tarambana de personalidad insípida se convertiría en presidente de la Nación. Y bajo la bandera de la denominada «nueva política». Algo que no estaba en los planes del papá. De modo que sus pasitos de baile eran también para él, quien nunca confió en las capacidades de su vástago. Pero aquella muestra de espontaneidad –nada menos que el primer acto de su gestión– deslumbró a un vasto sector del espíritu público, incluso a reputados comunicadores. Entre estos, a la conductora de TV, Pamela David.

Tanto es así que ella, en una emisión de su ciclo, Desayuno americano –emitido en noviembre de 2016–, aseveró con expresión extasiada:  «Quisiera revivir la foto del balcón de Mauricio con Juliana y toda su familia, blanca, hermosa, pura… con toda la mugre que tenía que sacar».

A continuación salió al aire el video del bailecito.

Casi cuatro años después, el empresario Daniel Vila –marido de Pamela y dueño del Grupo América– denunció desde su señal televisiva a Macri por extorsión. «Lo mandó a (Oscar) Aguad a meterme una denuncia penal», le dijo a su empleado, Alejandro Fantino, no sin destacar la injerencia del jefe de Estado en el Poder Judicial tras presionarlo para que devolviera una franja del espectro radioeléctrico «porque la tenía comprometida con Clarín«. Y afirmó tener los WathsApp que lo prueban.

Profusas informaciones difundidas desde el momento de la denuncia (el 19 de septiembre) probaron la existencia real del «apriete» en cuestión. Pero a la vez pusieron en evidencia que la potestad de Vila sobre la frecuencia 4G (de la empresa estatal Arsat) no estaba firme, dado que aún no había abonado los 506 millones de dólares que supo ofertar. En consecuencia, se trataba de una puja entre dos sujetos que se atribuían la titularidad –sellada ilegalmente– de un bien del Estado. Una desavenencia cuasi mafiosa.

Pero lo notable es que esta coincidiera en el calendario con los elogios televisivos de la señora David hacia el presidente y su familia. Un conflicto de ambiciones amortiguado por el código de la omertá.

Lo cierto es que en manos del establishment abocado a la alternancia de los negocios sucios con una gestión de gobierno, dicho pacto de silencio suele tener una fecha de vencimiento algo sorpresiva para sus hacedores. Entonces, hasta las amas de casa terminan por enterarse de sus entretelones a través de la pantalla chica.

A esta altura cabe una reflexión.

En su origen, por ejemplo, la Cosa Nostra fue una sociedad secreta que se constituyó en la Sicilia del siglo XIX, luego de la Unificación Italiana, para así contrarrestar –mediante actividades comerciales reñidas con las leyes– su postergación económica frente a la bonanza industrial que beneficiaba al norte del flamante país. Con motivos similares, muchos otros sindicatos delictivos surgieron a partir de aquellos años dentro y fuera de sus fronteras. Se trataba, claro, de organizaciones autárquicas; es decir, enfrentadas al Estado.

No obstante, bajo la actual etapa del capitalismo financiero, la pulsión de las grandes compañías por adueñarse del timón de los países para articular maniobras ilegales en aras de sus intereses es directamente proporcional al ansia de las mafias por el blanqueo de sus quehaceres.

Este asunto fue magistralmente tratado por Francis Ford Coppola en la tercera parte de su saga El Padrino (The Godfather Part III, 1990). Una trama que transcurre en 1979, inspirada en ciertos hechos reales, como el escándalo del Banco Ambrosiano y la muerte del financista Roberto Calvi. En ese marco Michel Corleone intenta legitimar sus negocios a través de una compañía líder en bienes raíces. Y siente espanto ante las mañas criminales de sus directivos. «¡Estamos de vuelta con los Borgia!», exclama con indignación.

¿El arte imita a la vida o la vida al arte? Porque la catástrofe electoral del 11 de agosto dejó al descubierto algunos hilos del poder y los lazos ocultos que subyacían entre los verdaderos jugadores de la alianza Cambiemos.

¿Acaso no es hora de preguntarse quién es Mauricio Macri?

Lo cierto es que la debacle del régimen también ha minado su capacidad de propaganda. Así quedó a la intemperie. Y dicha fatalidad apunta hacia una segunda pregunta: ¿acaso Macri es en realidad un actor que interpretó el rol de estadista por cuenta de terceros? La respuesta flota en la atmósfera. «