Gabriel Vommaro es sociólogo, investigador y además un estudioso del macrismo. Durante mucho tiempo su libro Mundo PRO fue la única referencia sobre el partido que gobernaba la Ciudad y buscaba traspasar la General Paz. La llegada de esa «nueva» fuerza política a la Casa Rosada derivó en una ampliación de aquellas investigaciones en el formato de un nuevo libro: La larga marcha de Cambiemos. La construcción silenciosa de un proyecto de poder.

–¿Qué observó en el discurso y presentación del lunes del presidente en el CCK? ¿Marcó un punto de inflexión para la gestión? 

–Una de las cosas más interesantes que aparecieron con claridad en esa puesta en escena tienen que ver con que es raro ver al presidente, a la fuerza de gobierno enumerar sus ideas de políticas públicas. Es una de las pocas veces que escuchamos un programa de gobierno que no son tres o cuatro frases. Esa presentación lo que nos hace ver es para dónde va la cosa más claramente. Lo que pasó hasta ahora fue el desmonte del modelo anterior, de ciertos recursos del Estado a los productores del agro, pero no había una idea de proponer un proyecto integral.

–¿Esta enunciación de un plan de gobierno más formal puede poner en crisis al modelo de comunicación que el macrismo estableció con sus electores?

–Creo que el espaldarazo electoral le permitió al gobierno evaluar que es posible ser una especie de apuesta. Cuando uno dice frases más generales -como aquella de «unir a los argentinos»- puede ser juzgado de un modo más impreciso. Pero frente a los planteos más consistentes, hay un compromiso, un riesgo. Y ese es el punto principal que el gobierno entendió como una oportunidad: poner el proyecto por delante de la gobernabilidad. Hasta ahora postergó el proyecto para construir consensos.

–El kirchnerismo siempre sorprendió con la agenda y Macri parecía tomar un camino similar. ¿No se arriesga ahora a que le pasen factura?

–Cuando uno hace una apuesta más precisa después puede haber facturas frente a lo que se hace mal. Hay una tensión entre hacer un gran acuerdo sectorial y hacer acuerdos sector por sector. El kirchnerismo tuvo la misma disyuntiva. En 2007 Cristina Kirchner asumió con un discurso global: «ya pasamos la crisis y ahora construyamos las bases». Lo que pasa es que a los pocos meses estalló el conflicto del campo y eso cambió rápidamente las coordenadas políticas. Esa opción está siempre y es un riesgo muy grande que se toma. Por ahora lo que escuchamos son reticencia y prudencia.

–En su libro menciona que el PRO reclutó políticos de larga data, pero se presentó como el partido de aquellos que nunca habían hecho política. Generan la sensación de «lo nuevo», ¿cómo hacen para transmitir esa idea de novedad después de diez años de gobernar la Ciudad?

–El PRO es un partido bastante particular. Nosotros hicimos una encuesta sobre los cuadros del partido. En lugar de que la vida interna del partido sea controlada por los dirigentes más experimentados como hacen los partidos tradicionales y poner las figuras nuevas en las listas, el PRO hace algo diferente. El control del partido está en manos de los nuevos políticos. Es una coalición entre empresarios, los CEO, gente que proviene de las ONG y a ellos se suman algunos políticos de larga data. Sobre todo de centro derecha. Esa estrategia de invisibilización de los rasgos más tradicionales de la vieja política no es sólo una impostura, sino que el partido está controlado por nuevos políticos. El partido cambió de nombre muchas veces y eso ayuda a renovar su marca.

–¿Cuándo se da el cambio más importante?

–Desde que, en 2005, Jaime Durán Barba entró a los equipos estratégicos de comunicación y de diseño de la presentación pública del partido, definió inteligentemente el modo de crecer en electorados que iban más allá del centro derecha clásico o de la alianza menemista que forjó en la Ciudad. Fue a la búsqueda de los electores más despolitizados y alejados de la política. A esos electores se les empezó a hablar con un lenguaje poco político en el sentido tradicional. La cuestión de la autoayuda, del voluntariado, de la empatía y las emociones también construye una identidad de recién llegados, de “gente como vos”.   

–¿Se trata de una fuerza que colecta más desde las formas? ¿Cuáles son sus ideas fundantes?

–El PRO en su momento y Cambiemos ahora tiene tres o cuatro ideas fuerza que organizan el programa político y económico. Es un programa que reconoce la centralidad del Estado pero que busca producir cambios de desregulación, de favorecimiento de los inversores privados. Por eso sus enemigos son los sindicatos, el gasto público y todos los leit motiv de los partidos de centro derecha. Otro tipo de idea fuerza tiene que ver con la ley y el orden, el orden en la calle. Al mismo tiempo, todo el tiempo traducen o diluyen estas cuestiones y las presentan a través de un lenguaje de las emociones y de la cercanía. Es un trabajo muy cuidadoso sobre las formas que es consecuente con el personal político que ellos tienen. Macri no es un orador político de los de antes. Para una persona como Macri está bien decir pocas frases y en un espacio más de clima festivo. Hay una adaptación del formato al tipo de cuadros que forman ese partido.   

–Muchos funcionarios del gobierno estuvieron procesados por actos de corrupción, incluso el Presidente estuvo condenado hasta que la Corte lo sobreseyó. Sin embargo de algún modo se reinventaron como paladines de la transparencia. ¿Cómo operó esa transformación?

–El PRO no tiene una raíz republicana en su tronco programático, le vino más por añadidura, en el ensamble de Cambiemos y con la figura de (Elisa) Carrió como fiscal de la República. El contexto de extrema polarización también alcanza a los temas de corrupción. Lo antimacristas están convencidos de que es un gobierno corrupto y los que están más cerca del gobierno hacen oídos sordos frente a cualquier acusación. «