Ricardo Lorenzetti fue desplazado de la presidencia de la Corte Suprema de Justicia después de un largo ejercicio del poder caracterizado por la impronta política y el manejo de los tiempos para sacar los fallos. “Lo caminaron”, dijo a Tiempo un vocero habitual del ahora ex presidente del máximo tribunal. Sin embargo, en el bando de los ganadores, encabezado por el nuevo presidente, Carlos Rozenkrantz, y el peronista Horacio Rosatti, hablan de un “fin de época” y pronostican un tribunal “de perfil bajo y con una característica esencialmente técnica”.

Rozenkrantz está excusado de intervenir en múltiples expedientes por su actividad en el pasado como abogado, que lo encuentra vinculado con poderosos grupos empresarios, entre ellos el holding Clarín. Su perfil es conservador; comparado con él, Lorenzetti –con apenas una pátina de progresismo- vendría a ser algo así como Camilo Cienfuegos.

Lorenzetti fue víctima de un golpe palaciego que él mismo contribuyó a crear. Su salida se venía discutiendo desde hacía meses y los tiempos se precipitaron porque en diciembre próximo (en tiempos judiciales, mañana) vencía su mandato. Manifestó su decisión de continuar, pero Rosatti y Rozenkrantz le dijeron “no”. El momento fue tenso; coronó un acuerdo de casi cuatro horas, el más largo que recuerde el tribunal en los últimos tiempos.

Lorenzetti salió del acuerdo desencajado. Y con la sensación de una traición iniciada hace mucho tiempo y concretada este martes, inesperadamente además. La elección del nuevo presidente de la Corte no estaba en la agenda de temas de la reunión semanal de este martes.

La Acordada que designó a Rozenkrantz parecía estar redactada desde antes. Firmaron formalmente Elena Highton de Nolasco, histórica vice de Lorenzetti, quien conservará el puesto de número dos. También lo hizo Rosatti y, para cuidar las formas ante la derrota inevitable, también Lorenzetti. Así, Rozenkrantz evitó votarse a sí mismo. Sólo Maqueda se mantuvo firme en su disidencia.

La mayoría que ungió a Rozenkrantz es la misma que suscribió el “fallo Muiña”, que concedió el beneficio del dos por uno a los represores. Aunque poco después la Corte, a instancias de Lorenzetti, corrigió los alcances de ese fallo, lo cierto es que hay otros expedientes en igual sentido pendientes de resolución.

“Hasta ahora los fallos salían por un sorbete; ahora saldrán por un tubo”, pronosticó un vocero del bando ganador.