“Los enemigos de mis enemigos son mis amigos”. Elisa Carrió echó mano de ese principio universal de la política cuando hizo abrazo, foto, beso y apoyo a José Gómez Centurión, el ex carapintada desplazado de la Aduana acusado por su propio gobierno de posible corrupción.

Carrió dijo que, en su encuentro con el funcionario suspendido, llegó a la conclusión de que se trata de “una persona honesta”, sin exhibir más pruebas que su propia intuición. Por cierto, las evidencias contra Gómez Centurión no son más sólidas que eso. Un par de audios editados y de origen incierto alcanzaron para que la ministra de seguridad Patricia Bullrich presentara la denuncia que derivó en la suspensión.

A Carrió le cae bien Gomez Centurión porque coincide con su biotipo de ladero ideal – formado, atlético, marcial, leal-, pero no es por eso que lo respalda. Carrió banca al soldado porque tienen un enemigo común: Silvia Majdalani, subjefa de la “nueva” Agencia Federal de Inteligencia (AFI) que recicló prácticas, políticas y hasta nombres de la vieja Side.

Gomez Centurión se refirió a esa estructura cuando dijo que “gente de inteligencia con influencia y negocios aduaneros” le habían hecho “una cama” para correrlo del cargo. Mencionó incluso que un flamante funcionario del organismo, el fiscal bajo eterna licencia Eduardo Miragaya, intentó interceder para que no se removiera a un jefe aduanero de Ezeiza. Y ligó ese incidente a su infortunio.

Carrió, por su parte, expresó de distintos modos su rechazo a Majdalani, y lo extendió a su jefe, el comerciante de futbolistas Gustavo Arribas, un amigo íntimo del presidente.

Pero la guerra santa de Carrió contra la cúpula de inteligencia va más allá de sus actuales ocupantes. La diputada considera que Majdalani y Arribas son peones de un entramado de poder que lleva años combinando negocios y política. “Te paraste en la ruta de la coordinadora radical” le dijo la diputada al soldado, a modo de resumen.

Como informó este diario hace tres semanas, Carrió decidió redoblar su disputa con Enrique Nosiglia, histórico operador radical con influencia decisiva en el submundo del espionaje.

La legisladora le manifestó varias veces a Macri su disgusto por la rentrée de Nosiglia a distintos estamentos estatales. Lo hizo en público y en privado. La última vez fue el fin de semana durante un almuerzo en Olivos, donde la legisladora intercedió por Gómez Centurión como tiro por elevación contra la AFI. Macri se comprometió a “hacer algo” para reponer pronto al funcionario suspendido, pero se hizo el distraído sobre la AFI. Por eso la diputada decidió doblar la apuesta: reinstaló su intención de desguazar la AFI en varios organismos de inteligencia estratégica y criminal, y volvió descargar artillería contra los espías por el infortunio de su nuevo pupilo.

“Fue una burda operación de inteligencia”, decretó la legisladora, y asoció el hecho a un entramado que «mezcla contrabando, efedrina, política y fútbol». Carrió plasmó sus sospechas en un escrito explosivo de 50 páginas donde le pone nombre y apellido a ese presunto entramado. A la manera de un tren fantasma, en su informe aparecen Nosiglia, el presidente de Boca y amigo del presidente Macri, Daniel Angelici, el ex director de Operaciones de la SIDE, Antonio Stiuso, y el líder camionero Hugo Moyano.

Carrió, fiel a su estilo, condimentó su avanzada con una provocación: dijo que iba a votar en favor de un proyecto que obliga a las aeronaves de Aerolíneas Argentinas a llevar una leyenda sobre Malvinas. El proyecto es impulsado por el FPV, y fue rechazado en público por el gobierno. En público, también, Carrió decidió librar estas batallas de su larga guerra contra la antigua coordinadora radical, otra vez reciclada en el poder formal.

El escrito de Carrió: