Finalizando el año 2017, una de las características «raras» de la política argentina es que un mes después de realizadas las elecciones legislativas nacionales, aún no estamos en condiciones de proyectar, con suficiente precisión, cómo será el Congreso que viene. 

Sabemos algunas cosas básicas, como que Cambiemos incrementará sus dos bancadas –sin llegar a la mayoría en Diputados, y alcanzando finalmente el tercio en Senadores– y que el peronismo menguado tenderá a la división. Pero aún no se han resuelto algunos detalles. En el marco de estas incertezas, el Senado decidió postergar el tratamiento del proyecto oficialista de reforma laboral, y algunos legisladores no han decidido dónde se ubicarán en 2018. Maniobras destinadas a ganar tiempo hasta que aclare.

En Diputados, Cambiemos hoy tiene una situación cómoda. Tras haber superado el 40% en las últimas elecciones nacionales, tendrá a partir del 10 de diciembre, un bloque de más de 100 bancas (108, de acuerdo a un cálculo provisional). A pocas de alcanzar el quórum. Esta comodidad, y el hecho de que tiene bastante de donde pescar –el archipiélago de los peronismos y los partidos de distrito– lo liberan de acuerdos más permanentes, como el que mantuvo con el Frente Renovador en 2016. El partido de Massa, quien se despide del Congreso el 10 de diciembre, no tiene senadores. Vuelve al llano, y se transforma en una isla más del archipiélago. Ahora, Monzó necesita una veintena de diputados para arrancar las sesiones y los puede obtener de varios lugares. Lo probable, como consecuencia de esto, es que Cambiemos termine manejando la mayoría de las comisiones: no necesita hacer favores.

En el Senado, en cambio, ni Cambiemos ni el bloque peronista tendrán el control. Cambiemos, por obvias razones aritméticas. Algunos ya tienen fantasías sobre el crecimiento del bloque en 2019. Mientras tanto, tiene dos años por delante.

Pero Pichetto tampoco será el jefe indiscutido de ese grupo numeroso de senadores afiliados al PJ. Su rol será el de un coordinador parcial. Hay cuatro perfiles de senador peronista. El primero es el de los senadores alineados con sus gobernadores; en este se cuentan muchos de los que formarán parte del «bloque de Pichetto». El segundo es el de los que provienen de provincias no gobernadas por el peronismo; allí también se cuentan algunos que tienen pretensiones gobernatoriales, como Omar Perotti en Santa Fe. El tercero es el de los senadores que no se deben a sus gobernadores, aun cuando vienen de provincias con mandatario peronista; este perfil está subestimado por el análisis político, que tiende a ver al Senado como un ejército de levantamanos sin bucear en las complejidades de la política provincial. Y hay un cuarto subgrupo, que es el de los cristinistas. En este último sector está, en principio, la propia Cristina. No sabemos aún cuántos más la seguirán.

Esta fragmentación del Senado peronista expresa, en buena medida, la ausencia de un liderazgo general del peronismo. Algo que sólo se resuelve, en la Argentina, desde el ejercicio del Poder Ejecutivo por parte del peronismo. Por varias razones, que suelen confluir en dos: plata y votos. Plata para gobernar –llevarse bien con la Casa Rosada suele ser una precondición para poder gobernar una provincia– y una lista nacional potente que arrastre votos en las elecciones locales. Dado que estar en la oposición no brinda esas cosas, el archipiélago peronista es lógico y esperable. El sistema funciona así.

Tal vez, Pichetto logre mantener adentro a la gran mayoría de los peronistas. Para eso, necesitará mantenerlos contentos, ya que de lo contrario se verán tentados a formar monobloques. Y ahí, el archipiélago estratégico antes descrito se volverá visible y formal. Un bloque partido en varios pedazos, imagen de época.

Pero más allá de la forma más o menos fragmentaria que adquiera este Senado peronista, lo cierto es que habrá mucha negociación. El pacto fiscal abrió un paraguas de gobernabilidad entre la Casa Rosada y los gobernadores, que tendrá un segundo capítulo en la reforma tributaria. Pero los gobernadores también tienen su agenda. El cogobierno no es automático, ni hegemónico. El opositor dialoguista se alquila, no se vende. En cualquier momento, si una de las partes se considera poco satisfecha puede volver a discutir. Algo parecido viene ocurriendo con el campo: el gobierno le dio mucho a este sector, pero su agenda de pedidos no se acaba. Lo vemos, ahora, con el caso del impuesto inmobiliario. Un tema menor, comparado con las retenciones. Pero los lobbies no cesan.

Es esperable, también, que un gobierno que se siente todopoderoso trate de imponerse sobre el archipiélago peronista. Algo de eso está ocurriendo con la Procuración vacante. Semanas atrás, todo indicaba que ese lugar podía ir para el Senado peronista, con la precandidatura de Rodolfo Urtubey. Pero en los últimos días, la cosa cambió hacia un perfil más judicial. Sabemos que Macri es ahora el centro del sistema, y que los gobernadores van a orbitar a su alrededor. Y también sabemos que ese sistema girará en forma de rosca. «