Ningún texto me ayudó más a entender algo de la justicia de los últimos tiempos que La República, de Platón. Saben que en sus textos siempre se discute algo, y en este en particular, Sócrates sube del puerto y en la puerta de la casa lo encara un chabón, un tal Polemarco, que y le dice: «Vení, entrá que estamos discutiendo qué es la justicia». En aquella época era algo común dedicar el tiempo libre al debate de este tipo de cuestiones. Piensen que no había televisión.

Entonces Sócrates pregunta: «¿Qué están discutiendo acá?». «Qué es la justicia», le responden, en el Capítulo 1 de La República, un libro que tiene diez capítulos.

«¿Y qué piensan de la justicia?», pregunta Sócrates. Y ahí surgen seis definiciones muy distintas sobre la justicia. Polemarco, el dueño de casa, dice: «Justo es hacer el bien a los amigos y el mal a los enemigos». Sócrates se pone de la cabeza y va refutando, una tras otra, todas las definiciones de justicia, hasta que el último, un tal Trasímaco, un sofista que es como un Durán Barba de la antigüedad, dice: «La justicia es el derecho que impone el poderoso». Y Sócrates flipa. Diría que los restantes nueve capítulos de La República son un intento desesperado por demostrar que, en realidad, Trasímaco acaba de definir qué es «la injusticia».

¿Qué es lo que nos importa acá en relación a la representación del sentido común que hay hoy en nuestra cultura?  Primero, como hace siempre la filosofía, ir a lo que parece que no es lo central, la diferencia entre derecho y justicia. Si este buen hombre dice que la justicia es el derecho que impone el poder, obvio que nos hace ruido la politización de la justicia, pero más ruido nos debería hacer que no es lo mismo la justicia y el derecho. Esa relación entre derecho y justicia es fundamental y, sin embargo, en nuestra cultura da todo igual. En la tradición que empieza en Walter Benjamin y que llega hasta Derrida, la diferencia entre derecho y justicia es todo.

Cuando Sócrates busca contraponerle a Trasímaco una definición distinta, lo que busca es creer que hay algo justo por naturaleza porque lo que necesita Sócrates es demostrar que existe la justicia en sí.

Siglos después, nosotros hoy podemos decir con Derrida: puede ser que exista la justicia en sí, pero es inaccesible, sólo podemos aspirar a la construcción de un sistema de derecho que aspire lo máximo posible a esa justicia en sí, pero guay, dice Derrida, que alguien te haga creer que su sistema de derecho alcanzó la justicia en sí, porque habrá hecho pasar su propia versión del derecho como si fuese la totalidad de la justicia. Derecho que logra homologarse con la justicia hace que ese sistema de derecho se vuelva totalitario, porque totaliza algo que es inabarcable. Como dice Emmanuel Levinas, la justicia siempre es del otro. El derecho siempre es deconstruible, la justicia es indeconstruible por eso se nos vuelve imposible. Pero no como algo a lo que no hay que aspirar, sino algo que marca como un faro, una búsqueda que siempre es inagotable.

Sócrates quiere demostrar que hay una justicia innata natural y dice: «Justo es aquel orden en el cual cada parte cumple con el rol para el cual existe y tiene sentido». Una persona es justa si las distintas partes de su alma cumplen con su rol y no quieren cumplir con el rol de la parte de al lado. Por ejemplo: mi cabeza tiene que pensar, mi pasión tiene que sentir, mi hambre tiene que tener hambre. Ahora, si pienso con la pasión soné.

Un alma es justa cuando cada parte cumple con su función, dice Sócrates. Pero ¿y en una polis? Una polis es como un alma grande. Y esa polis va a ser justa si cada una de las clases cumple con su rol. Si el comerciante hace negocio, si el gobernante gobierna… Y agrega: «Pobre polis aquella que sea gobernada por un comerciante, o sea un empresario». Gente, Platón anticipó el macrismo.

Y el argumento que da es tan simple: «Porque llevará su racionalidad comercial como racionalidad pública». Nadie dice que un empresario no puede ser gobernante, lo que no puede ser es gobernante en tanto empresario.

Otra representación de la justicia en relación al sentido común tiene que ver con la cuestión de la cuantificación de la justicia. Está muy instalada la idea de que hay que asociar la justicia a la reparación. O sea, me infringieron un mal, quiero justicia. ¿Qué es justicia?, que se repare el daño. Por ejemplo, me robaron un celular entonces quiero una reparación. ¿Cuál es la reparación? Que me paguen las 25 lucas que costaba el celular. Ok, pero justo con ese celular filmé un video en el cual mi hijo metió su único gol de su carrera. ¿Y cuánto cuesta el gol de tu hijo? Y no… es algo irreparable.

Pensémoslo con la dictadura, con lo que sea, y me hago esta pregunta: si la justicia la ponemos en el plano de la reparación, tenemos que dar por supuesto que la reparación se realice. Ahora pregunto: ¿no partimos de una idea según la cual toda reparación en el fondo se vuelve irreparable? Porque esa reparación nunca termina de alcanzar esa sensación redencional, de que hay algo que se pueda estar redimiendo. La justicia tiene que ver con algo redencional, no con algo cuantitativo, porque si la justicia la ponemos en términos económicos hay algo de la justicia que se pierde.

Vuelvo a la distinción entre derecho y justicia El derecho es finito, la justicia es infinita. Ustedes preguntarán entonces: ¿qué carajo es la justicia que la ponés tan afuera? Derrida contesta: hay que ponerla afuera para que nadie crea después que está traduciendo y se está apropiando de la verdadera naturaleza de la justicia. La justicia siempre nos tiene que desbordar.  Los sistemas de derecho tienen que estar reinventándose para estar lo más cerca de esa justicia imposible, porque si la justicia siempre es del otro, la democracia y el derecho nunca alcanzan.

Pobre democracia aquella que cree que ha alcanzado por ampliación todos los derechos posibles. El excluido siempre fue invisibilizado en su momento, entonces si decimos que no quedó nadie afuera es porque hay alguien afuera que no podemos visibilizar.

Un sistema de leyes que no sea deconstruible y que no se reinvente es la puerta de entrada al autoritarismo. Lo paradójico es que la ley puede tener fuerza para que surta efecto, pero a la vez tiene que verse en su debilidad. El poder de la ley está en la debilidad.

¿Cuál es la grieta de la justicia?: mano dura versus garantismo. Hay algo de la instalación de esa grieta que hay que deconstruir.

La meritocracia, por ejemplo, está directamente relacionada con la justicia pensándola en términos individuales. Y la cuestión del perdón, ese recorrido que hay entre el perdón y la justicia,  es una figura fundamental porque todavía somos efecto de la dictadura. Siguen apareciendo nietos y las Abuelas los siguen buscando. Piensen en los argumentos del indulto: tuvo que ver con perdonar «para lograr armonía y reconciliación». Derrida dice: no confundamos el perdón y la justicia, quiero tener justicia para poder perdonar. Ahí la justicia como sistema de derecho resuelve en función de los padecientes, de ese débil que sigue afuera.

Después uno decide si perdona o no. «