La Argentina dio esta semana otro paso hacia la supresión de voces. Al flagelo de los despidos, la precarización laboral y salarial que afecta a miles de periodistas profesionales, la crisis y cierre de medios, y la distribución arbitraria de pauta oficial, un grupo de diputados oficialistas y justicialistas avanzaron en la revocación de normas que favorecen el acceso de las pymes periodísticas a un insumo clave: el papel.

El expediente 7073 que obtuvo dictamen el miércoles 14 en la Comisión de Comercio propone derogar artículos claves de la Ley 26.736 de Papel Prensa. Con apenas dos artículos, la norma desmonta la regulación que protege el acceso de pequeños medios al papel. El favorecido, en este caso, es la monopólica Papel Prensa S.A., propiedad de los dos principales periódicos del país: Clarín y La Nación.

La apropiación de Papel Prensa, durante la dictadura, fue crucial para que ambos periódicos cimentaran su liderazgo. En especial Clarín, quien utilizó su posición dominante para convertirse en el principal multimedios de la Argentina y, ahora, en la mayor compañía de telecomunicaciones del país. El detalle: la expansión de ese oligopolio fue y es financiado por el Estado con pauta publicitaria y múltiples contratos de servicios. Todo en nombre de la República y la pluralidad democrática, claro.

Se equivocan quienes creen que esto es sólo un problema interno de medios y periodistas. Clarín y sus accionistas tienen intereses diversificados (agro, finanzas, servicios). ¿Qué les impide usar su voz monopólica en defensa de sus intereses corporativos? ¿Van a esperar a  que les toque para darse cuenta del riesgo? Como advierte el poema de Niemöller que le adjudican a Brecht: cuando eso ocurra, ya será tarde.

La comunidad periodística debiera expresarse fuerte en contra de las políticas predatorias de Clarín. No conviene esperar nada de los empresarios cartelizados de Adepa (un apéndice del multimedio), ni del periodismo pavo real y sus foros hedonistas. Pero sorprenden los trabajadores de prensa que convalidan en silencio (o incluso celebran) la supresión de voces en marcha.

También preocupa el desinterés de los periodistas millennials frente a proyectos como el que avanza en diputados. Quizá porque creen que el papel es «el pasado». Error: el papel mantiene más credibilidad que los medios electrónicos. Y eso es, precisamente, lo que buscan erradicar: la credibilidad de los medios de prensa son la última barrera contra las “fake news”, un virus que se esparce en los medios 3.0 a velocidad luz.