La identificación de una mujer de 61 años de edad como la presunta autora intelectual de los afiches que calificaron a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner como “asesina” trastocó todas las líneas de investigación que apuntaban desde un complot interno en el Frente de Todos a una línea que conducía directamente al ex jefe de Gabinete de Cambiemos, Marcos Peña.

Nilda Lilian Melhem vive en Recoleta y se manifestó ofuscada por la gestión de la pandemia, que se llevó la vida de su padre, de 93 años de edad. Más allá de cualquier condición de tilinguería, ¿justifica eso invertir medio millón de pesos para expresar un enojo personal con trascendencia masiva? Sumado a los honorarios del Estudio Cúneo Libarona, el supuesto enojo –que no apuntó a Alberto Fernández sino a su vice- le saldrá muy caro a Melhem.

Todo es raro en esta investigación. Tiene dos frentes judiciales abiertos al mismo tiempo: un fiscal penal y contravencional porteño y un juzgado nacional de instrucción. Investigan los mismos hechos, cada uno por su cuenta. Y ninguno le pide al otro que deje de hacerlo y le mande sus actuaciones. Dicho de otro modo, se está incumpliendo el principio judicial denominado “ne bis in idem”, que significa que nadie puede ser perseguido dos veces por el mismo delito. Acá no sólo se los persigue dos veces, sino que además es en simultáneo.

El imprentero, entre Peña y Albistur

El personaje clave de la historia, el imprentero Francisco Serrano, quien según las investigaciones dio la orden de imprimir los afiches, debía declarar el miércoles ante la fiscalía porteña, pero su defensa oficial pidió un plazo de 48 horas para interiorizarse de la investigación. En la causa paralela, el fiscal Leonel Gómez Barbella le pidió en dos oportunidades su detención al juez Manuel De Campos, quien no hizo lugar al planteo. Tampoco se secuestró su teléfono, un elemento central en la investigación porque otros testimonios indican que manejaba lo relativo a sus negocios vía WhatsApp. Allí puede haber mucha información, que probablemente se esté perdiendo en estos momentos.

El abogado Javier Raidán, quien representa al denunciante, Enrique “Pepe” Albistur, tiene información que indica que De Campos primero había ordenado la detención de Serrano pero luego la dejó sin efecto.
Los eslabones de la cadena que se conocían hasta el miércoles señalaban un camino que se aproximaba a Peña: Serrano; el dueño de la empresa Viagraphic, de Lanús, Julio César Franchino; el publicista Valentín Bueno, y luego los trabajadores que salieron a pegar los carteles.

Cuando esa línea empezaba a consolidarse, apareció la versión que involucraba a Albistur como el verdadero autor de los carteles, en el marco de la interna y las tensiones en el Frente de Todos. La declaración de Darío Méndez, uno de los que pegó los carteles, fue el ariete de esa avanzada. Dijo que Serrano trabajaba habitualmente con Albistur y que había una suerte de chimento en el micromundo de la cartelería sobre su supuesta autoría. Una presunción sin envergadura para llegar a imputación. ¿Un desvío en la atención o una jugada política para profundizar las diferencias en el oficialismo?

El chofer, la sexagenaria y el adolescente

El juez De Campos está convencido de que hay un trasfondo político del que –anunció a sus colaboradores- no va a participar. Sin embargo, algunas de sus actitudes son miradas con cierta perplejidad desde la periferia de la causa.

Ordenó la detención de Emanuel Isaías Montiel, un chofer de Uber identificado por las cámaras de seguridad como la persona que llevó el dinero para el pago de los afiches. Cuando la Policía Federal lo detuvo, espontáneamente indicó quién le había dado el dinero y lo probó ante los propios uniformados exhibiendo su teléfono celular con la comunicación con la mujer de 61 años. Montiel fue liberado sin siquiera haber sido indagado y entonces la pesquisa se dirigió hacia Melhen. Y hacia un joven de 17 años señalado como quien le entregó al chofer de Uber un paquete con el dinero en efectivo para pagar los afiches. Si bien en principio no aparece un vínculo entre el adolescente y la sexagenaria, ambos tienen a la misma defensa, Matías Cúneo Libarona.

Los investigadores no creen que la mujer haya diseñado los afiches, confeccionado el código QR que contenía y que dirigía a una página web, que haya pagado en efectivo y que sólo estuviera movida por el dolor de su padre muerto. Pero de lo que definitivamente están seguros es de que por su actividad (que parece más vinculada al coaching como el de Leonardo Cositorto pero en versión Zen), conociera el circuito de elaboración y logística de pegado de afiches en la ciudad de Buenos Aires. Ese también es un micromundo poco menos que inaccesible para un forastero.