Si la situación política y social actual remite por momentos a los hechos que culminaron con los trágicos sucesos de 2001 generando la impresión de un retroceso o de un regreso cíclico a los mismos puntos de partida, las declaraciones del cardenal Mario Poli referidas a la actitud del ministro de Cultura de la Ciudad Enrique Avogadro en la performance de la Feria de Arte Contemporáneo Argentino (FACA) parecen ir en el mismo sentido de regreso al pasado. 

Resulta imposible no relacionar el escándalo que desató la participación de Avogadro en la performance donde se comía una enorme torta con la forma del cuerpo de Cristo con lo que sucedió en 2004-2005 con la muestra retrospectiva de la obra de León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta. Aquella exposición desató una verdadera batalla campal en la que la Iglesia estuvo en primera fila pidiendo la censura de las obras que estaban expuestas. 

Según palabras de la reconocida experta en arte Andrea Giunta, esa exposición desató “uno de los mayores debates producidos en la historia del arte argentino, generado por la obra de uno de sus más extraordinarios artistas.” Tal fue el impacto, que Giunta compiló en un libro, El caso Ferrari, los artículos periodísticos, polémicas y declaraciones que suscitó la muestra. De esta forma el libro se transformó en una obra de consulta obligada para todo aquel que desee enterarse de cómo actuó y continúa actuando la censura en la Argentina. 

Entre los artículos que recogen el libro de Giunta, figura uno de Fabián Lebenglik aparecido en Página 12 en diciembre de 2004. En él dice Lebenglik: “La obra de Ferrari, en el plano de la ficción artística, muestra que la confesión religiosa y el tormento son la trama y el revés de trama de un mismo proceso histórico y cultural.” La observación de Lebenglik publicada 14 años atrás, resulta absolutamente actual, ya que la censura a la obra de Pool & Marianela en FACA tiene las mismas características. 

No se discute aquí la calidad artística de la obra en cuestión ni el módico intento “transgresivo-cool” de un ministro que forma parte de un gobierno conservador disfrazado de cambio novedoso. Lo que está en juego es el derecho de cualquier ciudadano a expresarse libremente en el arte y en el resto de las áreas de su vida. Tanto el jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta como Enrique Avogadro se vieron obligados a pedir disculpas a la Iglesia, lo que es una muestra del poder político que ciertos sectores de esa institución siguen detentando desde tiempos inmemoriales. 

Porque la censura religiosa, aunque se ejerza sobre quienes se meten con sus símbolos religiosos –el cuerpo de Cristo en este caso- es siempre una censura política. Recordemos que, en materia de censura, la Iglesia fue una institución pionera e inspiradora de muchos regímenes autoritarios que utilizaron sus métodos en defensa de sus propias doctrinas políticas. La quema de libros –y también de personas- que estaban en el index inquisitorial fue moneda corriente. Las listas negras son una reedición de ese índex en cualquier gobierno autoritario actual. Por su parte, Galileo debió abjurar de su teoría de que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol porque contradecía la teoría geocéntrica de la Iglesia, institución que se tomó sólo cuatro siglos en reconocer que estaba equivocada y pedirle disculpas. 

Las jerarquías eclesiásticas, además, llevan en sí el germen de los valores de la sociedad patriarcal. Aún hoy las mujeres de la Iglesia no dan misa ni confiesan. Durante la Edad Media la Iglesia discutió si las mujeres tenían alma. También las acusó de pactar con el diablo, dado que, a pesar de la sangre menstrual perdida mensualmente, no morían. Muchas fueron acusadas de brujas y quemadas en la hoguera. 

Hoy, en pleno siglo XXI, les cuestionan a las más pobres el derecho a decidir sobre sus propios cuerpos y a abortar en las mismas condiciones sanitarias en que lo hacen las que pueden pagarlo. Por su parte, el gobierno de la Ciudad coincide en las posiciones más retrógradas incumpliendo la Ley de Educación Sexual. Otro tanto podría decirse del gobierno nacional. Las obscenas declaraciones del diputado Olmedo que se manifiesta contra el matrimonio igualitario coinciden con las del propio presidente Macri quien considera que la homosexualidad es una enfermedad. En esta actitud es posible detectar la reverberación de las palabras de Monseñor Quarracino quien dijo alguna vez que “los homosexuales son una sucia mancha en el rostro de la Nación” y que la homosexualidad “es una desviación de la naturaleza humana”. 

Es cierto que los funcionarios del macrismo deberían asumir de una vez por todas las responsabilidades del cargo que ocupan y actuar en consecuencia, porque sus actos tienen una dimensión diferente de los del ciudadano común. De todos modos, la censura resulta inaceptable. Un jefe de Gobierno no debería verse en la situación de tener que condenar públicamente a un funcionario de su gobierno para no enemistarse con la Iglesia.