“Háganse cargo de algo, alguna vez…”
Marcos Peña Braun

Al calor de una sobremesa, donde a menudo se nutre la memoria, un amigo pregunta: «¿Conocen la historia de la Isla de los Muertos en Aysén, al sur de Chile?». El silencio confirma la ignorancia del resto.

Cuenta:
Se sitúa en la Patagonia insular, una selva fría acorralada entre la Cordillera, el Pacífico y los glaciares. Las lluvias superan los 3500 milímetros cúbicos al año. Un delta exuberante en la desembocadura del río Baker, cerca del asentamiento de Bajo Pisagua, a solo 6 kilómetros del actual poblado Caleta Tortel. Una vegetación frondosa. Hay de juncos, junquillos, saucos, coligües. Y hay cipreses.

De estoica madera de ciprés son las 33 cruces sin nombre que resistieron la inclemencia del clima y el manto de olvido que ocultó por casi medio siglo una de las mayores tragedias obreras de la historia de Chile hace más de 100 años.

Arrancó en septiembre de 1905.

La Compañía Explotadora del Baker contrató a 209 obreros en Chiloé para un trabajo temporal: seis meses lejos de sus hogares. La travesía se inició con los trabajadores embarcados en las bodegas del vapor Dalcahue, de la compañía naviera Menéndez Behety. El capataz era el inglés Williams Norris. Se instalaron en el Bajo Pisagua. Talaron árboles a hachazos. El objetivo fue abrir senderos en la selva sobre los terrenos que el gobierno chileno había cedido a la empresa, caminos que posibilitarían a estancias de Chubut exportar lanas y carnes desde la costa del Pacífico.

Tenían por delante seis meses de trabajo a destajo. Pero la mala alimentación comenzó a afectarlos. Hemorragias, mareos y cefaleas mantenían a los hacheros postrados en sus catres de madera gran parte del tiempo. El desaliento y el malestar físico vició los ánimos. La irritación desbordaba en peleas a cuchillos.

Para entonces, habían asumido que habían sido abandonados a la intemperie austral. Sobrellevaron días y noches en torno a fogones tibios en barracas precarias. Ningún barco les renovó provisiones, alimentos frescos ni medicación.
La muerte se llevó a siete en un amanecer gris. A otros 28, un mismo día. Los que aún mantenían una bocanada de fortaleza sepultaron a compañeros en cajones hechos con madera de ciprés. Los enterraron en una pequeña isla. A cada uno con su cruz. Tumbas anónimas.

Pasaron ocho meses. La cifra de muertos se estima en 60. El río Baker, con sus crecidas, socavó el cementerio. Devoró los cuerpos con sus cruces.
Recién en octubre un vapor rescató a los sobrevivientes. El origen de la peste que desató la muerte nunca fue esclarecido. Una versión indica que se intoxicaron porque los pesticidas que trasladaron en las bodegas del barco impregnaron los alimentos. Otra, apunta contra la Compañía Explotadora del Baker que los habría envenenado para no saldar los jornales adeudados. Nadie duda de que sufrieron abandono.

En 1945 el padre salesiano Alberto Agostini, y el explorador Aimé Félix Tschiffely, en simultáneo, contaron el hallazgo de las tumbas. El primero dijo que encontró 120. El segundo, 79. El antropólogo chileno Mauricio Osorio Pefaur, autor del libro La tragedia obrera de Bajo Pisagua. Río Baker, 1906. El origen del cementerio Isla de los muertos, Comuna de Tortel, Patagonia Occidental, editado en 2015, destaca que el periódico La Cruz del Sur de Ancud publicó el sábado 6 de octubre de 1906: «El jueves 4 arribó a nuestro puerto, el vapor ‘Araucanía’ (ex ‘Cambronne’) procedente de Punta Arenas. A petición de la Sociedad de Río Baker, recaló al puerto de este nombre, donde embarcó 149 operarios chilotes, únicos sobrevivientes de más de 200 personas que la compañía enganchó en Chiloé, para sus faenas. De los 149 que el vapor tomó, había 60 atacados de escorbuto y disentería a consecuencia del mal alimento que consistía en fréjoles, arroz, y agua de mala calidad. Momentos después de haberse efectuado el embarque murieron dos personas».

Osorio Pefaur señala que la tragedia se conoció entonces, pero se ocultó. Los grandes diarios de la época, entre ellos El Mercurio, la silenciaron. También apunta sobre dos responsables: la Compañía Explotadora del Baker y el estado de Chile que se desentendió del tema. Las palabras del ministro del Interior de aquellos años, Javier Figueroa, fueron elocuentes: «Caso trabajadores Baker es esencialmente privado sobre cuyo contenido nada puede hacer este ministerio».

Hoy la Isla de los Muertos es Patrimonio Histórico y un punto de atracción turística.

La Compañía Explotadora de Baker que abandonó por meses a más de 200 obreros tuvo entre sus accionistas al terrateniente Mauricio Braun, ilustre apellido del patriciado argentino que amasó fortunas y tierras en los confines de la Patria, a sable y fuego; sangrienta distribución de la riqueza para la que no dudó en sembrar la estepa con miles de muertos de pueblos originarios o en fusilar peones rurales como inmortalizó Osvaldo Bayer en La Patagonia Rebelde.

La tragedia de la Isla de los Muertos es solo otro suceso impreso en el linaje de la familia Braun, que nunca se hizo cargo de nada, menos aun de su propia historia. «