El presidente pretende que su gestión sea evaluada desde ahora, no desde diciembre pasado, cuando en realidad asumió. El curioso capricho, sin embargo, refuerza la evidencia de lo que quiere ocultar con el pedido: nueve meses de gestión PRO donde todos los índices socioeconómicos empeoraron y la pobreza se disparó como no había sucedido en los últimos 12 años y medio.

La ocurrencia de Macri –la ilusión de una suerte de autoindulto perverso con aval de los agredidos, vendría a ser–, desmiente, incluso, a aquellos macristas que experimentan algo parecido a la euforia por lo bien que le estaría yendo al país desde que ellos gobiernan. ¿Por qué, si no, el propio presidente habría de plantear que su administración comienza ahora, desconociendo nueve meses de medidas regresivas e impopulares?
El Indec publicó esta semana que uno de cada tres argentinos es pobre. El presidente avaló la cifra y aprovechó, como hace recurrentemente asesorado por sus equipos de marketing, para adjudicársela a la pesada herencia kirchnerista, ocultando qué porcentaje de esa pobreza fue generada desde su propia asunción. Algunos hablan de un tercio, otros la traducen en un millón y medio de personas, la mayoría sin embargo no desconoce lo que se percibe en los números y en la calle: hay más pobres en la Argentina desde que Macri es presidente. Esta es la pesada herencia macrista.
Según datos de la Encuesta Permanente de Hogares que produce el Indec, cuando Néstor Kirchner llegó a la presidencia en 2003 la pobreza alcanzaba al 54% de las familias argentinas y la indigencia trepaba por arriba el 15 por ciento. La aplicación de medidas económicas heterodoxas, es decir, alejadas de los manuales neoliberales y de las recetas habituales del FMI, redujo sustancialmente los índices. El kirchnerismo batalló contra la pobreza y fue exitoso en sus políticas, como no lo fue ningún otro gobierno desde el retorno de la democracia.

Tomando como referencia, incluso, fuentes abiertamente opositoras y objetables en cuanto a los mecanismos de medición, cuando Cristina Kirchner dejó la Casa Rosada, la pobreza rondaba los 20 puntos. No pudo erradicarla por completo, pero la bajó cerca de 34 puntos. Es una enormidad. Nada más cercano al ideal de camino a la “pobreza cero”, entonces, que lo que se hizo hasta diciembre de 2015.

Es interesante detenerse en el documento que el gobierno macrista entregó a los participantes del Foro de Inversión y Negocios de la Argentina (llamado también «Davosito»). Allí puede leerse que, en 2015, antes de la llegada del PRO al gobierno, el PBI argentino era “el segundo más alto en términos de poder adquisitivo per cápita de América Latina”, basados en datos de la Cepal y el FMI. En cuanto a los indicadores sociales y de desarrollo, en la web oficial del Foro, de acuerdo con datos de la ONU relevados hasta octubre de 2015, se publicó que el país “está por encima de todas las naciones de la región en el índice de Desarrollo Humano”, que mide tres dimensiones: acceso a la salud, a la educación y nivel de vida.

Cuando Mauricio Macri le atribuye el actual índice del 32% de pobreza a los gobiernos kirchneristas falta a la verdad. Aplicando políticas distintas a las que defiende su gobierno, las gestiones de las que abomina obtuvieron importantes logros en materia social reconocidos por los organismos internacionales y elevaron sustantivamente el poder adquisitivo del salario y la inclusión. Eso le dicen, al menos, a los inversores. Y debe ser en una de las pocas cosas en las que no manipulan ni mienten.

Para que se entienda, aunque la tribuna de Intratables se enoje: los gobiernos kirchneristas redujeron la pobreza y el macrismo en nueve meses la aumentó de manera pavorosa. Las políticas del kirchnerismo –paritarias, industrialismo, retenciones, asignaciones, rechazo a los monitoreos del FMI, estatización de las jubilaciones, subsidios de tarifas, el desendeudamiento, fortalecimiento del mercado interno– tendieron a mejorar y no a empeorar los niveles de ingreso de la sociedad.

Hoy ocurre lo contrario. Y los resultados, por supuesto, son inversos. ¿Qué pobreza se reduce aumentando el transporte, los servicios públicos, debilitando la demanda interna, duplicando la inflación, haciéndole perder poder adquisitivo al salario, enfriando la economía hasta hacerla entrar en recesión, poniendo en coma a las pymes que generan el 75% del empleo, aumentando la desocupación, duplicando la deuda externa? Ninguna. Es al revés: esto genera mayor pobreza. Por eso Macri quiere que se lo evalúe de acá en más. Porque lo que hizo merece un aplazo social y lo sabe.

La contribución de su gobierno al índice pavoroso anunciado es la noticia, no la anécdota. Lo que se advierte por ahora, si se enumeran las medidas que se tomaron en estos 300 días, es un plan oficial para empobrecer a cada vez más gente. Doblemente perverso cuando, por un lado, se admite el problema desde la tarima de una conferencia de prensa y, por el otro, no sólo no se lo revierte, sino que se lo profundiza.

Hablar de “pobreza cero” en el aire, andar por los canales de TV mostrándose afligidos por los índices, discutir un bono de fin de año con la CGT, habilitar partidas mínimas para comedores y movimientos sociales, como hacen ahora los funcionarios oficiales sensibles a lo Carolina Stanley, recuerda a las viejas damas de beneficencia que se ocupaban de los pobrecitos pero no hacían nada para erradicar las condiciones estructurales de injusticia que reproducían la pobreza.

Con un agravante, cada vez que pueden, esos mismos funcionarios, bajo la mirada bovina de sus entrevistadores, repiten que el problema argentino es el costo laboral, es decir: se quejan porque los salarios son demasiado altos y eso le quita competitividad a la economía. ¿Entonces quieren reducir la pobreza bajando salarios? Es contradictorio, como adelgazar comiendo muchas grasas o gritar en voz baja. La historia reciente demuestra que la pobreza bajó cuando se financió la demanda interna, precisamente, a través de mejores salarios, y mayores niveles de ocupación.

Nada de eso pasó en estos meses. Por eso la pobreza aumentó. Y lo va a seguir haciendo porque a lo sumo, para el año electoral que viene, el gobierno abrirá algunos grifos que atiendan demandas sociales muy urgentes desde una óptica filantrópica (la ministra de Desarrollo Social –persona ocupada en lo suyo, eso no está en cuestión– es la hija de un banquero) y desde la necesidad política por hacer pie en el Conurbano aprovechando la inacabada crisis autocrítica paralizante del peronismo. Pero no modificará el rumbo estratégico de su proyecto que es reproducir condiciones socioeconómicas estructurales que se dan en otros países de la región, donde los salarios son tres o cuatro veces más bajos y los millones de pobres son el ejército de reserva que garantiza que el precio del trabajo sea el que necesita el mercado, es decir, el más parecido a la nada. «