El macrismo dejó al país en una grave crisis social y económica, además de una deuda externa odiosa que alcanzó el equivalente a un 90% del PBI. Los vencimientos para los años por venir son alarmantes: según la consultora Ledesma, la Argentina debe 191.119 millones de dólares a pagar entre 2020 y 2023. Luego de la inédita experiencia del país regenteado por sus CEO, las consecuencias sociales no son menos dramáticas: existe un 40,8% de pobreza, según el Observatorio de la Deuda Social Argentina perteneciente a la Universidad Católica, mientras que el 8,9% de las personas vive en situación de indigencia. Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), la tasa de desempleo en el conjunto de los aglomerados urbanos superó los dos dígitos y alcanzó el 10,6% cuando Mauricio Macri dejó el poder. La juventud es la más afectada por la desocupación con una tasa que supera el 18% entre los varones y el 23% entre las mujeres. En ese universo, hay menos puestos de trabajo de asalariados registrados, más de no registrados y una mayor cantidad de cuentapropistas informales. Aumentó la desocupación y el empleo realmente existente es de menor calidad. La madre de todas las derrotas de la administración cambiemita, la inflación, concluyó en 2019 en el nivel más elevado desde aquel lejano 1991: 53,8%. Entre noviembre de 2015 y el mismo mes del año que acaba de concluir, el alza de precios acumulada rondó un incontenible 250%. El poder adquisitivo de los salarios cayó un 20% en promedio y el PBI se contrajo en al menos 4% en cuatro años.

La situación es de una gravedad inaudita, pero quizá no haya sido lo más nocivo de la pesada herencia de Cambiemos. Su principal legado es la vara muy baja, contrariamente al relato final que pretendieron instalar antes de partir. En el posmacrismo parecería que todo mal menor está legitimado por adelantado. «El concepto de mal menor es uno de los más relativos. Enfrentados a un peligro mayor que el que antes era mayor, hay siempre un mal que es todavía menor aunque sea mayor que el que antes era menor. Todo mal mayor se hace menor en relación con otro que es aun mayor, y así hasta el infinito. No se trata, pues, de otra cosa que de la forma que asume el proceso de adaptación a un movimiento regresivo», escribió el italiano Antonio Gramsci mientras estaba encerrado en las cárceles del mayor de todos los males: el fascismo. En la narrativa de la nueva administración y de sus más fervientes referentes políticos o intelectuales esto estuvo presente desde el principio. «Ojo que si ante cada objeción, la vara va a ser el gobierno de Macri, el resultado puede ser muy malo», alertó con buen tino el periodista Sebastián Lacunza desde su cuenta de Twitter.

Uno de los pliegues de la narrativa del macrismo acentuaba que los argentinos se habían acostumbrado a vivir «por encima de sus posibilidades». Ellos, con su gélida racionalidad empresarial habían llegado para poner las cosas en su lugar y tenían los puños cargados de verdades. Eran la vanguardia iluminada de una verdad insolente: el destino de las mayorías era la miseria; estábamos condenados al éxito de nuestra merecida pobreza. Pero una vez que fueron desalojados del poder, se intentó instalar un nuevo consenso: algunas demandas elementales son demasiado excesivas. Una recomposición salarial que recupere lo que se perdió bajo el plan de pillaje del macrismo; retrotraer las tarifas asesinas de los servicios públicos o lograr jubilaciones que permitan vivir o sobrevivir, mutaron de exigencias mínimas a programa máximo. De repente, lo que siempre fue un pliego de reclamos moderado se transforma en un programa radicalizado cuya sola enunciación es casi una irresponsabilidad. El terreno perdido frente a los poderosos se presenta como imposible de recuperar. Como en cada ciclo, el país desciende cien escalones y en el gran TEG de la lucha de clases el capital consolida posiciones estructurales que pierden las mayorías. Si ese consenso se asienta, será un triunfo moral del macrismo en medio de su derrota política. No sólo hay que luchar por cambiar la herencia, hay que cambiar la vara. Porque, parafraseando a Sartre, seremos lo que hagamos con lo que el macrismo ha hecho de nosotros. «