Creemos que sería un error pensar en la Reforma Universitaria de 1918 como un fenómeno exclusivamente referido a las modalidades de la enseñanza superior en la Argentina de principios del siglo pasado.

Cuando empezó el movimiento, hacía solo un año que se había producido la Revolución rusa, y en nuestro país había una incipiente clase obrera que veía como inminente la llegada de un mundo nuevo, igualitario, libre de las cadenas de la dominación burguesa. Todavía era muy reciente la masacre de trabajadores anarquistas y socialistas que conmemoraban el primero de mayo en Plaza Lorea. Faltaba muy poco para la formidable insurrección que se conoce con el nombre de Semana Trágica, y para la rebelión de los peones rurales en la Patagonia, reprimidas ambas a sangre y fuego.

La oligarquía que mandaba en el país desde 1880 se había visto obligada, en 1912, a conceder el voto secreto y obligatorio con el objeto de compartir el poder para no correr el riesgo de perderlo todo.

La universidad, sin embargo, era todavía uno de sus bastiones. Era el núcleo desde el que se permitía reproducir sin atenuantes la ideología que justificaba una sociedad jerárquica, un reducto ajeno a los movimientos populares y a toda voluntad de cambio. En la Universidad de Córdoba, además, se sumaba el dogmatismo religioso que impregnaba a la enseñanza de intolerancia y de prejuicios anacrónicos.

Fue precisamente allí que empezó la rebelión de los estudiantes. Pero ellos, que levantaban reivindicaciones específicas respecto del cogobierno estudiantil de las casas de estudio, de la elección de sus autoridades, de la libertad de cátedra, de la renovación de los planes de estudio, no se engañaban acerca del alcance de su causa. En el Manifiesto que lanzaron, redactado por un grupo de militantes antiimperialistas, y dirigido a «los hombres libres de América del Sur”, resonaba una frase: “Estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”.

Como para que no quedaran dudas, el movimiento recibió el apoyo de organizaciones obreras y de militantes y dirigentes socialistas como Alfredo Palacios, Juan B. Justo y Mario Bravo, y de otras expresiones del campo popular. A sus postulados adhirieron, además, estudiantes universitarios de otros países de América Latina.

Del Perú, que con Víctor Hugo Haya De La Torre incorporó el reconocimiento de los centros de estudiantes y el ingreso irrestricto a la Universidad. De Cuba, donde Juan Mella fue decisivo en la creación de las Universidades Populares, y estableció la Declaración de los Derechos y Deberes de los Estudiantes, según la cual el conocimiento adquirido en las universidades debía servir a las necesidades de la sociedad. Muchos años después, durante el Mayo Francés de 1968 se recordó y se saludó a estos antecesores revolucionarios

En nuestro país, un decreto del Presidente Juan Perón, suspendió en 1949 el cobro de aranceles en las universidades nacionales, y creó la Universidad Obrera Nacional, entre otras medidas que dieron paso a una segunda reforma.

En los fundamentos se alegaba que el auténtico progreso de un pueblo estriba en gran parte en el grado de cultura que alcance cada uno de los miembros que lo componen, y agregaba que para ello debía establecerse la enseñanza universitaria gratuita para todos los jóvenes que anhelaran instruirse para el bien del país.

Tales medidas impulsaron la inclusión de sectores antes marginados del sistema universitario, y permitieron considerar a la educación universitaria no como un privilegio, sino como un derecho social. Logró el Peronismo, de ese modo, avances que ni siquiera habían soñado los universitarios del ‘18.

Y hubo una tercera reforma, a partir del 2003, momento en el que se comenzó a reivindicar la educación superior desde el Estado, mediante el aumento exponencial del presupuesto universitario, de los salarios del sector, y de la creación universidades en numerosas localidades bonaerenses, en San Luis y en Tierra del Fuego. Hoy todas las provincias cuentan, por lo menos, con una casa de altos estudios, y una gran cantidad de los estudiantes de esas nuevas universidades son primera generación de universitarios en su familia.

Más allá de avances y retrocesos, el movimiento estudiantil que libró su primera batalla con aquella Reforma ya no dejó de ocupar un lugar en las luchas populares por la libertad y la igualdad en nuestro país. Bastaría con mencionar apenas al Cordobazo y a la resistencia que los jóvenes opusieron a las políticas neoliberales en épocas más recientes.

Hoy, cuando ellos marchan en las calles de todo el país al lado de los demás sectores populares para enfrentar al gobierno de los ricos y poderosos que encabeza Mauricio Macri, están honrando también el recuerdo de la lucha de hace casi un siglo.

**Leonardo Moyano, referente del Movimiento de Participación Estudiantil (MPE) y miembro fundador de Generación Patriótica