Entre varios males, el Gobierno de Mauricio Macri será recordado por ser el primero en culpar a la pesada herencia y a la futura gestión de su estrepitoso fracaso. Ganó las elecciones de 2015 por apenas dos puntos, pero su alianza con los medios concentrados, la corporación empresaria y el partido judicial les hizo creer que contaban con el respaldo para hacer todo lo contrario a lo prometido durante la campaña.

No vamos a hacer un listado de las promesas incumplidas, sino de la génesis de este modelo de hambre y miseria. Por primera vez en su historia, la derecha ganaba una elección con los votos, con el relato de un país mejor y sin grietas. Casi cuatro años después la Argentina parece haber pasado por una guerra, con la industria desguazada y un ejército de desocupados.

Antes y después de llegar a la Casa Rosada dejaron en claro de qué estaban hechos. Carlos Melconian, Alfonso Prat Gay, Eduardo Amadeo o Javier González Fraga fueron los voceros de la ideología Pro. Te acusaban de ser “la grasa militante”, de participar de una fiesta que tenías que pagar; te obligaban a elegir entre un aumento salarial o mantener el trabajo; te retaban porque con tu sueldo te comprabas un televisor, una moto o salías de vacaciones.

Arrancaron abriéndose pornográficamente al mundo, cuando todos los países comenzaron a cerrar fronteras. Publicitaron como un éxito el fin del cepo al dólar, provocando la primera devaluación y alimentando la inflación. Dolarizaron tarifas con salarios depreciados. Abrieron indiscriminadamente las importaciones destruyendo a Pymes, comercios y grandes firmas y hasta espantando a multinacionales. Se endeudaron y retomaron la bicicleta financiera que los terminó llevando al Fondo Monetario Internacional (FMI). Hoy, lamentablemente, estamos viendo las consecuencias de un plan que premió a los blanqueadores.

Al Presidente, tan afecto a emparentar la cruda realidad con los problemas meteorológicos, tendrá que aceptar que fue el creador de “la tormenta perfecta” que sepulta sus ambiciones de reelección.

Es indudable que Macri y los suyos vivieron en una burbuja creada por los medios afines y alimentada por la elección del 2017, donde también ganó por poco. Su lectura fue: “Si les sacamos derechos y nos siguen votando, es que vamos por el buen camino”. Algo parecido hicieron con los jubilados. Les metieron la mano en los bolsillos, robándoles más del 13% gracias a la reforma previsional (éxito del converso Miguel Angel Pichetto) y les aumentan o niegan los medicamentos. Sin embargo, se ha convertido en el núcleo duro de Cambiemos. De hecho, fueron la base de la “marcha por la república” que desconoce que el 70% rechaza este gobierno que es una fábrica de pobres.

Diferencias de fin de ciclo. Cristina Fernández de Kirchner se fue con una Plaza de Mayo colmada. Con manifestantes emocionados al borde de las lágrimas. Macri se va con los puños crispados y el gesto desencajado. Y nos deja llorando con la angustia de un país que retrocedió más de una década.