Faltan menos de dos meses para que el gobierno del  Frente de Todos ingrese en el último año de su gestión. Y  la percepción predominante en la población –incluidos los votantes del FdT– es la desazón. La visión que había inspirado a la mayoría de la gente en 2019 a respaldar al FdT era la de volver el tiempo atrás, retroceder a diciembre de 2015 y recuperar la calidad de vida que había en ese momento; en el que por supuesto había problemas. Pero comparado con los cuatro años de macrismo era un sitio para añorar, como el recuerdo de las vacaciones en el mar durante la infancia.

A diferencia de lo que ocurre ahora, en 2019 Mauricio Macri había prometido en la campaña que el estado de bienestar que había reconstruido el kirchnerismo era sólo un punto de partida. El piso mínimo al que podía aspirar la sociedad argentina. La inflación era alta, sí, en promedio 25% anual. Hoy parece una panacea. Es otra de esas lecciones que enseñan lo difícil que es evaluar una etapa cuando se la está transitando. El riesgo de la falta de perspectiva siempre está. «Que bien que estábamos cuando estábamos mal».     

Macri promete sangre, sudor y lágrimas. Winston Churchill también lo hizo en la antesala de la Segunda Guerra Mundial para luchar contra el fascismo. El expresidente lo hace para lo contrario: impulsa un proyecto con un fuerte componente antidemocrático. La derecha cree que se están produciendo condiciones similares a las del final del gobierno de Raúl Alfonsín. Supone que la inflación cercana el 100% abre la posibilidad para cualquier aventura. Es un contexto que empuja a la sociedad a un estado de angustia e incertidumbre como la de alguien que está cruzando el desierto hace meses y no ve el final del camino. La derecha cree que se pueden incluso proponer las fórmulas de la década de 1990, que tanto sufrimiento trajeron. Y que la población las puede volver a respaldar. ¿Tendrán razón?

El FdT tiene una falencia  de resultados. El desempleo bajó casi a la mitad de lo que había dejado Macri. La reactivación de la economía y la industria son indiscutibles. El dilema es que cuando el gobierno de Cambiemos terminó, la mayoría de la población consideraba que el principal problema de su vida cotidiana era el descontrol de los precios. Y eso no se resolvió, al contrario, se agravó. Entonces la desazón se expande como la pandemia. El peso del Covid-19 y la guerra en Ucrania explican en parte la situación, pero parece difícil que la mayoría de la sociedad ponga ese manto de comprensión.

Las diferencias internas le han quitado potencia al FdT. Le han sacado mística, ilusión. ¿Cómo puede hacer el peronismo para volver a ilusionar? El liderazgo de Cristina por sí mismo despierta esas emociones. El rechazo a su posible proscripción, que también es la de millones de argentinos que quieren votarla, puede transformarse en una bandera de cohesión. Son los efectos paradojales del autoritarismo. Sin embargo no está claro a qué apunta CFK. No es fácil ponerse en la piel de alguien que acaba de sufrir un intento de asesinato en la puerta de su casa.

Aunque se trate de una figura histórica, del liderazgo popular más importante de los últimos 50 años, es un ser humano. ¿Qué pasa si Cristina no quiere presentarse? ¿Es capaz el FdT de convocar a un sueño sin ella en la lista? Debería poder hacerlo. Solo los soñadores pueden invitar a soñar. Es hora de que levanten la voz. «