El presidente Alberto Fernández ha dicho en más de una oportunidad que el suyo es “el gobierno de la pandemia”. Esta afirmación lleva implícita una prognosis histórica: Alberto cree que su presidencia será vista, en el futuro, como el producto de una época de crisis sanitaria, y no como otra trama más de intereses económicos, pasiones políticas y demandas sociales. No sabemos, en rigor, como será la mirada desde el futuro; hay quienes creen que esta pandemia no es un momento finito, sino la inauguración de una era de virus en mutación permanente. De hecho, desde hace rato la ciencia ficción nos viene advirtiendo acerca de un porvenir con máscaras, cascos y trajes de aislación. El tiempo dirá.
En lo inmediato, lo que parece más claro es que las elecciones 2021 serán “las elecciones de la pandemia”. Recordemos que este año se renueva a nivel nacional media Cámara de Diputados y un tercio del Senado (en ocho provincias, incluyendo Córdoba y Santa Fe), y además habrá elecciones legislativas locales en más de la mitad de las provincias. En principio, la fatídica segunda ola de COVID está modificando los calendarios. Algunas provincias que tenían elecciones locales adelantadas las están corriendo, como el caso de Salta -que las movió al 4 de julio- y lo mismo sucedió a nivel nacional. La doble jornada de PASO y generales se trasladó un mes: de agosto y octubre, como estaba previsto, a septiembre y noviembre. El argumento central, en todos los casos, es para darle más tiempo al plan de vacunación. Algunos dicen que detrás de ello hay cierta intencionalidad política, porque estaría comprobado por las encuestas que quienes son vacunados quedan “agradecidos” con las autoridades, y por lo tanto tienen mayor disposición a votar al oficialismo. Cabe agregar que esta supuesta intencionalidad no tendría un solo color partidario, que los oficialismos locales de Juntos por el Cambio también estarían experimentando los mismos niveles de satisfacción del votante vacunado.
En todo caso, se trata de lecturas especulativas del proceso electoral que soslayan el hecho de que la gran mayoría de la dirigencia política está comprometida con la cruzada gubernamental y moral de salvar vidas, y que ello requiere aplicar la mayor cantidad de vacunas en el menor tiempo posible. De hecho, hay ya cierto consenso interpartidario sobre la necesidad de volver a mover la fecha de las elecciones, si fuera necesario, para que no conspiren contra el plan sanitario.
Volviendo al impacto del coronavirus sobre la política, las “elecciones de la pandemia” significan que habrá un tema dominante a la hora de votar. Por lo general, el ciudadano vota con muchos temas en la cabeza, y en Argentina las cuestiones socioeconómicas suelen ser gravitantes. Obviamente, la fuerte crisis económica que nos afecta estará sobrevolando. Una buena pregunta es si la pandemia condensará los temas de siempre o si los desplazará. Por ahora, todo indica que estamos en el primer caso. Al debatir sobre Covid y salud pública también estamos hablando de economía, del rol del Estado, de transparencia y de seguridad pública. Y en el medio de todo eso se “metió” un tema “nuevo”, que es la distinción entre desempeño e intención. Ponemos comillas a la palabra “nuevo”, porque esta distinción ya se viene repitiendo elección tras elección. Dado que la Argentina en las últimas décadas, con honrosas excepciones temporales, atraviesa problemas socioeconómicos graves en forma crónica, la comunicación política y los discursos de los dirigentes buscan diferenciar la inevitable realidad de sus buenas intenciones de mejorarla.
Esto va en contra de lo que dicen los libros de textos, según los cuáles los votantes premian o castigan en las urnas a los gobernantes según los resultados obtenidos. La experiencia argentina lo ratifica. La comunicación política de los noventa estaba muy volcada a los resultados: el ejemplo más claro fue la consigna “Menem lo hizo”. En los años del kirchnerismo también primaba la idea del desempeño y mostrar lo hecho (”la década ganada”), aunque, también se agregaba -tal vez, en un plano secundario- que había vocación e intención de hacer mejor las cosas. Pero fue en los años de Cambiemos que la cuestión de la intención pasó a un primer plano. La consigna de Macri fue “haciendo lo que hay que hacer”, una frase en la que el componente principal es el “hay que”. Es decir, la intención y el mandato. Los resultados son importantes, pero lo primero son los objetivos. Probablemente, porque no había mucho más que mostrar.
En las elecciones de la pandemia se viene un escenario parecido. El gobierno de Alberto Fernández mostró una gran decisión inicial de enfrentar el coronavirus. De hecho, se destacó a nivel regional por su compromiso, cuando la Argentina estaba rodeada de presidentes -sobre todo, en Brasil- que negaban abiertamente el problema. No obstante, más de un año después estamos pasando por la peor etapa, con números tremendos de contagios y muertes. La vacuna es la última esperanza y por más esfuerzos que se hagan, la inmunización colectiva viene más lento de lo que esperamos. En este marco, una de las fortalezas del presidente es la intención demostrada. En las encuestas puede verse que la sociedad está frustrada y también apabullada por la pandemia, pero una parte importante sigue creyendo que los gobiernos hacen todo lo posible para salir, y que son sinceros al respecto. Por todo eso, se viene una campaña pandémica donde las explicaciones van a ser tan importantes como los números, sino más. Los ciudadanos necesitan seguir creyendo en los que gobiernan y las palabras deben ser muy cuidadosamente pronunciadas. «