Sería muy difícil aceptar la vida en sociedad sin pensar que la verdad finalmente gana la batalla. Sin confiar parcialmente en la famosa frase del presidente estadounidense Abraham Lincoln: “Puedes engañar a todas las personas por un tiempo, y a algunas personas todo el tiempo, pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo”.

Puede afirmarse que en la Argentina del lawfare esa definición parcialmente se cumple. Hay millones de argentinos que nunca creyeron el bombardeo mediático y judicial que el establishment descargó sobre Cristina Fernández los últimos años. Sin embargo, eso no alcanza para sostener que triunfó la verdad, que debería ser casi unánime.

Los norteamericanos saben del uso de la mentira. Un ejemplo fue desplegado por el exsecretario de Estado Colin Powell, que murió de coronavirus durante la pandemia. Era una de esas figuras que los americanos usan para sostener que su sueño existe. Hijo de migrantes jamaiquinos, criado en Harlem, llegó a general del ejército más poderoso del mundo y luego al gabinete del gobierno de George W. Bush.

Corría el año 2003 y Powell estaba sentado frente a los senadores en el Capitolio. Defendía la invasión a Irak. Para remarcar que el líder iraquí, Saddam Hussein, tenía armas de destrucción masiva, mostró una foto con imágenes tomadas por satélite. Eran depósitos vistos desde el Espacio. ¿Se veía un arma? Claro que no, pero era la supuesta prueba. La invasión a Irak se hizo, se sabe, por otros objetivos. Murió alrededor de medio millón de personas y no se encontró una sola arma de destrucción masiva. A Colin, al igual que a Bush, no les pasó nada. ¿Triunfó la verdad? Se sabe que se mintió para justificar la invasión, pero de qué le sirve a los miles de iraquíes asesinados.

Si la guerra en Irak se apoyó en una mentira flagrante, ¿cómo no se va perseguir con el Poder Judicial a los líderes populares de América Latina basándose en mentiras?

Los medios dominantes que encabezan la persecución a CFK no difundieron su alegato de defensa, mientras que cuando habló el fiscal Diego Luciani montaron una cadena de varios días. Además, llegaron a la barbaridad de comparar el juicio por 51 obras en las rutas de Santa Cruz con el Juicio a las Juntas por crímenes de lesa humanidad, una forma subrepticia de defender la dictadura.

En Chile, luego de la dictadura de Augusto Pinochet, la derecha reivindicaba el gobierno autoritario. Esa posición fue girando hacia el centro hasta que logaron ganar las elecciones con Sebastián Piñera. Ahora apareció José Antonio Katz, que retomó la reivindicación al golpe contra Salvador Allende.

En la Argentina la derecha no se atreve a enaltecer la última dictadura. Es otro de los triunfos culturales de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Las únicas que han logrado en este país que gane la verdad. La derecha defiende la dictadura de modo tácito, con comparaciones como la del Juicio a las Juntas con el proceso contra CFK.

Siguiendo con la región. En Brasil el lawfare, por ahora, se resolvió a la brasileña, con un acuerdo de cúpulas. Ahora el juez Sergio Moro está acusado por el Superior Tribunal de prevaricato -o falta de imparcialidad -y Lula Da Silva a punto de ser presidente por tercera vez. Vueltas de la vida. Luciani debería mirar allí su posible futuro.

Argentina no es Brasil. No parece fácil que quienes están detrás del objetivo de eliminar políticamente -y quizás físicamente- a Cristina cambien de posición. Van a seguir en la misma senda. En Brasil la persecución a Lula se zanjó sin necesidad de una constante y multitudinaria movilización callejera. En el caso argentino, las rondas que empezaron las madres en 1977 alrededor de la Pirámide de Mayo muestran el camino para pelear por la verdad, la plaza, las calles.