El sábado pasado mantuvo una charla telefónica de casi dos horas con la jefa de la Coalición Cívica, Elisa Carrió. No fue un movimiento azaroso. El expresidente Mauricio Macri avala desde hace semanas las versiones que hablan de un próximo regreso a la escena política y de una inminente y activa intervención en los temas del PRO, el partido amarillo que financió desde sus inicios y que ahora está en manos de su exministra de Seguridad, Patricia Bullrich. En el entorno del exmandatario, reducido a un cerrado puñado de colaboradores y exministros, relativizan esas señales y retratan a un Macri encerrado en su quinta de Los Abrojos, rodeado por su esposa, Juliana Awada y su hija Antonia. Aclaran que recién transita el sexto mes desde su salida de la Casa Rosada y que los cuatro años previos son parecidos a una eternidad, aunque en tiempos de pandemia esa lectura queda restringida a un aparente y lejano pasado.

Desde la derrota que sufrió en octubre, el creador del PRO sabe que buena parte de su regreso a la política dependen de las posibilidades que tenga para montarse en el núcleo más duro de votantes de su partido. Además de una potencial inflexión determinante en todas las batallas: los errores del enemigo.

La opción por los duros se aleja de la vocación por las mayorías que buscó acuñar con sus acercamientos al peronismo disidente antes de 2015. Pero en tiempos de un nuevo gobierno del panperonismo, la conexión con su voto ultra también puede resultar un salvoconducto ante lo peor. Un contorno de esa oscuridad, por ahora muy coyuntural, aparece con los casos que investiga la justicia federal por presunto espionaje a periodistas, líderes opositores, y dirigentes de su propio partido y de las fuerzas que integran Juntos por el Cambio.

Espionaje: los malheridos entre la desilusión y la ruptura

Los caminos de los casos que instruye el juez federal de Lomas de Zamora, Federico Villena, podrían impactar en la cadena de mandos de lo que fue la administración PRO hasta 2015. Desde el ex titular de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), el escribano Gustavo Arribas, hasta Macri, su amigo personal y principal garante político para sacarlo de la representación de futbolistas internacionales y ponerlo al frente de un organismo de espionaje, que en los papeles sólo responde directamente al Presidente, como si fuera una policía política con gastos sin control.

Esa sombra, dicen cerca de Macri, es lejana en su vida cotidiana. «Todo eso se va caer como un piano y va a quedar demostrado en el futuro. No tiene implicancias penales», dice un exfuncionario. Casi sin matices con su reciente experiencia en el poder, la fuente consultada niega que todo eso haya ocurrido y confía en la inocencia de su jefe. Una lectura muy distinta a la que le adjudican el jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, su vicejefe, Diego Santilli, la exgobernadora María Eugenia Vidal, su exministro de Seguridad y actual titular del bloque de diputados del PRO, Cristian Ritondo, además de su antecesor Nicolás Massot, y su mentor, el ex titular de la Cámara baja, Emilio Monzó. La lista de malheridos, dicen en el gobierno porteño, es más larga y encierra una serie de tropelías que están tan orientadas a la vida personal de las víctimas como a sus posicionamientos políticos.

Los datos que cada espiado corrobora en el juzgado de Villena alimentan la desconfianza que cocinan en silencio sobre Macri.

Los desconfiados insisten que la serie de causas judiciales por espionaje, con el falso abogado Marcelo DAlessio a la cabeza, fueron el motor de la charla que mantuvieron Carrió y Macri. Otros lo consideran un disparate: «Porque de esas cosas no se habla por teléfono», pero ninguno descarta que ese tema sea una preocupación intima de la alianza opositora.

Unidos por las sospechas y el covid

Las implicancias y conexiones del caso son impensables por ahora. Incluso para los macristas que aparentemente fueron espiados en nombre de su jefe y ahora están inmersos en la gestión de la crisis por la pandemia. En las últimas horas, como una paradoja cotidiana de la política, algunas de esas víctimas tuvieron que hacerse un testeo urgente de covid-19: Larreta, Monzó, Vidal y el senador neoradical Martin Lousteau.

La exgobernadora dio positivo y los otros tres negativo, pero los cuatro estuvieron reunidos en la última semana dentro del entramado de dirigentes que analizan la real existencia y el ejercicio concreto del postmacrismo. De todos esos enroques, el único que desentonó fue la cita que Peña mantuvo este lunes con Larreta, que potenció todas las sospechas sobre las intrigas del PRO. Para una fuerza política que se construyó a partir del estudio obsesivo de las demandas sociales durante tres lustros, la cosecha del 41% en las últimas elecciones es una línea divisoria. Los cuatro que pasaron por el test urgente de covid aseguran que con eso no alcanza y se distancian del encerramiento del expresidente y su exmininistra en la zona de confort que tiene el PRO, pero en una foto del pasado que algunos ahora llaman de «prepandemia». Porque todo lo que vino después forma parte del comienzo de otra etapa política, que interpela la densidad o volatilidad de los significados previos.

Como expresión de esos contactos contagiosos (en términos epidemiológicos) y dialoguistas (en materia de las expresiones del macrismo), los trece diputados que responden al «monzoísmo», liderados por el diputado y exviceministro del Interior, Sebastián García De Luca, se metieron en la disputa por la expropiación de la agroexportadora Vicentin, que tiene una intervención provisoria del Estado por dos meses. Se opusieron a la estatización, pero plantearon una serie de medidas a favor de las cooperativas de productores, que podrá analizar el juez que tramita un concurso de acreedores por 1.350 millones de dólares. La movida, por ahora, no tiene impacto legislativo, pero el ala dura lo considera una maniobra para justificar una eventual presencia en el recinto y dar quórum a los planes del oficialismo.

De Vicentin a la polarización preferida

Los reivindicadores del macrismo puro y duro tienen más voces afuera del Congreso que entre los miembros del Senado y Diputados. Quizás por eso todo el debate sobre Vicentin es un pasaporte a su zona de confort y un terreno propicio para que el expresidente reanime la conversación pública con sus votantes más ortodoxos, pero con dudas sobre sus dividendos políticos y sin posibilidades concretas de generar un programa alternativo de la derecha para gobernar la crisis.

Dicen que Macri mantiene el aislamiento obligatorio, pero que habla con sus colaboradores más cercanos y con la mesa chica del despoder, integrada por el exjefe de Gabinete, Marcos Peña, el exministro de Transporte, Guillermo Dietrich y el exsecretario General de la Presidencia, Fernando De Andreis. En la Cámara baja sus  pares toman distancia de esas voluntades. Aseguran que, junto a Bullrich, son los más interesados en instalar el presunto regreso de Macri a la arena política, pero por conveniencia e instinto de autopreservación. Desde las oficinas que el heredero más famoso de Franco Macri alquiló en Olivos, donde comparte piso con su excompañero de fórmula, el actual auditor general de la Nación, Miguel Pichetto, relativizan esa posibilidad pero reconocen que hay un clima propicio para el regreso.

«Él está viendo que hay un avasallamiento institucional, intencional o no, como producto de la crisis sanitaria, pero es una excusa», define a Tiempo un colaborador del expresidente. «Suceden cosas raras: tenemos un poder legislativo que no fuciona, un poder judicial que está frenado y un Ejecutivo donde hay un Presidente que hace lo que puede, pero que no está sólo», advierte la fuente en nombre de Macri para aludir a la vicepresidenta, Cristina Fernández de kirchher. «El gobierno está con la expropiación de VicentIn, pero con las escuchas (sic) no hay argumentos serios. Todo es un ataque de venganza. La vicepresidenta nunca habló de la pandemia y nunca dio señales democráticas, pero ahora saca mensajes y videitos contra Mauricio», remarcó el hombre del PRO para alimentar la polarización que conoce desde muy joven. Aunque duda, susurra que esa tensión recrudecerá, apenas pase la pandemia.