Las imágenes más emblemáticas del espectáculo del lawfare recayeron sobre Amado Boudou. La foto en la que estaba en pijama, en el comedor de su departamento, mientras le leían el acta de arresto. Luego hay otra que aparece de inmediato en la memoria: lo bajaron de una camioneta. Estaba con chaleco antibalas, esposado, con un casco de acero. Parecía que se trasladaba a uno de los presos de la cárcel de Guantánamo. O que se trataba de personas peligrosas, al estilo del Chapo Guzmán, que puede ser asesinado por sus socios. Era parte de la puesta en escena para retratar a un gobierno como una asociación ilícita.

Los traslados de los exfuncionarios de CFK a las cárceles de máxima seguridad filmados en vivo pasaban a despertar la euforia sádica que inspiraban los juegos del Coliseo romano, cuando los espectadores pedían cada vez más sangre. Los juegos en el Coliseo empezaban por las mañanas con peleas entre animales. Seguían con  hombres que hacían cacería de animales y terminaban con el plato fuerte, que era la lucha entre gladiadores.

Una imagen metafórica. El expresidente Mauricio Macri en el palco del ala sur del Coliseo. Era el espacio reservado para el emperador y las autoridades romanas. Está sentado en el centro y rodeado por ministros, miembros de la Corte Suprema, el propio presidente del Máximo Tribunal, Carlos Rosenkrantz, las figuras centrales de la mesa judicial, tomando vino en copas de plata. El emperador se pone de pie, estira la mano y con su dedo pulgar levantado o apuntando hacia abajo decide, en este caso, quién va preso, quién tiene arresto domiciliario, quién podía quedar procesado pero en libertad.

¿Qué tenía de importante mirar durante 40 minutos una camioneta azul con las ventanas enrejadas que podía trasladar a Boudou, a Zaninni, a De Vido, a los empresarios que fueron detenidos? Nada. Ni siquiera era una persecución. No eran esos shows de los canales de noticias estadounidenses, en los que cinco patrulleros persiguen a un joven afroamericano en una cacería. El joven salta los cercos de madera de las casas, cruza los jardines tratando de huir, y finalmente es atrapado y en otras ocasiones directamente asesinado.

En este caso no había persecución. Los presos políticos del macrismo siempre aceptaron las decisiones judiciales, a pesar de que la ilegalidad de las detenciones era totalmente evidente. Entonces, si las imágenes no tenían tensión ni suspenso, si no había nada que fuera a resolverse de modo inminente, ¿para qué montar el show?

En parte era el odio transformado en espectáculo, una apuesta a despertar el sadismo de las personas, que disfruten viendo el sufrimiento ajeno. Y, por supuesto, humillar a los detenidos para darle una lección al conjunto de la dirigencia política sobre qué intereses es mejor no tocar.