«Es la primera vez que no quedó ningún asesino impune luego de la sentencia contra Bravo. Es la primera vez que sucede algo así desde la Masacre. Este año no sólo es importante por los cincuenta años, sino porque se terminó la impunidad, es la primera vez que sucede», reivindica Hernán Bonet. Lleva poco más de un día en Buenos Aires. Llegó de París, donde reside desde 1977 y está por viajar a Trelew para participar de las conmemoraciones que lo esperan. Es la cuarta vez que va. Recuerda que la primera fue cuando tenía cinco años para visitar a su papá y fue la última vez que lo vio. Ahora se viene su tercer viaje como adulto. Antes de hacerlo, junto con un grupo de familiares trasladados por la Fuerza Aérea, dialoga con Tiempo. Su padre, Rubén «El Indio» Bonet, militante del PRT – ERP, es uno de los 19 revolucionarios fusilados por efectivos de la Armada el 22 de agosto de 1972 en la Base Almirante Zar. Su madre, Alicia, fue la impulsora de la investigación judicial que reveló el ensañamiento y la crueldad de los crímenes políticos. Esta vez tuvo que quedarse en París mientras se recupera de un problema médico.

«Alicia está muy contenta de que yo esté presente y de que participe de todo esto. Que pueda dar la voz y representarla a ella. Para ella este es un momento muy importante. Ella es la que inició la querella en 1972 y es muy importante que la memoria siga viva. Ella me dice que es muy bueno sentir tanta gente que retoma esa memoria y se la apropia», cuenta Bonet y destaca la sentencia contra el exmarino Roberto Bravo en Estados Unidos, el país donde pudo ocultarse durante décadas. Luego de un paciente trabajo del CELS y del Center for Justice and Accountability (CJA) un tribunal civil de Miami lo consideró «responsable de crímenes ejecutados». Fue el veredicto de un jurado popular en la Corte del sur de Florida que obligó al acusado a pagar 24 millones de dólares. Consideró que Bravo fue el encargado de intentar la ejecución extrajudicial de Alberto Camps y de fusilar a Eduardo Capello, Ana María Villarreal de Santucho y a Rubén, el padre de Hernán. A Bravo todavía lo espera un segundo pedido de extradición a partir de las investigaciones penales que se tramitan en Buenos Aires. El primero fue rechazado en 2010.

«Nosotros cuando supimos que estaba en Estados Unidos nos sorprendimos. Nos pareció impresionante que el tipo se fuera a esconder allá y nos preguntamos por las conexiones que lo llevaron. Esto fue una posibilidad gracias al trabajo que hicieron los abogados del CELS y con los abogados que ayudaron allá. Nunca imaginé que a este tipo lo iban a juzgar y que lo iban a declarar culpable, aunque fuera civilmente. Parecía muy lejano y es algo extraordinario. Lo importante de esta lucha es la frase que más leo que desde que llegué de París: a donde vayan los iremos buscar». dice Bonet.

Entre quienes viajan a Trelew para las conmemoraciones también está Mario Santucho. Es hijo de Mario Roberto Santucho y Liliana Delfino. Los dos eran militantes del PRT – ERP y están desaparecidos. «Mi viejo fue protagonista de lo sucedido en Trelew. Fue uno de los que se fugó de la cárcel de Rawson. Y también mi mamá de alguna manera fue protagonista, porque su hermano Mario Delfino, que vendría a ser mi tío, fue uno de los fusilados aquel 22 de agosto de 1972, en la Base Naval de Almirante Zar. La primera compañera de mi papá, y madre de mis tres hermanas, Ana Maria Villarreal, Sayito, también fue detenida luego de la fuga y después fusilada», escribió Mario en un texto donde reflexiona sobre una serie de acontecimientos del siglo XX y de este milenio que están unidos por una feroz represión estatal.

Santucho opina que Trelew por un lado se vincula con el bombardeo a la Plaza de Mayo de 1955 y con los fusilamientos de José León Suárez en 1956. «Creo que ese bombardeo a la Plaza de Mayo o esos fusilamientos fueron para la resistencia peronista, algo similar a lo que la Masacre de Trelew significó para la juventud que a comienzos de los años ‘70 se estaba politizando». Considera que fue «un hecho de sangre que en cierto modo sella la identidad de un sujeto político, que en este caso sería el movimiento revolucionario de los setenta, una juventud que aún con distintas ideologías tenía un destino común, que ellos mismos llamaban socialismo». Esa analogía que traza Mario también conecta «con la Patagonia Trágica de 1922, e incluso con la Masacre de Avellaneda en junio de 2002».

En diálogo con Tiempo, Santucho construye su conclusión a partir de «una especie de saber que los diferentes movimientos populares, de distinto signo y de distintas épocas, tuvieron que asumir en un momento que se iban a enfrentar a un hecho dramático: que el Estado argentino y las fuerzas armadas, en función de la capacidad que han tenido las clases dominantes de poner al Estado a su servicio, no tienen reparo alguno en reprimir fuera de la legalidad y con total crueldad a cualquier intento que aparezca de poner en cuestión el status quo del sistema».

Esa crueldad estatal no es ajena para Mario y tampoco para Hernán. «A mi viejo lo fuimos a ver con mi hermana Mariana. Yo tenía cinco años. Él nos había construido un castillo de piedritas y nos mostró que tenía pegados en la pared los dibujitos que le habíamos mandado. Eso es lo que pude reconstruir y lo que recuerdo», relata Bonet. «Nosotros nos fugamos en el 77 de Argentina. Había pasado poco tiempo del golpe. Nos fugamos por Brasil, y Francia nos dio asilo. El mayor trabajo de conexión lo hizo mi madre Alicia en los peores momentos. Junto con el Colectivo por la Memoria allá hizo muchos actos con argentinos. Ella siempre hizo ese trabajo, lo hizo con otras personas, pero ella es la que me conecta. Yo me involucré a mi medida y mi conexión fue a través de ella. Fue muy importante para mí cuando declaré en 2012 desde la embajada argentina en Francia. Fue muy importante que declararan culpables a los asesinos por crímenes de lesa humanidad», reivindica Bonet en referencia a la sentencia del Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia que condenó a prisión perpetua a los exmarinos Luis Sosa, Emilio Del Real y Carlos Marandino. En ese momento Bravo zafó porque un año después de la masacre fue enviado a Estados Unidos como agregado naval de la embajada argentina en Washington. En 1979 pidió el retiro y luego accedió a la nacionalidad estadounidense.

Además del reclamo de Memoria, Verdad y Justicia por la masacre, también laten los ecos de la histórica fuga del penal de Rawson organizada por las organizaciones político militares PRT-ERP, FAR y Montoneros. «Este 50 aniversario me pega de una manera muy particular. Primero porque se cumple medio siglo y eso mueve mucho. Impacta la fuerza que tienen estas historias -dice Mario – Podría decirse que son historia antigua porque ha pasado medio siglo, y sin embargo sigue teniendo una gran vitalidad. Provoca una emoción y estado anímico que es muy importante cuando es una fuerza vital, cuando no es simplemente un acto de pesar», reflexiona Santucho y retoma la potencia que encierra esa fuga.

«Tiene mucha fuerza la idea de los héroes de Trelew. Que haya habido una fuga tan irreverente, tan disruptiva, en plena dictadura, en una cárcel de máxima seguridad como la de Rawson. Parecía imposible y sin embargo lo lograron con el ingenio y esa capacidad y arrojo de los militantes. Eran parte de esa juventud que era capaz de todo, de dar vuelta al mundo como una media», explica Mario.

«Esa fuerza y esa potencia sobrevive y se siente cuando uno participa de estas actividades. No deja de impresionar e impactar cómo se convierte en una fuerza transhistórica, que atraviesa las épocas y emerge cuando más se las necesita. Creo que estamos en un momento particular y muy complejo en la Argentina en donde estamos atravesando una crisis civilizatoria de niveles muy fuertes», contextualiza Santucho y se sumerge en la actualidad. «El principal dilema que tenemos hoy -analiza- y la principal deuda o carencia, es que no aparece con fuerza esa imaginación alternativa, esa posibilidad de un futuro deseable o esa imagen de una felicidad plena. Más bien esas cosas parecen imposibles, fuera del campo de lo posible, ni siquiera a nivel de utopía. Por eso es muy importante recuperar lo que significaban esos militantes y esa fuga en un momento como hoy. Eran los albores de una generación que fue la que más cerca estuvo de hacer la revolución. Volver a hablar del tema de la revolución, en un momento como este, por un lado parece anacrónico y por otro lado es un elemento de primera necesidad». «