Una nueva audiencia virtual del juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de detención Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús tuvo entre sus testimonios el de Miguel Hernán Santucho, sobrino de Mario Roberto Santucho, líder del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). “Es muy importante este proceso de juzgamiento y condena de los responsables, quiero que sus condenas queden firmes antes que los responsables de nuestros padecimientos mueran y tengan la impunidad biológica que estamos tratando de evitar”, dijo durante sus palabras en el juicio unificado por delitos cometidos durante la última dictadura militar. Luego relató la búsqueda por hallar a su hermano o hermana nacida en cautiverio en 1977

El encuentro que se repite todos los martes tuvo también la declaración de Clara Fund, hermana de Juan Carlos Fund y María Marta Coley, hija de Manuel Coley Robles.

Santucho (hijo de Cristina Navajas y de Julio César de Jesús Santucho, hermano de Mario Roberto Santucho, líder del Ejército Revolucionario del Pueblo) declaró habló del secuestro de su madre, el 13 de julio de 1976 junto a su cuñada Manuela Santucho y Alicia D’Ambra-, cuando estaba embarazada de dos meses de un bebé que dio a luz en cautiverio entre enero y febrero de 1977.

Aquel día, las fuerzas represivas irrumpieron en el departamento porteño en el que estaban las tres mujeres, a quienes se llevaron cautivas, mientras dejaban allí a los dos hijos de Cristina: Camilo, de 3 años y Miguel, de apenas 9 meses.

“Es la primera vez que declaro en un juicio como testigo” dijo. “Mi mamá era la mayor de dos hermanos y de una familia porteña, de clase media en ascenso del barrio de Caballito. Estudió en la Universidad Católica Argentina (UCA) la carrera de Sociología, no llegó a recibirse porque tuvo que dejar por la militancia. Allí conoce a mi padre (Julio Santucho), el menor de 10 hermanos, y se vincula al PRT-ERP”, relató sobre su madre que militaba en las escuelas, haciendo trabajo social.

A Cristina, que estaba embarazada de dos meses, la secuestaron en la casa de su cuñada, Manuela. Junto a ellas se llevaron también a Alicia Raquel D’Ambra. “Se llevan a las tres mujeres y nos dejan a los tres bebés”, comentó Santucho. Fue su abuela Nélida Gómez Navaja quien los fue a buscar de esa casa.

Santucho contó que pudo reconstruir el camino de su madre tras el secuestro. El primer centro de detención en el que estuvo fue Automotores Orletti: “Estuvieron ahí poco menos de un mes y fueron momentos muy duros. Que fuera parte de la familia Santucho las ponía en lugar de pesadas y merecedoras de un trato especial en las torturas y tormentos”, explicó Miguel. “El 19 de julio el día que mi tío (Mario Roberto Agustín Santucho) es abatido en un enfrentamiento en Villa Martelli, en el centro clandestino realizaron un festejo macabro: juntaron a los detenidos, los bajaron al patio, ataron a mi tío Carlos a un arnés de los que sirven para levantar los motores y lo sumergen en un tanque lleno de agua frente a la mirada de todos los que estaban… y la obligan a mi tía Manuela a leer el diario donde estaba la noticia del abatimiento”.

A mediados de agosto, las tres fueron trasladadas a Proto Banco. “Pudimos reconstruir la crudeza de la tortura, no eran necesariamente interrogatorios para sacar información. Eran todos los días sometidas a tormentos”, lamentó. Santucho contó que se encuentran ahí hasta diciembre de 1976, cuando son trasladadas al Pozo de Banfield. Allí Cristina llega con un estado de embarazo avanzado y permanecen hasta abril del 77. La fecha de nacimiento de mi hermana o hermano debió de ser enero o febrero de 1977”, detalló.

“Es muy importante este proceso de juzgamiento y condena de los responsables, quiero que sus condenas queden firmes antes que los responsables de nuestros padecimientos mueran y tengan la impunidad biológica que estamos tratando de evitar”, dijo Santucho. “Es injusto que los responsables de estos crímenes accedan a beneficios o a la libertad condicionada”, además de “inaceptable, hasta que no aporten lo que saben no merecen acceder a ningún beneficio. Ellos (en alusión a los 17 represores) tienen las respuestas que estamos buscando, tengan en cuenta eso”, reclamó.

La abuela que inició la búsqueda

Santucho explicó que su abuela, ni bien se enteró de lo que pasaba, comenzó el arduo camino de la búsqueda de su hija y de su bebé. “Se incorporó a Abuelas (de Plaza de Mayo) y se murió buscando”, precisó Miguel ante el TOF 1 de La Plata.

Miguel vivió en el exilio junto a su padre. En 1985, regresa por primera vez a la Argentina. “Voy a la casa de Abuelas de Plaza de Mayo y me entero por qué mi abuela estaba ahí. Estaba buscando a mi hermana. Al encontrar el caso de mi familia, tuve que procesar esa información por mucho tiempo porque no sabía cómo elaborarla. En los cumpleaños sentía una nube que pasaba, relacionada al no poder procesar lo que pasaba”, explicó el hombre. Durante su estadía en el exterior, no supo del embarazo de su madre.

“En el 92 regreso por segunda vez a la Argentina, decidí que tenía que volver, hacerme cargo de la historia y reconstruirla. Un año después vuelvo y trato de reconectarme. Estaba solo, con mi abuela, y en ese contexto empiezo a relacionarme con mis primos, en particular con Diego que estaba viviendo en Capital. Conozco a toda mi familia y es la primera vez que siento que mi historia afectó en términos de relacionarme. La historia que teníamos en común hacía pasar de lado los años que habían pasado”, recordó.

Junto a su primo comenzaron a conocer los lugares de detención de sus madres. El primero fue Automotores Orletti y mencionó que un hombre que cuidaba el lugar les advirtió sobre “espectros” y “ruidos” que se escuchaban en el predio. En ese sentido, consideró que “la apertura de esos espacios ahuyentó esos fantasmas y puso la verdad”. También pasó por el Pozo de Banfield. Describió este recorrido como “circunstancias dolorosas pero necesarias para poder buscar la verdad”.

“Tuve la necesidad de buscar a mi hermano y creamos la Comisión de Hermanos en un intento de coordinar acciones con Abuelas para facilitar el encuentro de hermanos que estábamos buscando. Mi abuela pudo reconocer en mí esa voluntad de seguir con lo que ella había empezado y en una ocasión, muy simbólicamente, me trajo su carpeta con la información de mi mamá y me pasó la posta. Esa búsqueda continuó toda mi vida a pesar de dejar de militar en HIJOS”, precisó en la audiencia virtual.

En ese marco, advirtió: “No tener información certera, te carcome pero la única forma de poder sobrellevar esto es seguir buscando. “No sólo en lo personal sino desde lo colectivo. Si yo no puedo alcanzar los objetivos, me alegro por los que sí pueden. Eso nos sostiene en este día a día de búsqueda”, señaló, y valoró que “la percepción de la sociedad cambió mucho para bien”.

Su abuela, Nélida Navajas, murió en 2012 y Miguel precisó que fue la primera vez que pudo hacer el duelo. “Le pude expresar todo el amor, reconocimiento y orgullo por lo que hizo por nosotros. La pude dejar ir en paz”, aseguró, pero hizo hincapié en su última voluntad, que fue que arrojaran las cenizas al Río de la Plata. “Esperaba poder reencontrarse con Cristina, evaluando que una de las posibilidades era que hubiera sido tirada ahí”, apuntó, en relación a los vuelos de la muerte.

El caso Fund

Los testigos de la jornada del martes fueron convocados por la querella de la Liga Argentina por los Derechos Humanos, la Unión por los Derechos Humanos de La Plata y querellantes particulares, representados por la abogada Guadalupe Godoy.

El testimonio de Clara Esther Fund, hermana de Juan Carlos aportó detalles sobre la responsabilidad de la patronal en el secuestro de trabajadores de la empresa Faraday, una de las fábricas del Conurbano sur donde las asambleas y la actividad de los delegados era intensa y donde era visible la lucha contra el sindicalismo más ortodoxo. “En ese momento había mucho movimiento con la Unión Obrera Metalúrgica por mejoras salariales”, aseguró la testigo.

El secuestro de su hermano sucedió el 25 de octubre de 1976 en su casa. Horas antes, un grupo de civiles había estado en la fábrica Faraday donde ella trabajaba en personal y su hermano en bobinado, buscando a Juan Carlos.  “Ese mismo día, a las doce y media de la noche llegaron a casa. Destrozaron la puerta del golpe”, relató Clara al Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata.

A ella y a su madre las obligaron a tirarse en la cama boca abajo mientras las apuntaban con un arma. “Lo trajeron a mi hermano hasta la habitación, lo tiraron al piso y él levantó la vista y me miró. Nunca más lo volví a ver”, contó conmovida.

Clara aseguró que el jefe de personal de Faraday, al que identificó como Raúl Escotti, estaba retirado de una fuerza de seguridad, y que cuando secuestraron a su hermano ya habían desaparecido otros dos trabajadores antes. La búsqueda de su hermano llevó a Clara y a su madre a la iglesia Stella Maris, donde el cura les dijo que seguramente Juan Carlos se había “ido con una chica por ahí”, o, como otros jóvenes, a “España”. “Pero yo estaba segura de que no era así”, afirmó la mujer. El sacerdote era Emilio Teodoro Grasselli, por entonces capellán del Ejército, quien nunca estuvo detenido por encubrir delitos de lesa humanidad.

Con el retorno de la democracia recordó Clara la visita de Enrique Balbuena y que dijo que había estado con Juan Carlos en el Pozo de Quilmes. Mucho tiempo después, supo por una nota periodística que un muchacho de nombre Gustavo había afirmado que había estado con Juan Carlos en el Pozo de Quilmes. “Dijo que con mi hermano miraban por una ventanita o un agujerito y veían un edificio, y Juan Carlos le decía que era el hospital de Quilmes, y que su preocupación era que nosotras estuviéramos bien”.

El caso de Manuel Coley Robles

El testimonio de María Marta Coley, hija de Manuel Coley Robles aportó datos claves para mostrar la complicidad de la fábrica de vajilla de vidrio Rigolleau, donde Manuel, “El Gallego”, empezó a trabajar se convirtió en delegado sindical. Además era militante del PRT-ERP.

Coley Robles había llegado a la Argentina en 1951 con apenas 16 años. Nacido y criado en Barcelona, padeció la persecución franquista porque era hijo de un miliciano republicano. En 1963 conoció en Tucumán a Alcira, quien sería su esposa. Se instalaron en Quilmes Oeste donde establecieron su familia.

“Mi papá siempre estaba con nosotros, no se fue nunca hasta que se lo llevaron”, aseguró María Marta, quien fue mostrando fotografías familiares: cuando conoció a su mamá, el casamiento y otras con sus hijos.

En Rigolleau trabajaba en Expedición, en la entrada y salida de camiones, y al mismo tiempo integraba la lista naranja que había logrado conformar la comisión interna y que “no se sentía representada por el Sindicato del Vidrio”.

El 27 de octubre de 1976. “A las diez y media de la noche entraron a mi casa por las ventanas del fondo A mi papá le ataron las manos atrás con un pedazo del mantel que rompieron y le vendaron los ojos”. Revisaron todo y se llevaron cosas, también plata. Sin embargo, en un momento se identificaron y dijeron ‘no somos chorros, somos el Ejército’”, recordó la testigo. Según pudo reconstruir después, en el operativo también participaron policías de la Brigada de Quilmes que ya habían estado rondando por el barrio.

Muchos testigos vieron a Manuel entre fines de enero y principios de febrero de 1977 en el Pozo de Quilmes.

En 2009 los contactaron desde el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) para pedirles muestras de sangre e identificar restos que habían encontrado en el cementerio General Villegas en Isidro Casanova. “Ahí me dieron un informe y me enteré de que lo habían acribillado en la calle”. Manuel Coley Robles fue asesinado el 5 de febrero de 1977.