Si al kirchnerismo podía acusárselo de tener una pretensión hegemónica y de construir un “capitalismo de amigos” –a pesar de ciertas pautas racionales de convivencia y de ganancias, y de haber llevado adelante durante casi 12 años un óptimo pareteano (Vilfredo Pareto) de acción económica en el que todos los integrantes del juego ganaban algo–, el macrismo parece haber impuesto, en estos cuatro meses, una lógica de saqueo del Estado y de concentración de capitales, con promesa de un brutal endeudamiento externo, con su consiguiente lógica de ajuste como no se había visto de los tiempos negros del neoliberalismo noventista.

Negocios de funcionarios con las millonarias comisiones de toma de deuda, cuentas oscuras en paraísos fiscales a nombre del mismísimo presidente de la Nación –indicio cierto de que evadía y engañaba al Estado que ahora supuestamente administra en nombre de todos los argentinos–, favoritismo arrastrado desde el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires respecto de empresarios “hermanos” y periodistas “sobrevaluadísimos” en millones de pesos, concentración de la coparticipación en la región porteña y agro-pampeana, redistribución de la renta nacional del sector mercado internista –pequeña y mediana empresa, turismo y comercio– al exportador de materias primas –quita de retenciones a los sectores más favorecidos por las ventajas relativas de los comodities, aun a pesar de la baja generada por el cambio de reglas de Estados Unidos para la región– son los rasgos que se avizoran en un modelo más cercano a la apropiación de la renta por parte de los sectores concentrados que a uno de desarrollo económico equitativo.

Es necesario decirlo: hasta este momento, casi fines de abril de 2016, a diferencia del círculo virtuoso del kirchnerismo, Mauricio Macri no ha hecho otra cosa que instalar un capitalismo de enemigos. Contrariamente a los deseos imaginarios de sus votantes, el macrismo, el neoliberalismo o sencillamente el vetusto liberalismo conservador no ha hecho otra cosa que declararles la guerra económica a los trabajadores y a las clases medias: suba de tarifas, impuestazos, devaluación del peso y del salario en un 50%, inflación galopante, reducción del mercado interno, enfriamiento de la economía son las primeras medidas de un gobierno que parece tenerles bronca –contrariamente a lo que prometía en su campaña electoral– a los sectores mayoritarios del pueblo argentino.

Y aquí hay un problema para el propio Macri. Le mintió a su propia clientela política. Está defraudando a sus seguidores, no les ha presentado, por ahora, ese paraíso de armonía y felicidad que prometía cuando miraba a la cámara con sus ojos claros. Macri miente. Macri defrauda. Por eso el descubrimiento de sus cuentas en Panamá lo golpea en la línea de flotación y lo pone en crisis. Él, que había llegado al gobierno con un discurso en contra de la corrupción ha sido develado como un corrupto hombre de negocios; él, que ahora debe cuidar la “cosa pública”, la “res pública”, la república que tanto insomnio le causa a su inefable escudera Elisa Carrió, traicionó a la misma república. Descubierto en su felonía, con un modelo económico antipopular, Macri debió reforzar su política de construir un capitalismo de enemigos. Y la emprendió contra los supuestos amigos del kirchnerismo.

Alguien, con mucha inocencia y mucho desconocimiento en el funcionamiento del capitalismo (por decirlo con elegancia), podrá aducir que los empresarios “ultra kirchneristas” están siendo investigados por “hechos de corrupción”. Pero excepto que ese alguien tenga la capacidad intelectual limitada de un Jorge Lanata, por ejemplo, no podrá negar que entre los empresarios “amigos” del macrismo y del kirchnerismo no puede haber grandes diferencias. Sin embargo, la justicia y el periodismo macrista apuntan sus cañones sólo hacia un sector, ergo, se trata simplemente de “capitalismo de enemigos”. Y se sabe: arrojar todas las fuerzas del Estado contra un grupo, ya sea político, económico, social, racial, también es una forma autoritaria, también es ejercer ciertos niveles de terrorismo de Estado.

Es en este marco que la salida de Tiempo Argentino es un signo de la época. Un diario sostenido por el trabajo de quienes lo hacen, de quienes lo escriben, de quienes lo piensan. Sin ataduras. Sin amigos. Sin enemigos. Hecho con relativa dignidad, con la mayor dignidad posible. Y con mucho orgullo. Con el orgullo de saber que todos los que escribamos en estas páginas vamos a poder mirarnos a los ojos entre trabajadores. Entre compañeros. Y, también, entre camaradas. No es poca cosa. Y por algo se empieza.