“Es una gesta inconclusa la que encaró Antonio Cafiero en la década del 80’”, dice a Tiempo Mario, hijo de don Antonio, que en aquel momento formaba parte de los sectores juveniles del peronismo que se habían sumado  a la Renovación que lideraba su padre. Uno de los objetivos que se había propuesto este sector del Justicialismo era “democratizar” el funcionamiento del interno del PJ, una suerte de cambio cultural partidario.

Hoy se cumplen 29 años del día en que Antonio Cafiero derrotó al radical Juan Manuel Casella en la disputa por la provincia de Buenos Aires, el 6 de septiembre de 1987. Con esa elección, la UCR perdió el principal distrito del país. Fue un hecho político que mostró el declive de la primavera alfonsinista y que parecía anticipar un triunfo del sector renovador del peronismo sobre la “ortodoxia”. Esto-se sabe-terminó siendo muy distinto. Carlos Menem derrotó a Cafiero en la histórica interna que se llevó adelante en julio de 1988, ocho meses después de que Antonio ganara la gobernación bonaerense.

“El triunfo de la Renovación comenzó a gestarse en el 83’, cuando perdimos las elecciones frente a Raúl Alfonsín”, dice ahora Mario. “Era la primera vez que el peronismo perdía en elecciones libres. Eso disparó un gran debate sobre la conducción del partido y sobre la necesidad de una oxigenación doctrinaria”.

-¿En qué consistía?

-Había una conducción, Ítalo Luder a nivel nacional, Herminio Iglesias en territorio bonaerense, que no entendía lo que pasaba con la sociedad. Por eso es que ya en las elecciones parlamentarias del 85 el peronismo fue dividido. El radicalismo ganó, pero entre las dos vertientes justicialistas se impuso la Renovación, que sacó el 27%. El sector ortodoxo sólo llegó al 10. Nosotros tuvimos más capacidad de llegarles a los sectores medios, a los estudiantes, a una sociedad que quería la democracia. Logramos debilitar la idea de que peronismo era sinónimo de violencia.

-¿Por qué sólo ocho meses después de ganar la provincia de Buenos Aires, Cafiero perdió contra Menem la interna por la candidatura presidencial?

-Cafiero y la renovación habían respaldado con mucha fuerza al gobierno de (Raúl) Alfonsín en el levantamiento carapintada de Semana Santa del 87. Esto hizo que la figura de Cafiero quedara muy cercana a la de Alfonsín. Y cuando al gobierno radical le empezó a ir muy mal en el manejo de la economía, la sociedad buscó una contrafigura fuerte. Eso fue lo que, al menos desde el marketing, vendió Menem, con esa impronta de caudillo nacionalista del interior.

-¿Se lograron los objetivos de la Renovación?

-No. Es una gesta inconclusa. Una de las metas centrales era democratizar el funcionamiento partidario. Eso no ha ocurrido. Luego del aquel proceso hubo dos gobiernos justicialistas, el de Menem, y los que lideraron los Kirchner. Fueron procesos muy distintos en las políticas que impulsaron y la ideología que encarnaron. Sin embargo, tuvieron en común un modo de conducción vertical, en el que se desplazó a quienes cuestionaban aspectos del rumbo elegido. El peronismo sigue teniendo un funcionamiento bastante caudillesco.

-Ahora hay de nuevo mucho debate en el justicialismo, como sucede cuando se pierde. ¿Ve algún paralelismo con aquellas discusiones de los 80?

-Hay muchos que creen que hay que hacer un proceso de renovación. Yo prefiero no anticiparme. Eso está por verse. El único modo de hacerlo en serio es no tenerle miedo a  una autocrítica profunda, que realmente permita producir cambios en el modo de funcionar que tiene el peronismo