El viaje de Sergio Massa a Estados Unidos se resume en una palabra: confianza. El ministro de Economía ha buscado generarla entre los tenedores de la deuda argentina, entre los empresarios con inversiones en el país, entre los funcionarios de la administración de Joe Biden y entre los burócratas de los organismos multilaterales de crédito, empezando con la cúpula del Fondo Monetario. No está claro que lo haya logrado en un viaje en el que puso en juego su prestigio de «hombre con lazos con Estados Unidos».

En la lista de los destinatarios de los mensajes de Massa se encuentran los personajes y las instituciones que un amplio abanico de sectores políticos y sociales ha identificado históricamente como el imperialismo, el poder trasnacional o antinacional, la injerencia extranjera y la presión sobre los intereses nacionales, desde la explotación de los recursos naturales hasta la reivindicación de las islas Malvinas, pasando por la deuda pública y la fuga de capitales. Desde esa mirada, han sido definidos como los que siempre se asociaron a la oligarquía antipopular.

Para lograr ser depositario de la confianza que reclama, Massa ofrece un programa económico concreto. En una reunión con una treintena de empresas, cuyas valuaciones de mercado sumadas cuadruplicaban el valor del PBI argentino, Massa ofreció previsibilidad jurídica y tributaria y flexibilidad estatal para comprender las necesidades de los inversores. «Estamos trabajando para mejorar el clima de negocios, generando posibilidades para que más firmas globales aumenten su presencia en la Argentina en sectores estratégicos como servicios, agroindustria, minerales, cítricos e hidrocarburos», dijo en esa oportunidad.

Es decir, Massa está tratando de encontrarle una salida a los desequilibrios macroeconómicos profundizando los vínculos de Argentina con el mundo del capital, algo que fue el caballito de batalla del gobierno de Cambiemos, y que el ahora titular del Palacio de Hacienda acompañó en los primeros meses de esa administración.

Pero fue justamente ese «regreso al mundo» que concretó el gobierno de Mauricio Macri lo que terminó liquidando sus aspiraciones políticas: la apertura al capital especulativo infló artificialmente el valor de los activos locales y eso se tradujo en su éxito electoral de medio término, en octubre de 2017. Pero luego las condiciones externas cambiaron y esos capitales llegaron a la conclusión de que era la hora de irse porque se puso en evidencia la insolvencia del país.

En esta oportunidad, la situación política argentina muestra un cambio sustancial, del cual Massa es protagonista. La centralidad que adquirió Cristina Kirchner le dio un punto de gravedad a un gobierno en el que Alberto Fernández erraba al tratar de convertirse en su cabeza y en el cual ahora Massa impulsa un programa económico del que se desconoce la letra chica, la misma que estaría negociando en estos días en EE UU.

De cualquier forma, esos términos secretos sólo pueden consolidar la realidad concreta, en la que el ajuste sigue (mientras se piden créditos al Banco Mundial para impulsar acciones sociales), los tarifazos ya están en marcha, la inflación continúa carcomiendo los ingresos y profundizando la pobreza, y la permitida especulación financiera impulsa la devaluación del peso.