El 25 de enero de 1978, cerca de la medianoche, una patota del Ejército realizó un gran operativo en la casa de los Meza Niella en Caseros, partido de Tres de Febrero. La familia había terminado de ver un partido de fútbol cuando escuchó ruidos en el techo, perros y dos disparos. Desde un megáfono les ordenaron salir. Buscaban a Néstor Meza Niella, quien se encuentra desaparecido, pero al no encontrarlo allí se llevaron a su esposa, Fortunata, sus hijos e hijas de entre 14 y 25 años, y la pareja de una de ellas. Quedaron solos en la casa los niños más pequeños, a quienes después entregaron a unos vecinos.

“Mi viejo era un militante peronista de la organización Montoneros. Era él a quien buscaban y al no encontrarlo nos secuestran a nosotros. Digo nos secuestran porque nos llevan a una camioneta con los colores del correo argentino, negra y amarilla”, relata Walter Meza Niella ante el Tribunal Oral Federal 1 de San Martín.

La familia fue llevada al centro clandestino El Campito que funcionó en Campo de Mayo. Walter tenía en ese momento 14 años. Todavía con problemas para respirar por las secuelas del Covid, su testimonio reconstruyó lo que vivieron en ese lugar. Con su declaración también ubicó a uno de los acusados del juicio, el ex gendarme Roberto Fusco, alias Pajarito, como custodia de los detenidos y detenidas que estaban allí. La escena se dio en un traslado desde el galpón donde estaba detenido hasta un baño. “¿Quién es este pendejo?”, preguntó Pajarito. “Es el hijo de un pez gordo”, contestó El Negro, el guardia que lo llevaba a Walter encapuchado a bañarse.

En El Campito, Walter estuvo poco más de 10 días en un galpón. Lo mantuvieron con los ojos cubiertos, inmovilizado, y fue golpeado y amenazado para que les dijera dónde estaba su padre. “Cantá porque si no te voy a pegar más de lo que te estoy pegando”, le dijo quien se presentó como Hilario. “A esta altura ya escuchaba los gritos de tortura y la inconfundible voz de mi vieja”, recuerda.

Después lo llevaron dos guardias a un cuarto. Logró reconocer a uno de ellos como Pajarito, por la voz. “Me sacan la capucha y me ponen frente a un panel de fotos. Había un montón de gente. Varios compañeros de mi padre. Me dicen, siempre amenazándome, y con un revolver cerca de la cien: “Si no decís la verdad, te boletemos acá mismo”. Al no contestar me llevaron de vuelta”.

“En un momento, en el tercer o cuarto día, no recuerdo bien, me sacan y me llevan a un galpón que estaba al lado de donde estaba yo. Ahí me tiene un rato. La verdad que era horrible. Estaba atestado de gente. No se podía respirar, era todo quejido. Sinceramente, no sé cómo trasmitirles lo terrorífico que fue eso. Me pongo muy mal estando ahí y los otros detenidos empiezan a llamar al celador, al Negro, y al tiempo me devuelven nuevamente al galpón donde estaba”, manifestó.

En ese galpón le pareció reconocer la voz de un amigo de su padre, Pablo Bolzan. Eso lo pudo corroborar después, cuando lo llevaron a bañarse: “Logró reconocer una voz nuevamente y veo la nuca a Pablo Bolzan, compañero que hasta hoy está detenido desaparecido junto con su esposa Olga Pini”.

La última noche que pasó en Campo de Mayo lo fueron a buscar para hablar con El Tordo, reconocido por otros sobrevivientes como uno de los jefes de los torturadores de El Campito e identificado en 2014 por el entonces Programa Verdad y Justicia del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos: Carlos Francisco Villanova, un ex integrante del Cuerpo Especial de Informaciones de la Policía Federal que estaba en comisión en el Grupo de Tareas 2 del Batallón de Inteligencia 601, que operó en Campo de Mayo.

“Me dice que lo disculpe, que no había sido la intensión, que no era conmigo, que era con mi padre, que pertenecía a una banda de delincuentes subversivo que tenía a su cargo a 3 mil hombres, y que me olvide de todo y que lea la biblia”, recuerda Walter, quien declaró desde su casa por videoconferencia.

Junto a él estaba su madre, su cuñado y su hermana. El Puma, uno de los interrogadores, los empieza a arengar: “Nos dice que agradezcamos porque de ese lugar no salía nadie con las patas caminando sino con las patas para arriba”.

En plena noche y todavía encapuchados, los llevan en una camioneta y los dejan en algún lugar de El Palomar. “Estaba aterrado. No alcancé a sacarme las vendas porque creí que me pegaban un tiro, hasta que siento la vos y la mano de mi cuñado”, rememora y describe la larga caminata en silencio hasta su casa: “Nos mirábamos entre nosotros, lo único que podíamos atinar a hacer. Estábamos asustados también porque no sabíamos que había pasado con mis sobrinos y mi hermana más chica, de 5 años. Después supimos que permanecieron por varias horas encerrados en un cuarto con una olla de comida y vigilados. Hasta que decidieron entregarlos a unos vecinos”. Su otra hermana y su hermano también habían sido liberados.

“Llegamos a nuestra casa y era un desastre. Estaba todo roto. No teníamos fuerza ni para hacer la comida del terror que teníamos. Al otro día recién pudimos empezar a rehacernos con un vecino muy solidario que nos trajo comida. Por esos vecinos solidarios nos salvamos”, agrega.

Sobre su padre, Walter cuenta lo que pudieron reconstruir. Al momento del secuestro de la familia, Néstor se encontraba trabajando en un campo que había heredado en Corrientes. Hasta allá lo fueron a buscar los represores, pero no lo encontraron. Se refugió en la casa de una de sus hijas y después en Don Torcuato, donde le perdieron el rastro.

“Mi madre falleció en 2008 víctima de un cáncer. Antes habíamos descubierto que hablaba de mi papá en presente. Fueron 40 años que estuvieron juntos. La última vez que hablé con mi madre ya estaba muy enferma y en sus últimos días me dijo: “Tu padre va a venir”. Y murió esperándolo, sin tener la más mínima idea de nada. Por eso les pido a todos que si saben algo lo aporten, porque es muy triste esto de no saber nada, imaginarse lo peor, morir esperando, morir de tristeza”, señaló con emoción.

Al finalizar su declaración, Walter agradeció la oportunidad de volver a testificar y en un nuevo aniversario de los bombardeos a la Plaza de Mayo de 1966 pidió “que se cuide mucho esta democracia que supimos conseguir gracias también al gran sacrificio de todos y todas”.  

“Mi padre y sus compañeros y compañeras, más allá de los errores, luchaban por un país mejor, un mundo más justo, por la justicia social”, reconoció y concluyó: “Lo que hubo acá fue una resistencia al genocidio perpetrado de Videla, Martínez de Hoz y los grupos económicos. Espero que laguna vez haya una investigación serie y se juzgue a quienes se beneficiaron y enriquecieron con el golpe genocida”.