La justicia desaparecida 

A Alejandra Santucho, integrante de HIJOS-Bahía Blanca, le cuesta no quebrarse. “Estos momentos son tremendos”, explica a días de conocerse el fallo de la Corte que podría favorecer, entre otros, a Miguel Etchecolatz. 

Alejandra sufrió el asesinato de sus padres y el secuestro de su hermana Mónica, de apenas 14 años. Su caso integró el juicio ‘Circuito Camps’. Además, por ser menor, era buscada por Abuelas. “Es uno de los 122 casos que no tuvo final feliz -explica su hermana-. Pero logramos que esté enterrada en un cementerio de Bahía Blanca –de donde son oriundos los Santucho- adonde podemos llevarle una flor”. 

“Su único pecado fue ser hija de mis viejos. Fue torturada, violada. Los testigos que estuvieron con ella rescataban que lo peor que les había pasado durante su cautiverio fue cruzarse con mi hermana, una niña, en un CCD”, narra Alejandra. Santucho tenía 10 años y estaba jugando en la casa de enfrente cuando se desató el operativo, en La Plata. “Yo fui testigo en el juicio. Vi cómo se llevaron a mi hermana”, cuenta Alejandra. Santucho recuerda “un operativo muy grande en Melchor Romero”. Su hermana estaba con su hermano y un bebé –de una familia vecina- con sus padres en una casa. “Mi mamá grita que por favor no disparen y que dejen salir a los chicos. Los únicos adultos eran mi papá y mi mamá. Yo estaba en la casa de enfrente. Cuando mi mamá grita yo me escapó y veo salir a Mónica, con mi hermanito y con el bebé en brazos. Veo cómo se lo sacan se lo llevan para un costado y a ella la suben a un auto. Después vuelve la balacera. A mis papás los matan ahí”, relata Alejandra. 

Según pudieron reconstruir, Mónica pasó por la comisaría 5ta. de La Plata y el Pozo de Arana. En el 2009 recuperamos sus restos por medio del EAAF. Estaban en el cementerio de Avellaneda. 

“Nos entregaron su cuerpo fusilado. El EAAF ofrece ver los restos antes de entregar la urna y con mi hermano decidimos verlos. Nos presentaron el cuerpo en una camilla. Estaba entero, con todos los huesitos. El esqueleto de Mónica tenía los dos brazos y las costillas, arriba, a la misma altura, todo quebrado. Preguntamos y en el EAAF nos dijeron que eso fue producto de una ráfaga de ametralladora a corta distancia”, rememora Alejandra. 

“Era algo que en algunos otros cuerpos se repetía. Con esas –y otras- pruebas el caso de Mónica fue uno de los que permitió condenar a genocidas como Etchecolatz. Hubo26 genocidas condenados en la causa ‘Circuito Camps’”, agrega. Con el fallo de la Corte, Alejandra siente “una gran desazón, una gran impotencia y siento que toda esa justicia que habíamos logrado hoy está pisoteada, mansillada, picaneada, desaparecida, nos está faltando esa justicia”, dice. “No tengo palabras para describir lo que hizo la Corte”, agrega. “Jamás pensé que nuestros hijos iban a tener que lidiar de vuelta con los genocidas sueltos”, concluye. «

La promesa 

Ana Testa es sobreviviente de la ESMA y aún recuerda una “frase hermosa de Adriana Calvo, en el Juicio a las Juntas. Palabra más, palabra menos, ella contó que se había hecho una promesa: si su hija salía con vida de semejante horror ella no iba a descansar ni un día de su vida para que estos tipos estuvieran en la cárcel”. Y eso hicieron junto con Adriana y muchos más, de forma colectiva. Por eso asegura que ahora no bajarán los brazos aunque la patota de la ESMA que la secuestró y la torturó pueda beneficiarse con el 2×1 de la Corte y quedar en libertad. 

Ana fue secuestrada en 1979 y sufrió la desaparición de su compañero, Juan, quien falleció durante la “Contraofensiva Montonera”. 

“El día de mi secuestro, yo había dejado un papelito en casa para mi mamá que decía que estaba enfrente en la peluquería. Los secuestradores llegaron antes que mi madre y me fueron a buscar. Forcejaron conmigo porque yo no quería entregar a la nena, Paulita, de 3 años, y grito hasta que viene uno de la patota, ‘El Gordo Daniel’, que me arranca a la nena y me tira al piso de un Ford”, relata Ana. 

“Mi mamá y la nena vivían en Santa Fe. A los dos días las dejan viajar y ambas se van de Buenos Aires. A mí me pegan y me torturan. Yo decía que era la ‘mujer de’”, continúa su relato. Pero esa coartada fracasa y a los 10 días los represores rastrean su trayectoria de militancia. Entonces, las torturas se agudizaron. 

“Me tiran por las escaleritas de ‘Sótano’ y voy a parar a la ‘Huevera’ de la ESMA donde estuve 4 días. Me hacía las necesidades encima y como metodología de tortura me pasaban la materia fecal por los ojos y el pecho, con picana. Así fue durante bastante largo. Ahí dudé si iba a seguir con vida”, narra Ana. Finalmente, Ana logró sobrevivir. En el ’80 la liberan. Pero siguió bajo control de la patota de la ESMA. 

“Lo tenía a Cavallo cada mes en mi casa, en Santa Fe. La última vez que vino al pueblo fue el día que mataron a Somoza. Yo estaba en el patio escuchando la radio y cuando entro feliz a compartir la noticia con mi madre, veo que en el comedor estaba sentado este tipo. Lo primero que me dijo con una sonrisa fue: ‘No te recuperamos mucho’”. 

Ana también recuerda que se anoticio de “la caída de mi compañero por Cavallo. Me dijo: ‘Si hubieras delatado a tu compañero en la ESMA él estaría con vida’. Yo he pagado muchas sesiones de terapia para no sentirme culpable”, cuenta Ana. Luego la “custodia” sobre Ana recayó en el represor Venazzi Berisso, quien se murió antes de que comenzaran los juicios. 

La última noticia de la patota de la ESMA que tuvo Ana fue camino al Tigre cuando por sorpresa, Donda le cruzó un auto y la increpó, preguntándole adonde se dirigía. Ya corría 1983. 

“Yo le tengo miedo al futuro –dice Ana- no por mí, yo ya estoy jugada. Temo por los jóvenes, por todo lo que puede pasar con estos tipos sueltos”.

La segunda “A” de Atlántico 

“Yo estuve secuestrado en la ESMA dos años y tuve la desgracia de que junto conmigo secuestraran a mi mujer y mi bebé de 20 días. Eso hizo todo más dramático y pesado”, cuenta Carlos “el Sueco” Lorkipanidse, sobreviviente del centro clandestino de detención que funcionó en la ESMA.

Carlos militaba entonces en la Juventud Peronista y fue capturado en Muñiz y Carlos Calvo, en noviembre del 1978. “Estaba caminando por la calle. A la luz del mediodía. Y había gente. Que salió espantada para todos lados”, rememora. 

El Sueco llegó a ser torturado con corriente eléctrica en una cama metálica con su bebé en el pecho. Todo para que ‘cantara’. Esos represores fueron beneficiados por la el máximo tribunal de (in)justicia del país. “En la ESMA vi a todas las bestias: Acosta, Febres, Azic, Astiz, quienes usaban nombres falsos y de animales (Piraña, Tigre, Cuervo). Dediqué buena parte de mi vida a perseguir a cada uno de ellos hasta que terminasen presos”, asegura. Uno de esllos fue el Jorge “Tigre” Acosta, conocido en la ESMA como “el señor de la vida y la muerte”. “Él solía decir que era ‘jesucito’ porque decidía quién vivía y quién moría. A veces se presentaba como el ‘César’ con el pulgar hacia arriba o hacia abajo. A mí me dijo en una ocasión: ‘Vos vas a ir a parar a la segunda A de Atlántico’. Yo no sabía en aquel entonces que arrojaban a la gente viva al mar. Pero una vez que ingresé en su oficina vi que tenía un mapamundi y comprendí que la ‘segunda A de Atlántico’ quedaba en el medio del Océano. Ahí entendí el destino de todas las personas que pasaron por la ESMA antes que yo”, recuerda Carlos. 

Lorkipanidse estuvo secuestrado en la ESMA hasta 1981. Después continuó bajo “libertad vigilada” hasta el 1983 cuando gracias a las Madres de Plaza de Mayo y Adolfo Pérez Esquivel logró salir a Brasil y de ahí a Suecia. “Por eso me llaman ‘Sueco’”, explica. Desde aquel entonces su ex mujer y su primer hijo viven allí. “Yo volví”, cuenta y añade que borró Suecia de su memoria porque “fue muy doloroso”. “Esto que hizo la Corte para mi es un nuevo indulto –afirma- y abarca a la ‘oficialidad’ joven de aquel entonces”. “Está gente saldrá y morirá en libertad y no se lo merecen. Deberían morir en la cárcel”, agrega. “Creo que esto no va a pasar inadvertido, la sociedad tiene una reserva moral». 

 “¿Por qué está ocurriendo todo esto?”, se pregunta el Sueco. No logra descifrarlo aún pero cree que alguien tiene que haber promovido el fallo de la Corte, más allá de los tres jueces que rubricaron el 2×1. «

La amenaza 

“Yo desaparecí con 8 meses de gestación, no le había hecho mal a nadie. Desaparecí 21 años. Cambiaron mi fecha de nacimiento, mi historia, mis padres, me negaron que tenía una hermana, me crié como hijo único”, afirma Guillermo Rodolfo Fernando Pérez Roisinblit. 

Guillermo nació en el centro clandestino de detención que funcionó en la ESMA durante la última dictadura cívico-militar. Sus padres, Patricia y José Manuel, fueron asesinados y permanecen desaparecidos. Él fue apropiado por el agente civil de la Fuerza Aérea Francisco Gómez, y recuperó su identidad en el 2000. Guillermo aún recuerda las palabras que Gómez le espetó a fines de diciembre de 2003, desde la cárcel: “Cuando salga tengo una bala para vos, para tu hermana y tus dos abuelas”.

“Lo tenían con vino, asados y mujeres. Él estaba borracho y empezó a culparme de su estado privación de la libertad. Insultos de por medio me amenazó”, rememora. “En ese momento me pregunté: ¿‘Qué estoy haciendo acá? Para mí fue un punto de quiebre”, asegura. 

Tras el acercamiento de Guillermo a Abuelas, su apropiador se quebró y le reconoce que es hijo de desaparecidos: “Me dice que mis padres estuvieron secuestrados en el epicentro de lo que era la represión en la zona oeste: la Regional de Inteligencia Buenos Aires (RIBA), donde él trabajaba. Me relató que a él le tocaba custodiar a mis viejos, que a mi papá le pegaban mucho, que a mi mamá le pasaban de contrabando leche y huevo duro y que le sacaban a pasear tabicada por el RIBA. Me juró que estando embarazada nunca se le hizo daño”. Gómez ya cumplió la condena por la apropiación de Guillermo pero el año pasado fue juzgado por la desaparición de sus padres. Está con prisión preventiva desde 2013 y podría beneficiarse con el 2×1. “No me hace bien pensarlo en libertad caminando por la calle”, cuenta Guillermo, nieto de la vicepresidenta de Abuelas Rosa Roisinblit. «

«Un bebé oculto en un placard» 

“Nací en junio de 1976, no sé dónde. Entiendo que fue entre Buenos Aires y Rosario”, asegura Manuel Gonçalves Granada. 

“Yo restituí mi identidad a los 20 años (en 1997). Mi papá y mamá fueron asesinados durante la dictadura. Primero, secuestraron a mi papá Gastón, el 24 de marzo de 1976. Mi mamá, Ana María, estaba embarazada de 5 meses. A partir de la desaparición de mi papá, mamá se va de los lugares que frecuentaba en Buenos Aires y empieza a peregrinar para ocultarse”, relata. 

 “Salvo una comunicación con mi abuelo, mi mamá no volvió a tener contacto con la familia y no se supo más de ella”, cuenta Manuel. 

La reconstrucción de Granada Gonçalves se remonta al 19 noviembre de 1976. “Estábamos en una casa con la familia Amestoy Fettolini cuando las fuerzas conjuntas del Ejército, la Policía Federal y la Bonaerense rodean la vivienda y la destruyen con granadas y ametralladoras. Asesinaron a toda la familia Amestoy Fettolini (la pareja y los dos hijos, Fernando y María Eugenia, de 3 y 5 años) y a mi mamá, quien recibió 14 disparos de ametralladora. Tenía 23 años. Yo tenía 5 meses en ese momento. Estaba adentro de un placard, en la habitación donde estaba mi mamá, con almohadones. Así estuve protegido de los gases lacrimógenos. Fui el único sobreviviente. El placard también tenía disparos de ametralladora. De ahí me llevaron al hospital porque estaba con un principio de asfixia. De la casa salimos con vida María Eugenia (5) y yo pero María Eugenia no sobrevivió”, narra la tragedia Manuel. 

“Estuve en un hospital aislado del resto de los niños con custodia policial permanente hasta que en febrero de 1977, el juez de menores Juan Carlos Marchetti me entregó en adopción a una familia que no tenía vínculos con la dictadura sino más bien con el juez. A partir de ahí perdí toda posibilidad de mantener mi verdadera identidad”, continúa el nieto recuperado. 

Veinte años después, a partir de una investigación que empezaron las Abuelas y que llegó al EAAF, se logró reconstruir el itinerario de ese bebé que sobrevivió al operativo genocida y se ubicó a Manuel. 

Poco después, se encontraron los restos del padre de Manuel en el cementerio de Escobar. “Estaban en una fosa común con otros tres cuerpos. El intendente de Escobar en ese momento era Luis Patti, hoy condenado no solo por el asesinato de mi papá sino por otros casos también”, relata Gonçalves Granada. 

Patti integra la lista de 278 represores que podría beneficiarse con el 2×1. «