Después de la controversia por la Causa Vialidad y la posterior conmoción por el atentado contra CFK cometido por Revolución Federal, se impuso en la política la pregunta de si vamos hacia una mayor moderación -acuerdo de dirigentes, condena generalizada de la violencia política, fin de la «grieta»- o, por el contrario, a una mayor polarización o la radicalización -negación del atentado, acusaciones de violencia entre dirigentes, más «grieta». Tal vez, la pregunta está mal formulada, ya que supone que moderación y radicalización son dos fenómenos contradictorios, que no pueden suceder al mismo tiempo. Y en realidad, la política argentina de los últimos años es una combinación de ambas cosas: una competencia por el centro entre las dos grandes coaliciones electorales, pero con una retórica confrontativa que se impone dentro de cada espacio, con la participación estelar de sus respectivas «minorías intensas».

La competencia por el centro se entiende mejor sí miramos la estructura del sistema partidario a partir del balotaje presidencial de 2015. Aquella primera vuelta mostró que había tres fuerzas relevantes: el justicialismo dominado por el kirchnerismo, la alianza PRO+UCR, y la denominada «ancha avenida del medio», donde abrevaban disidentes del peronismo (Massa, Lavagna, cordobeses y otros) y del radicalismo (como el GEN de Margarita Stolbizer). Tanto para gobernar como para ganar elecciones, los dos frentes principales tenían que cerrar un acuerdo con los coreacentristas. Macri pudo gobernar con eficacia durante sus dos primeros años cuando acordó con el massismo, pero empezó a experimentar problemas crecientes tras su triunfo en 2017, cuando «se agrandó» y pensó que ya no lo necesitaba. Por su parte, el Frente de Todos ganó las elecciones de 2019 precisamente porque el kirchnerismo tuvo la mejor estrategia: ampliaron su espacio aliándose con los centristas. Ganaba quien formaba la coalición más grande. Y CFK lo hizo primero; Macri reaccionó tardíamente, proponiendo a Pichetto como vicepresidente, pero ya era tarde.

Esa lógica continúa. Meses atrás, la mayor amenaza que sufrían ambas coaliciones era la posibilidad de una fuga de los moderados. Concretamente, que los radicales se abrieran de Juntos por el Cambio, y que Massa y algunos gobernadores se enfrentaran al kirchnerismo. El peor escenario, de hecho, era una posible alianza entre radicales y massistas. En ese marco, el PRO resolvió cerrarle la puerta a Milei, ya que sumar a los libertarios hubiera sido un casus belli para la ruptura de los radicales con Macri. Y CFK y Alberto Fernández hicieron lo propio promoviendo a Massa dentro del gobierno. Gracias a esas dos movidas, hoy el compromiso de los socios con sus respectivos frentes es más amplio, y el formato bipolar de la politica argentina luce, por ahora, estable.

Sin embargo, mientras siguen compitiendo por el centro, tanto CFK como Macri y Patricia Bullrich deben aplacar a sus seguidores, que están molestos por la realidad y piden más acción política. A CFK su núcleo duro le pide que alce la voz contra las medidas de ajuste y los bajos salarios, y a Macri le piden más anticristinismo. Por lo tanto, la política tiene dos niveles: la estrategia electoral centrista de los dos grandes frentes, y la retórica agrietada de los líderes de las dos grandes minorías.

Y ninguna de esas dos lógicas van a cambiar porque son las que hoy dominan el panorama político argentino. Expresan, también, la coexistencia de dos formas de hacer política: por un lado, la de los partidos políticos institucionalizados, estructuras del siglo XX que compiten entre sí por la representación de sus electorados e intereses, e intentan con ellos gobernar el Estado, y por el otro la comunicación fragmentada de las redes sociales y los medios digitales partisanos del siglo XXI, que juegan al enfrentamiento constante y a la diferenciación. Hacer política hoy es jugar simultáneamente los dos juegos. Con la moderación sola no se puede, y sin la radicalización no alcanza.  «