Llegó el día de las elecciones con un clima atípico. Nunca, en 40 años, votamos rodeados y rodeadas de tanta violencia.
En otro contexto, la democracia de 1983 llegó a un país de subjetividad violentada pero no rota. Madres de Plaza de Mayo, familiares de desaparecidos y exiliados que volvían animaban una democracia recuperada en la que el grito popular y masivo en favor de los Derechos Humanos se encauzó en una lucha que tuvo como resultado el puntapié inicial para los juicios de lesa humanidad con fallos ejemplificadores a nivel mundial.
La «fiesta de la democracia», 40 años después, es diferente. Hace 72 horas vimos cómo la Policía de la Ciudad asfixió con violencia a un periodista, un militante, un compañero. En una inentendible y desmedida represión en el Obelisco, un grupo de choque provocó la muerte de Facundo Molares.
«Ya no necesitan desaparecer a nadie, matan en el Obelisco, a la vista de todos», escribió Sergio Maldonado horas después de la muerte de Facundo Molares. La frase, contundente, tiene el valor de provenir de alguien que padece la narrativa violenta de la derecha. Este relato, además, cuenta con el respaldo de los medios hegemónicos de comunicación que, así como en el caso de Santiago Maldonado, esta vez salieron en bloque a respaldar la posición oficial del Gobierno de la Ciudad, que trató de responsabilizar del hecho al propio Molares y sus penurias de salud.
El atentado contra Cristina Fernández, aquel 1 de septiembre de 2022, terminó de romper un pacto democrático basado en la defensa de los Derechos Humanos. Se expresó en el atentado mismo, pero también en las relaciones que surgieron entre los autores y grupos del poder económico y político, en el silencio de sectores de la oposición partidaria y en la negativa por parte de la Justicia de investigar todas las líneas de posibles vínculos. Ello fomentó el crecimiento de una violencia internalizada en los sectores de poder.
Esa violencia se profundizó desde el año pasado y salpica la jornada de hoy porque no se inició sola. Ese camino se profundizó con el gobierno de Mauricio Macri, a fuerza de una consolidación del fisgoneo interno y un intento de «ganar en la calle», como repite una y otra vez una precandidata, a punta de garrotes, gases, persecuciones y el gatillo fácil. La Justicia se asoció con el intento de liberar genocidas con el 2×1 y la doctrina del encarcelamiento por causas políticas.
El asesinato de Molares se dio a pocos metros del acampe del Tercer Malón de la Paz, que llegó el 1 de agosto a Buenos Aires. Instalados frente a Tribunales, reclamaron atención de la Justicia, que dos semanas después, siguió ignorándolos. El gobierno de la Ciudad no les permitió instalar carpas ni baños químicos y la policía los hostigó permanentemente. El hostigamiento que el Tercer Malón recibió en Jujuy se prolongó hasta las calles porteñas.
Llegó el día de las elecciones con un clima atípico. Nunca, en 40 años, votamos rodeados y rodeadas de tanta violencia. Hoy nos toca fortalecer con el voto la posibilidad de seguir apostando y construyendo una democracia igualitaria, justa, para todos, todas y todes.
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