El genocida Miguel Etchecolatz murió este sábado a la madrugada a los 93 años en el sanatorio General Sarmiento de San Miguel, donde había sido trasladado para realizarle una operación para colocarle un marcapasos. La noticia de su deceso generó una repercusión masiva e inmediata: Etchecolatz no era cualquier genocida, fue uno de los símbolos de la represión y la tortura ejecutadas en la provincia de Buenos Aires durante la última dictadura cívico-militar y un activista del terrorismo de Estado: no solo no se arrepintió jamás de sus crímenes, sino que cada vez que pudo los reivindicó.

Si bien se encontraba desde hacía varias semanas internado en otra clínica privada, Etchecolatz estaba preso en cárcel común en la Unidad Penal 34 de Campo de Mayo con nueve condenas en su contra por crímenes de lesa humanidad, en su mayoría a perpetua.

Los numerosos intentos de beneficiarlo con prisión domiciliaria fallaron sucesivamente. El último fue de la Sala II de la Cámara Federal de Casación Penal, integrada por Ángela Ledesma, Guillermo Yacobucci y Carlos Mahiques, quienes decidieron mandarlo a su casa, decisión que no se hizo efectiva ya que estaba detenido por otros tribunales.

Etchecolatz nació en Azul, provincia de Buenos Aires, en 1929. Fue a una escuela católica como pupilo, y en 1947, a los 18 años, ingresó a la Escuela de Suboficiales de la Policía Bonaerense para iniciar su sangrienta carrera en la mayor fuerza de seguridad del país.

Para 1973, ya era jefe de la Brigada de Investigaciones de Lanús y tras el golpe de Estado de 1976, se convirtió en mano derecha del general Ramón Camps, jefe de la Policía Bonaerense, quien lo nombró director general de Investigaciones de la fuerza, cargo que ocupó entre el 5 de mayo de 1976 y el 28 de febrero de 1979. Por ese rol se encontraba al mando de todas las patotas y de los centros clandestinos de detención que funcionaron en el denominado Circuito Camps.

Bajo su mando se cometieron algunos de los hitos más recordados del terrorismo de Estado, como la detención de militantes de escuelas secundarias de La Plata en la Noche de los Lápices y el ataque a la casa Teruggi-Mariani, donde funcionaba una imprenta clandestina. Etchecolatz fue visto por los techos de la vivienda, casi destruida por los disparos, en la que fue apropiada la beba Clara Anahí, nieta de «Chicha» Mariani, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. La nieta apropiada aún no fue hallada y el expolicía siempre se negó a dar información sobre su paradero.

Su primera condena fue en 1986. La Cámara Federal lo sentenció a 23 años de prisión como autor del delito de aplicación de tormentos reiterados en 91 casos en la Causa 44, desarrollada un año después del Juicio a las Juntas.

Beneficiado por las leyes de Obediencia Debida y Punto final, pasó esos años en libertad, negando el terrorismo de Estado y amenazando a cuanta persona lo escrachara por su rol en la dictadura. De la misma manera que lo hizo en cada oportunidad que tuvo de hablar ante los tribunales que lo juzgaron, siempre con su rosario colgando, siempre negando la autoridad de la Justicia.

En esos años escribió La otra campana del Nunca Más, libro publicado en 1997 en el que contó su visión de la “guerra” y cómo se había sentido honrado de participar en “la lucha contra las organizaciones terroristas”. Ese mismo año apareció en la pantalla de Canal 9 en el programa Hora clave, de Mariano Grondona. También había sido convocado el diputado Alfredo Bravo, una de sus víctimas, a quien acusó de mentiroso y comparó las torturas que recibió con un tratamiento para curar callos y pie plano.

Debieron pasar 18 años para su segundo juicio. En 2004 fue nuevamente encontrado culpable y condenado a siete años de prisión y en 2006 volvió a la cárcel cuando fue juzgado por el homicidio de seis víctimas, y secuestro y tormentos a otras siete, entre las que se encontraba López. Esta vez, luego de la reapertura de los juicios por la nulidad de las leyes de impunidad, fue condenado por crímenes cometidos “en el marco de un genocidio”.

“Un asesino serial. No tenía compasión”, lo describió Jorge Julio López, sobreviviente del Pozo de Arana. Ese testimonio, plagado de detalles, que logró condenar al exdirector de Investigaciones de la Policía Bonaerense, le costó al testigo y querellante desaparecer por segunda vez, pocos días antes del veredicto. Todas las sospechas señalaron a Etchecolatz, pero la investigación nunca avanzó. A pesar de estar detenido, mantenía un poder e influencia sobre la policía, ya que a muchos de sus efectivos los había formado en la escuela Vucetich.

Años después, en 2014, durante una audiencia mostraría desafiante un papel donde se leía el nombre de Jorge Julio López. La imagen fue captada por uno de los fotógrafos que había en la sala y generó indignación y escalofríos. La provocación que quería lograr.

Fue condenado a prisión perpetua en el juicio por el Circuito Camps de 2012, en 2014 en la causa La Cacha, en 2018 en «Cuatrerismo», en 2020 en «Brigada de San Justo». La última condena fue en mayo de 2022, cuando nuevamente recibió perpetua en el juicio conocido como Garachico, causa que se inició con la declaración de López en 2006.

Estaba siendo juzgado en dos debates actualmente, en «Brigadas», donde se investigan los crímenes cometidos los centros clandestinos denominados Pozo de Quilmes, Pozo de Banfield y El Infierno; y en la causa denominada Hogar de Belén, por los delitos sufridos por Alejandro, María Ester y Carlos Ramírez, secuestrados con 2, 4 y 5 años, y el operativo en el que su madre fue asesinada.

También estaba procesado a la espera del inicio de otro juicio por el homicidio de Horacio Wenceslao Orue y la privación ilegal de la libertad y tormentos contra tres víctimas, y tenía en instrucción otras tres causas a cargo del Juzgado Federal Nº 3 de La Plata y otra en Comodoro Py.  «

En las redes

La noticia de la muerte de Etchecolatz se hizo pública cuando la abogada en el juicio que lo condenó en 2006, Guadalupe Godoy, publicó en Twitter “Falleció Etchecolatz. En cárcel común y sin decir adónde están”. Los repudios se sumaron en esa red social con la etiqueta #Etchecolatz. Emilce Moler, sobreviviente de la Noche de los Lápices, escribió: “Y murió sin hablar. Otro genocida que cumplió con su pacto de silencio que condena a vivir a todxs los familiares con el padecimiento de desconocer dónde están sus seres queridos”. También Abuelas de Plaza de Mayo se refirió a su fallecimiento: “Hasta el último día mantuvo el pacto de silencio. Se lleva la verdad sobre el destino de nuetrxs hijxs y nietxs, pero logramos justicia y memoria para sostener el #NuncaMas”.
El secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla Corti, sostuvo que la muerte del represor es un ejemplo de «quienes se mueren sin mostrar jamás arrepentimiento». Su par bonaerense, Matías Moreno, señaló que falleció “condenado” y en una “cárcel común.»Sobran los motivos para seguir luchando por más Memoria, Verdad y Justicia”.