En Argentina el ministro de Economía representa a un sector económico: los bancos, o los industriales, la burguesía agraria o -muy pocas veces- el trabajo. Martín Guzmán no era nada de eso. Es un académico altamente reconocido que salió de la universidad pública y no se dejó tentar por ningún sector de la economía nacional. Pero eso que le faltaba, el plafón político, lo aportaba el presidente Alberto Fernández. Y ambos, Fernández y Guzmán, ataron su suerte un actor económico central no nacional: el FMI.

Guzmán perdió peso político porque Alberto perdió peso político, porque el acuerdo con el FMI perdió peso político. La semana pasada Guzmán no pudo implementar la segmentación, un gesto mínimo que le pedía el FMI. Fue la gota que rebalsó el vaso. La guerra y los precios de los alimentos dejaron ese acuerdo atrás. ¿Por qué no volver a revisarlo? En medio de la vorágine pasó desapercibido el mensaje del sábado de Cristina Fernández: “Brasil defaulteó su deuda 9 veces y Argentina 8”, dijo al pasar.

En medio de la grave crisis que se desató durante el fin de semana ante la falta de reemplazante, empezó el revoleo de nombres. Si bien el de Batakis estuvo sobre la mesa desde un primer momento, Sergio Massa logró copar la agenda mediática a fuerza de reenvíos de mensajes de Whatsapp en donde se ubicaba como jefe de Gabinete por sobre una lista de nombres para distintos cambios, y con Emanuel Álvarez Agis en Economía. Pero el ex viceministro de Axel Kicillof -con quien terminó peleado- desmentía su ingreso a la caliente cartera. Es que, en realidad, todos y todas las economistas mencionadas -el nombre Cecilia Todesca Bocco sonó fuerte también- pedían lo mismo para asumir: respaldo político, algo que Alberto no estaba en condiciones de ofrecer. Mientras, el mercado agitaba el nombre de Martín Redrado.

Tiempo pudo saber que la propuesta de Cristina era la misma. Lo que hacía falta detrás de esa designación es volumen político. De hecho, circuló la idea de que fuera un gobernador en persona el que se sentara en la silla caliente de Buenos Aires. Eso enojó mucho a Massa, que ya no pudo maniobrar y, tal como anunció Juan Manzur este lunes, seguirá en la cámara de Diputados.

Y si ese volúmen político no se encuentra en Nación, se encuentra en las provincias. La llamada liga de los gobernadores fue la que finalmente terminó de aportar el nombre de la secretaria de Estado encargada de negociar las deudas entre las provincias y la Nación, dentro del ministerio del Interior que conduce el camporista Eduardo “Wado” de Pedro. De hecho, fue la cabeza de punta en los informes técnicos aportados a la Corte Suprema en el litigio por los fondos que Mauricio Macri decidió por DNU otorgar a la Ciudad apenas asumió en 2016.

Cuando ya estaba avanzada la noche del domingo y no había reemplazo, el nombre de Silvina Batakis volvió a flote. Cristina dio su visto bueno en el tan inusitado diálogo telefónico con el presidente de la Nación. Daniel Scioli, su ex jefe en la gestión en la provincia de Buenos Aires, estaba feliz. Ambos son buenos pergaminos, pero la banca política de Batakis – que jura este lunes a las 17 en Casa Rosada- llega desde otro lado.

Fueron los gobernadores los que pusieron el grito en el cielo cuando se enteraron los detalles del acuerdo con el FMI, a principios de año. Y son los gobernadores los que no quieren que Nación recorte las partidas que les envían. Son ellos los que, en los hechos, le pusieron un freno al FMI. Y son ellos los que acaban de poner a una ministra.