Se cumplen 70 años de la Declaración Universal de Derechos Humanos adoptada y proclamada por la Resolución 217 de la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. Venía el mundo de uno de los momentos más horrorosos de la condición humana, el Holocausto. Millones de niñas, niños y adultos habían sido exterminados en un baño de sangre que nos avergüenza hasta hoy. Menos de 30 años antes, en 1915, un millón y medio de armenios habían sido exterminados por el régimen del Imperio turco otomano. Adolfo Hitler, en los momentos previos a ordenar la invasión a Polonia, le decía a sus colaboradores cercanos respecto del plan de exterminio que él comenzaba: «Quién se acuerda hoy de los armenios?…». Difícil encontrar una síntesis más brutal de las consecuencias de la impunidad. Imposible desvincular esos antecedentes de los posteriores genocidios como los de Ruanda, Camboya, Bangladesh o en nuestra propia región. ¿El hilo conductor?, el odio al tejido vivo, la impunidad y el olvido. Es ante el desolador panorama que encontraron las tropas aliadas al ingresar a los campos de concentración de Alemania y Polonia, que se impuso la necesidad de dar un mensaje al mundo.

Entrar hoy en día en medio de la nieve y el hielo en el invierno del campo de Auschwitz, conservado monumento de memoria eterna, permite comprender por qué el mundo no fue el mismo luego de ese horror. Es por eso que la mayoría de las naciones, hace ya 70 años, proclamaron aquel histórico «nunca más». Clarísima declaración que en sus primeros párrafos, señala : «Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana; considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad; y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias; considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión…».

Literalmente, la Declaración reafirma luego, los principios de la Carta de Naciones Unidas en cuanto a su fe en los derechos esenciales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres. Y con esos principios fundamentales enmarca luego los 30 artículos que integran la Proclama. Así, el derecho a la vida,  la «igualdad ante la ley», la imposibilidad de ser detenido arbitrariamente o preso, la presunción de inocencia y el derecho a un juicio justo, tanto como el derecho a la protección de la ley contra ataques a la honra de las personas, van desgranando en cada artículo la decisión de las naciones firmantes de cerrar los caminos, al menos desde la intención, a la barbarie que precedió la Declaración de 1948. Y más adelante, en consonancia con ese pronunciamiento histórico, garantizan la libertad de pensamiento, de opinión y de expresión, aclarando que estos derechos incluyen el de todo individuo de «no ser molestado a causa de sus opiniones» (arts. 18 y 19).

Sin embargo, algunas décadas después, los citados genocidios en Bangladesh, Camboya, Ruanda y América Latina, entre otros, sacudirían nuevamente al mundo. Masacres masivas producidas en la cara misma de las naciones que se habían horrorizado en 1945, pero que no lograron nunca impedir nuevas tragedias. Sucede que, al igual que Hitler cuando se burló de la Impunidad del genocidio armenio, renovados personajes irrumpen cada tanto en las variadas geografías del planeta. En ese sentido, nuestra región atraviesa hoy momentos difíciles a manos de quienes, en complicidad con los medios hegemónicos de comunicación, no vacilan en hacer de la mentira un culto y admiran  a criminales siniestros, responsables de aquellos exterminios. Asesores presidenciales que califican públicamente a Adolfo Hitler como un «tipo espectacular», o el propio presidente argentino que publica orgulloso en su Twitter, conceptos centrales del libro Mi Lucha, trágico texto insignia del nazismo. Ello, mientras elogia y felicita a quien mata por la espalda y, banalizando la Declaración Humanista, persigue y encarcela opositores. Se trata de individuos que manipulan el Derecho y desvalorizan a los seres humanos que no integran su selecto grupo de socios.

Afortunadamente, en nuestro país, frente a semejante desprecio por el prójimo, se levanta la memoria que, a fuerza de coraje e integridad, ante cada atropello, puebla las calles y plazas con millones de pañuelos. Los blancos, símbolo de la resistencia de las Madres de la Plaza que junto a Abuelas e Hijos, revirtió la impunidad genocida. Los violetas y verdes, emblemas de la inclaudicable y exitosa lucha contra el patriarcado criminal. Y los multicolores, representando una Latinoamérica que también resiste, y que finalmente se unirá para impedir más atropellos y para que cada artículo de la magnífica Declaración, que hoy cumple 70 años, garantice a sus habitantes una vida digna. «