El gobierno apostó el martes al enfrentamiento entre agrupaciones y gremios que convocaron a la segunda gran movilización contra la política económica de Cambiemos para cabalgar sobre el sentido común de los indignados de clase media. La bronca contra la conducción de la CGT y no entre compañeros es, acaso, la mejor lección que ofrecieron los trabajadores, y algo de lo que debería tomar nota la Casa Rosada si cree que su única estrategia electoral es dividir a la oposición.

A falta de un «enfrentamiento» entre las bases de los sindicatos, un día después se intentó construir el miedo a salir a la calle desde una razzia policial contra mujeres que acababan de participar de una histórica y multitudinaria marcha por el 8M que –a diferencia de lo ocurrido con las ediciones anteriores- tuvo un alto nivel de politización en las columnas y en las consignas que rodearon la convocatoria. El «sí se puede, hacer un paro a Macri, se lo hacemos las mujeres», se escuchó de manera sostenida en las 15 cuadras que separan el Congreso de la Plaza de Mayo. La represalia no se hizo esperar: llegó de madrugada, incluyó brutalidad policial y –por segunda vez en una semana, porque ya se habían producido detenciones la noche anterior, cuando un grupo de chicas realizaba una pintada- el regreso de los Hábeas Corpus, el accionar de los infiltrados de la Policía, el maltrato en las comisarías. El regreso de las prácticas siniestras del pasado.

Los analistas políticos coinciden en adjudicarle al Gobierno Nacional la decisión de sostener a como dé lugar el endurecimiento de la política económica. La frase «si una empresa no es rentable, que cierre», como respuesta a cualquier interrogante sobre los numerosos matices que tiene cualquier modelo económico, omite a los cientos de miles que se movilizaron esta semana por las calles porteñas. No es que el gobierno no los quiera ver, es que sigue convencido de que una parte importante de la sociedad decodificará estas expresiones como parte de «lo viejo» que es necesario dejar atrás. Apuesta al desgaste de los docentes a medida que se demore el inicio de las clases, a la indignación de los automovilistas –por la recurrencia de los cortes de calle- a la confrontación y el pase de facturas entre centrales sindicales a partir de lo ocurrido en el palco cegetista, al sálvese quien pueda de los trabajadores de Sancor a través de un auxilio empresario que jamás garantizará la totalidad de los puestos laborales. Y así.

 No es posverdad. Es neoliberalismo puro y duro. Las cifras de pobreza de la Universidad Católica Argentina y el índice de inflación que se conocieron esta semana apenas le ponen un número a lo que desde hace rato percibe un enorme sector de la sociedad. El que salió a las calles a pedir la fecha de un paro como único recurso para el desahogo. «