El escalofriante apuro en el cierre de la causa sobre los chats entre el ministro de Seguridad porteño Marcelo D’Alessandro y Silvio Robles –el alcahuete de cabecera del presidente de la Corte Suprema, Horacio Rosatti– no bastó para ocultar el vínculo casi pornográfico entre el máximo tribunal de la Nación y las autoridades de la Ciudad de Buenos Aires, un lazo que se extiende hacia el macrismo en su conjunto.

¿Acaso habría sido una jugarreta del destino que ello justo ocurriera el 18 de enero, cuando se cumplía el octavo aniversario de la muerte del fiscal Alberto Nisman? Pues bien, la conversión de su suicidio en un asesinato fue el bautismo de fuego del lawfare en la Argentina.

En su cuadro «La perfidia de las imágenes» (1928), René Magritte exhibe una pipa con la siguiente frase: «Ceci n’est pas une pipe» («Esto no es una pipa»). Fue su modo de cuestionar la relación entre los símbolos y las cosas, basada en la semejanza representativa.

¿Se puede aplicar aquel concepto a la investigación de un fallecimiento? ¡Sí, se puede! Y va un ejemplo: la absoluta falta de indicios –en un expediente que ya acumula 120 cuerpos– sobre la participación de terceros en el tiro que le voló a Nisman la tapa de los sesos hizo que el juez federal Julián Ercolini y el fiscal Eduardo Taiano retomaran dicha idea nueve décadas más tarde, al señalar: «No fue un suicidio”, cuando el caso exhibe un cúmulo de hechos y circunstancias que sugieren exactamente lo contrario.

Es posible que ellos, pese a sus conductas surrealistas, jamás hayan oído hablar del célebre pintor belga, y que sus antojadizas conclusiones sólo fueran fruto de su apego por la «posverdad», tal como se denomina el reemplazo de la información genuina por embustes con efectos emotivos. Una inclinación que comparten con cierta dirigencia política, con un sector de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) vinculada al Poder Ejecutivo anterior y con la prensa amiga. De modo que dicha trama está anclada en el limbo de la sociedad del espectáculo.

Por tal razón se trata de una historia que merece ser reconstruida.      

En este punto hay que retroceder hacia fines de 2014, cuando Patricia Bullrich, siendo ya una audaz espada del bloque de la alianza Cambiemos en la Cámara de Diputados –donde presidía la Comisión de Legislación Penal–, supo formar una simpática dupla con Laura Alonso, otra diputada del PRO.

Ambas por entonces fatigaban toda clase de pasillos tribunalicios para desparramar querellas contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

En aquel peregrinaje se deslumbraron con el carisma de Nisman, a cargo de la UFI-AMIA, al que visitaban con innecesaria frecuencia (y a veces, incluso, sin aviso previo). Y él las recibía con sumo beneplácito. Patricia y Laura eran sus aliadas y confidentes.

Desde algún impreciso instante de ese año, ellas lo venían persuadiendo para motorizar un escrito que él preparó bajo absoluta reserva. Se trataba de la grave denuncia contra CFK y el canciller Héctor Timerman, entre otros, por el Memorándum de Entendimiento con Irán. Un instrumento –según su óptica– destinado a diluir la imputación a funcionarios de ese país en la causa AMIA.

La denuncia finalmente fue presentada el 13 de enero del año siguiente, tras volver a las apuradas de sus vacaciones en Europa.  

Pero no contento con eso, las dos legisladoras pretendían amplificar el asunto. Y lo difundieron a través de la prensa. Además convocaron al fiscal a exponer su pesquisa en la Comisión de Legislación Penal. Esa cita fue fijada para el lunes 19.

Antes de esa fecha todo se desmadró.

El tipo dudaba. Era consciente de que su presentación –alimentada con migajas informativas que le fue arrojando el jefe operativo de la Secretaría de Inteligencia (SI), Antonio Stiuso– carecía de valor judicial.

Eso habría minado su ánimo. Y ya el viernes previo a su comparecencia parlamentaria hubo tres novedades que no mejoraron las cosas: la jueza María Servini de Cubría (quien entendía en su denuncia) no habilitó la feria judicial para indagar a los acusados y el juez Rodolfo Canicoba Corral (quien entendía en el expediente del atentado) lo criticó duramente por cifrar su hipótesis en escuchas ilegales a espaldas del expediente; pero nada fue más demoledor que la entrada en escena del exjefe de Interpol, el norteamericano Ronald Noble, quien desmintió de modo categórico que el gobierno argentino haya solicitado bajar las alertas rojas contra los iraníes (en réplica a lo que sostenía el fiscal).

Tales incidencias corrieron como por un reguero de pólvora.

Ya se sabe que el domingo Nisman fue hallado sin vida en el baño de su departamento, sin que desde entonces se haya podido probar la intervención de algún sicario en el tiro que lo llevó al Más Allá.

Había que estar en el pellejo de la diputada Bullrich para comprender su conmoción. Hubo –entre ese viernes y el domingo negro– nada menos que 20 llamadas entrantes desde su celular al del finado.

Ella le insistía con su compromiso del lunes en el Congreso.

Y él, primero con tono casi normal, objetó:

–Pero, Patricia, voy a decir lo mismo que en TN y no va parecer serio.

Se refería a una entrevista que le habían hecho esa misma semana.

Bullrich no entendía razones.

–¡Nosotras te vamos a cuidar! –aseguraba.

En otra llamada, el fiscal le preguntó:

–¿Leíste lo que dijo (Fernando) Esteche?

Se refería al exlíder de Quebracho, uno de los apuntados por él.

–No… ¿Qué dijo?

–¡Que va ir!

–No lo vamos a dejar entrar.

–También va ir el «Cuervo». Ya lo confirmó.

Se refería al diputado Andrés Larroque, otro apuntado por él.

–Y sí… Ese es legislador. No se le puede impedir la entrada.

–¡Me va masacrar!

–¡Calmate, Alberto!

Y explicó que ella, como presidenta de la Comisión, iba a ordenar todas las preguntas. Y que él estaría a resguardo.

–¿Ustedes van a cuidar? –dijo, ya con un leve gemido en la dicción.

Patricia se mostró realista:

–Y… Alguna puteada te vas a comer.

Ese último diálogo tuvo lugar a las 18:30 del sábado.

A esa hora las señales de noticias transmitían un anuncio de la diputada del Frente para la Victoria (FpV), Diana Conti: «Hemos decidido ir en bloque a la reunión con Nisman, sobre todo los que somos abogados, no para oír sino para hacerle preguntas».

El FpV también acababa de solicitar a la presidenta de la Comisión que la visita del fiscal fuera transmitida por TV.

Bullrich quedó en contestar al día siguiente. Pero la muerte de Nisman le quitó sentido a ese compromiso.

Lo cierto es que la impostura del asesinato tardó apenas unas horas en nacer. No menos cierto es que su instalación mediática había causado furor en una vasta capa del espíritu público, y terminó por incidir de modo categórico en la victoria electoral de Mauricio Macri a fines de ese año.

Meses después fue exhumada del basurero de Comodoro Py la denuncia por el Memorandum, cuya instrucción, en manos del juez Claudio Bonadio, fue un himno al desplome del estado de Derecho.

En tal marco, el procesamiento de Timerman requirió, por su debilitada salud, una dosis extrema de crueldad. Prueba de eso fue que su absurda prisión preventiva le impidió viajar a los Estados Unidos para continuar el tratamiento oncológico. Y su cuadro se agravó. Era como si pesara sobre él una condena a muerte no escrita. Pero ya festejada en redes sociales por sujetos despreciables como Fernando Iglesias, Eduardo Feinmann y Federico Andahazi. Un detalle que convertía tal condena en un linchamiento.

El excanciller dejó de existir el 29 de diciembre de 2018.

Nisman, en tanto, era más útil muerto que en vida. «