La política muchas veces es injusta. La vida también lo es. Esta aclaración al inicio es porque probablemente en estas líneas se caiga en alguna injusticia. Hay cosas que no se pueden evitar. En una provincia tan poblada y con tantas contradicciones sociales como la de Buenos Aires es casi inevitable que haya una tasa de delitos importante. Si el ministro de seguridad de ese terruño está tan pendiente de aparecer en los medios y proyectarse electoralmente; si se muestra, como hizo Sergio Berni el 1 de julio en Puente La Noria, cuestionando incluso operativos del gobierno nacional, no puede evitar que ahora, que la policía a su mando se rebela, alguien diga: “Andá menos al programa de Canosa y ocupate de que un oficial del PRO no te arme una rebelión”. ¿Es una simplificación? Parcialmente lo es. Pero resulta inevitable.

El Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires no es cualquier lugar. Es la cartera más importante de la gestión en el imaginario de los bonaerenses. Lo que el ministro de Economía solía ser, porque esto ha cambiado, para la gestión nacional, en el caso provincial lo representa el encargado de seguridad. Porque el 70% de los bonaerenses viven en el Conurbano y miran a la Casa Rosada cuando piensan en la economía de sus hogares; miran a la Rosada por cuestiones incluso de administración provincial. Pero cuando se trata de seguridad y educación fijan la vista en La Plata. Por eso es que la cartera de seguridad puede ser un trampolín político para una candidatura. Berni no sólo lo tenía claro sino que lo utilizaba diariamente. Es legítimo tener ambiciones de poder. Por supuesto que sí, pero no se pueden evitar las consecuencias de las fallas de gestión. 

Una de las ideas que circulaba en el Frente de Todos cuando se propuso a Berni en ese puesto eran sus características personales. Tiene un pasado militar, un estilo castrense. Se siente cómodo con ciertos discursos de mano dura que a otras figuras de la coalición panperonista les resultan menos naturales. Todo esto, supuestamente, lo ayudaría a construir empatía con la fuerza, a controlarla. Era una visión comprensible. Además su gestión como secretario de Seguridad nacional había sido destacada. 

Un ejemplo: muchas veces se busca un economista filo neoliberal para el Banco Central. Lo hizo el propio Néstor Kirchner. Eso no quería decir que su política iba a ser neoliberal. De hecho fue todo lo contrario. Se trataba de poner en un espacio clave para el sistema financiero un funcionario que pueda construir cierta empatía con el sector, que hable un idioma parecido. Después vino la quita del 75 por ciento. Era, en definitiva, hacer política.

Con ese razonamiento de base se propuso a un conservador en materia de seguridad para la provincia. A esto se agregaba la idea de que tener un emisor de un discurso más derechoso desde la coalición gobernante servía para no dejarle ese espacio libre al macrismo. Y estaba bien. Porque los que más padecen la inseguridad son los sectores populares que tienen que levantarse a 4 de la mañana para ir a tomar un colectivo en el conurbano. Y decirles que ese problema es culpa de la desigualdad estructural y nada más es casi una provocación. Hay que proponerles cosas inmediatas, aunque sea poner más patrulleros o gendarmes. El discurso progre sobre la seguridad es distinto en Lomás de Zamora que en la super controlada Capital que está entre las 5 ciudades con menos asesinatos cada 100 mil habitantes de todo el continente americano, de Canadá para abajo.   

El tema es que a Berni podía pasarle cualquier otra cosa menos la que le acaba de ocurrir. Hubiera sido menos grave para el sentido de su presencia en ese puesto que la policía reprimiera alguna protesta. Para decirlo simple: hubiera sido más fácil que se lo criticara por izquierda. Pero no es así.

Al final, la académica progresista Sabina Frederic tiene más control sobre las fuerzas que tiene que dirigir que el comandante Berni, tan afecto a mostrarse en operativos a las cuatro de la mañana, ametralladora en mano. Es probable que Berni pueda rectificar. No hace falta siempre cambiar al funcionario para cambiar la política. Hay dos cuestiones que sí  quedaron claras: la derecha se montará sobre cualquier conflicto que permita desestabilizar. Y otra cosa más: para gestionar la policía bonaerense no alcanzaba con ser Rambo.