Desde que asumió Hugo Chávez en 1999, en Venezuela hubo 25 elecciones con todas las garantías constitucionales.

De ellas, el chavismo ganó 23. Cinco de ellas en los últimos 18 meses.

La oposición ganó en 2 oportunidades: una en 2007 contra Chávez y otra en 2015, ya con Nicolás Maduro de presidente.

En estos casos, el chavismo reconoció la derrota al instante.

En estos 20 años, la oposición ha intentado golpes de Estado (2002), paro petrolero y lockout patronal 2002/2003, desabastecimiento, intentos de destitución con cientos de muertos, como en 2014 y 2017, un intento de magnicidio como en 2018 y un cruel bloqueo económico, sostenido en el tiempo para impedir el ingreso de alimentos y medicinas a Venezuela que es un país centralmente importador de estos insumos.

El objetivo es quebrar de alguna forma la Revolución Bolivariana.

El pasado 10 de enero, se juramentó el presidente Nicolás Maduro para el período 2019/25 después de un triunfo electoral con el 67% de los votos.

Los gobiernos del grupo de Lima (menos México), entre ellos Argentina, firmaron una declaración a instancias del gobierno de EE.UU. donde desconocen al Presidente electo.

Así también lo hicieron gobiernos de la Unión Europea.

Algunos de esos gobiernos pretenden darle carácter de presidente interino al presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó desconociendo que la fuente de legitimidad de un gobierno soberano como el de Venezuela reside en el pueblo de ese país y no en gobiernos extranjeros.

Ahora bien, dicen que la “comunidad internacional” desconoce al gobierno de Venezuela.

 Si bien es cierto que 46 países así se han manifestado, entre ellos algunos poderosos como EEUU, Alemania, Japón o Brasil, no es menos cierto que el resto de los 148 países no se han sumado a este desconocimiento, como lo señaló el especialista Alejandro Fierro.

Entre estos, hay países poderosos como China, Rusia, e India.

En estos 148 países se concentran 6300 de los 7300 millones de la población mundial.

Por otra parte, el titular de la ONU manifestó que va a continuar trabajando con Venezuela y autoridades del Vaticano estuvieron presentes en la juramentación de Nicolás Maduro.

Por lo tanto, el supuesto aislamiento de Venezuela no es tal como se manifiesta.

Ahora bien, después de haber fracasado en el intento de evitar la juramentación del Presidente, la oposición articulada desde la Secretaría de Estado de EEUU intenta construir un mandatario ficticio.

Un bochorno desde el punto de vista del derecho internacional y desde las nociones democráticas básicas.

Pareciera ser que los intentos de someter y rendir a la Revolución Bolivariana van a persistir por distintas vías.

Principalmente van a profundizar la guerra económica.

Y van a intentar generar condiciones para algún tipo de intervención militar externa.

Hace 20 años que quieren derrocar al chavismo y no han podido.

Hace 20 años que dicen “esta vez sí lo lograremos” y fracasan.

Pero la situación es delicada, los ataques se sostendrán en el tiempo y el pueblo tendrá que librar duras batallas.

Venezuela tiene dificultades severas que se irán resolviendo, pero demandarán tiempo.

Muchos sectores de la izquierda mundial dudan en defender el proceso bolivariano o se manifiestan abiertamente críticos (otros claramente, no).

Tal vez en algunos casos tengan razones atendibles.

Pero hay un argumento que merece una atención especial, según el cual, el desplome del chavismo “quitaría” argumentos a la derecha en sus acusaciones a las izquierdas y éstas podrán moverse entonces con mayor libertad y sin “mochilas pesadas”.

Hay antecedentes históricos que no debemos soslayar.

Sin intentar comparar, porque se trata de experiencias bien diferentes, la URSS y el bloque socialista tuvieron un tratamiento similar por parte de un sector del progresismo mundial.

No sólo la derecha y EE.UU pretendían su caída.

Después de su debacle, los escombros del Muro de Berlín impactaron no sólo sobre la “nomenklatura comunista” y lo que vino después no fue “socialismo con democracia” sino neoliberalismo arrollador.

El mundo giró a la derecha, el Estado de Bienestar dejó de ser necesario y muchas fuerzas del campo progresista se dedicaron a “administrar mejor” el modelo triunfante.

No hace falta ser chavista para defender la democracia en Venezuela.

Ser solidarios con Venezuela no es sólo ayudar a sostener un proyecto que generó dignidad a millones de venezolanos y venezolanas, sino también es ayudar a que la derecha no se imponga en Bolivia, Uruguay y otros países de Nuestra América.

Y a su vez mantener escenarios más favorables de disputa en aquellos lugares donde la derecha gobierna.

No se trata en estas horas de estar de acuerdo con un gobierno o un proceso revolucionario, se trata de defender la democracia, el derecho a la autodeterminación, la no injerencia y el resultado de las urnas.

Estados Unidos sólo pretende el petróleo venezolano y por eso está dispuesto a que mueran cientos de miles de personas como en Irak, Siria, Libia y Afganistán.

Hoy defender a Venezuela es defender la paz.