Nuestras tareas políticas

Por: Ariel Pennisi / Rubén Mira

Si un quiosquero dice: “estoy de acuerdo con que hayan matado a ese militante en el Obelisco” e inmediatamente agrega “no voy a votar, porque quiero más seguridad”; si el guachín que tiene un hermano policía se entusiasma con Milei aunque en el fondo perciba que los compañeros de su hermano, empoderados, pueden caerle encima a él y sus amigos; cuando nuevos militantes asocian la década del 90 a cierta prosperidad y mientras les cabe el ‘sueño americano’, les prometen ser Ecuador… ¡De dónde agarrarse! Respuestas, asociaciones, razonamientos que parecen tirados por el hilo de Ariadna de unos algoritmos y sus correlaciones locas o de una eficiencia que se nos escapa por todos lados. No parece tratarse ni de una parte de la sociedad “derechizada”, ni de una bronca inabarcable por esos cuerpos frágiles, como cualquier cuerpo. Claro que no es moco de pavo. ¿Cómo no temer que el control de la policía, con guiño al ejército incluido, quede en manos de una tal Villarruel, esbelta procesista entallada en su vestido de doble botonadura? Pero si así hubiera sido el fascismo, no habría necesitado la Italia sublevada de un movimiento partisano para terminarlo, con nazis y todo. Hay una dimensión cachivachesca que no nos permite alejarnos demasiado de lo que pasa, ni moral, ni intelectual, ni políticamente. Tenemos que ver con el cachivache. 

Tal vez, el mayor acierto de Milei haya sido una frase que lanzó sin desparpajo en la televisión en medio de una de sus intervenciones iracundas, comparándose con el progresismo o lo que él mismo considera de izquierda (prácticamente cualquier idea verdaderamente política le parece de izquierda): “somos mejores estéticamente”. La figura de Milei toca una fibra fundamental en quienes peor la pasan, al menos en un porcentaje que hasta hace pocos años no era imaginable. ¿Bronca? Seguramente, pero ¿no tenemos bronca también? Parece haber algo más que puede serlo todo. Un deseo de movilidad, cierta relación con la aventura, con la apertura de nuevos posibles, justo en un momento en que lo posible parece cerrarse sobre sí mismo, donde la vida cotidiana implosiona y el horizonte de futuro o fuga es inexistente. No hay régimen de verdad, sino un régimen libidinal que, claro, es más verdadero que cualquier denominación ideológica. Tampoco vale hablar de “irracionalidad”, como peyorativamente se le pretende achacar a ese voto. De golpe aparecen ganas en sectores desganados. ¿Por casa cómo andamos? ¿Qué hacemos con nuestro propio desgano?

La incapacidad de confrontar, la impotencia que el progresismo mostró, en lugar de la audacia necesaria, son el reverso de la frontalidad que expresa Milei y que amenaza con llevarse puesto al sistema político. En 2019, formamos parte de una construcción desde abajo, como uno de los niveles que se requirieron pasa sacar a Macri del Estado. ¿Voto bronca? Vivimos una fiesta ese último tramo del año en que se superponían, por un lado, el dolor por el castigo del gobierno de Macri al poder adquisitivo, la consciencia de una deuda impagable y la inflación, y, por otro, la levantada anímica que nos puso a la ofensiva… El efecto puro[1] era nuestro medio para cuestionar la deuda, desplegar una política salarial, de autoreconocimiento social y de ampliación de posibles. Pero la sustitución de ese efecto por el resultadismo de un frente partidario presto a lotearse los lugares del Estado y asumir una forma de gobernabilidad conservadora, se fue imponiendo hasta arrogarse la decisión sobre qué era y qué no era posible, una vez más. Es decir, una vez más, pero en peores condiciones que las otras veces. El resultado fue que mientras el Frente de Todos se licuó en su posibilismo, la derecha amplió sus posibles gracias al gran servicio de Milei. En plena ofensiva, habíamos escrito que mientras más prudente comenzara el gobierno del Frente de Todos, más complicadas podían ser las condiciones de ese proceso político. “Imprudente prudencia”, decíamos.

La figura de Mieli toca una fibra de quienes peor la pasan.
Foto: Pedro Pérez

Hoy pasamos de aquella ofensiva festiva a una necesidad defensiva de caras caídas. Es la derrota del posibilismo, de un pragmatismo absurdo que no venía cosechando victorias, sino sólo razonamientos pacatos, militantemente pacatos. Es la autofagocitación de la rosca como sustitución de la política. El peronismo pasó de león herbívoro a vegano derrotado en el cuerpo a cuerpo con los gauchos truchos de La Rural. Se avecinan unas semanas que requieren nuevamente de nuestro activismo, ya no habitando la tensión de estos años entre imaginación política y mal menor, sino en defensa de un piso de convivencia. Nos toca votar a nuestro próximo enemigo, ratificando de algún modo el lugar acotado que tiene el sistema representativo en relación a las necesidades, deseos y decisiones ligados a la vida colectiva. Massa se convierte en un escudo provisorio (metáfora, la del escudo, que Kicillof usó referida a las boletas de UP en su discurso al cierre del escrutinio). Es el personaje inventado por el momento al cual exigirle condiciones de convivencia y subsistencia, mientras seguimos elaborando otros modos de asumir las decisiones sobre los asuntos comunes. Sería un error delegar el ánimo, las expectativas y el instinto político en esa urna. Por el contrario, ese voto sólo sirve inscribiéndolo en una construcción más amplia de lazos, redes, imágenes, ficciones útiles.

Amén del cachivache, no se puede negar el componente fascista ni la dimensión patriarcal extrema, así como la subjetividad propietaria que tan en carne viva moviliza La Libertad Avanza (y Bullrich no se queda atrás). Pero tampoco se puede establecer una relación lineal entre esos rasgos y las razones e impulsos de quienes los votan. Hay desespero, hay bronca, hay desilusión, hay desazón… es decir, no siempre convencimiento en las ideas fascistoides o en las fórmulas de un liberalismo de revista Billiken como el que esputa Milei en entrevistas y discursos. ¿Entonces? ¿Hay que armar un frente antifscista? No parece que sea lo más adecuado, ya que no hay, como en Europa, ni esa memoria, ni esa gimnasia, ni ese fascismo. Además, parece que en Francia no salió bien la “estrategia”, ya que Macron, empoderado, legitimado por ese voto antifascista, empezó a llevar adelante las reformas neoliberales con una represión inédita para la democracia francesa. Tenemos nuestras nuevas instituciones de Derechos Humanos, comenzando por las Madres, como fondo ético y reflejo adquirido, eso sí. ¿Un frente feminista? Seguramente muchos, pero no para embanderaros más en consignas de microclima que, para colmo, piantan votos. En todo caso, aprendamos de los feminismos su capacidad de interpelar transversalmente, de actuar y afectar de manera molecular. ¿Es reforzando la imaginería del “campo nacional y popular” como lograremos la masa crítica para nuestro crítico apoyo a Massa? No parece que reproducir parte del problema nos permita encontrar una salida. Tal vez sea momento de admitir que no contamos con un “¿Qué hacer?” y que esta vez los “¿Qué no hacer?” son demasiados… ¿Entonces? Quién dice, nos toque analizar caso por caso, aguzar la percepción al máximo para cada situación, estudiar lo que demanden los hechos, hurgar en lo que nos quede de instinto político para convocar desde la panza. Es nuestra tarea parar esta avanzada.     

Habrá que convencer o, al menos, pedir una tregua, un favor o algo de clemencia a quienes tenemos cerca, de manera reticular, apelando al encuentro, la conversación, la amistad cuando es posible, y, quién sabe, aprovechando la ocasión para abrir nuevos lazos o alianzas. Los momentos defensivos no siempre resultan reactivos, también entrañan solidaridades inesperadas, complicidades que prefiguran nuevas comunidades posibles. La condición defensiva a veces nos permite descubrir en la fragilidad nuevas potencias o destrezas existenciales que estaban adormecidas. El “sálvese quien pueda” está a la vuelta de la esquina, ¿pero no lo estaba ya en este contexto de velocidades imposibles de albergar en cuerpos que, en realidad, a contrapelo del rendimiento, se van deteriorando? Digámoslo una vez más: el rendimiento es contrario a la vida. Salvo que nos rindamos. Cuando Montaigne pretendía elogiar a la filosofía diciendo que filosofar es prepararse para la muerte, nos regalaba un anticuerpo para momentos como éstos, no solo esta coyuntura poselectoral, sino esta época ingrata, que pide siempre más por menos, rendimiento hasta la muerte, pero sin preparación, es decir, sin filosofía ni nada.            

Mientras tanto, al gobierno tendremos que exigirle que, por un lado, haga su tarea (peronismo, cintura, o como le llamen), y, por otro, que nos deje hacer nuestro trabajo, que no lo empañe con más devaluaciones, con medidas que vuelven sobre sus pasos, con timonazos que no contemplan medidas complementarias o planes B, es decir, que no siga haciendo lo que hizo desde que asumió. Tras el desastre producido por Macri, la pregunta era ¿qué haremos con lo que han hecho de nosotros?, y lo que hizo el gobierno, tanto como lo que no se animó a hacer, nos dejó a las puertas de la bolsonarización. La negativa a hacerse cargo de aquella plaza del 10 de diciembre de 2019 –comenzando a pagar una deuda ilegítima e imposible–, el reemplazo de la política por la rosca, la disputa interna descarnada, la mezquindad política llevada a extremos que extrañamente se vuelven públicos (como cuando, los ministros amenazaron con renunciar tras una derrota brutal, vaciando aún más de poder al gobierno), la mirada conservadora y cortoplacista y la condición pacata en tiempos excepcionales como los de la pandemia (donde dejaron que se empañara la labor sanitaria ardua que nunca habrá que dejar de reconocerle a trabajadoras y trabajadores y a funcionarias y funcionarios también). El momento en que el mercado mostró cuán volátil y poco seguro es como instancia colectiva, abrió la posibilidad de apostar a un Estado ampliado, articulado con diversos actores sociales para, en lugar de financiar grandes empresas o pedir limosna a las grandes fortunas, avanzar con experimentaciones políticas como empresas testigo, empresas públicas que incluyan a sectores de la sociedad –valga el caso Vicentín como muestra de lo que fue este gobierno– o incluso mayor músculo para negociar una regulación por un beneficio para los factores de poder descontentos… No fue así. El mal menor y la soberbia que lo suele acompañar ganaron la escena y cada discusión, cada mínima duda o disidencia se saldó desde ahí. Pues bien, cuando el mal menor, en lugar de ser un asunto táctico, situado y momentáneo, se vuelve una especie de cosmovisión, se da curso a una espiral difícil de frenar, ya que siempre habrá un mal mayor o será posible fabricarlo. Ahí está Milei para atestiguarlo.

¿Qué nos pasó también a nosotrxs? Si delegamos el ánimo y la expectativa delegando las decisiones, ahora no podemos delegar el fracaso. Ensayemos unos puntos que nos ayuden a pisar un mismo suelo y que cada quien aborde a quienes pueda y quiera con su estilo y sus propias estratagemas, que cada quien vuele lo que pueda y como pueda, pero al ras del suelo. 1: no nos toca ahora elegir a un gobierno que pueda mejorar la situación, sino que nos defendemos de un gobierno que destruya lo poco que nos contiene; 2: no es cierto que como “nadie puede resolver los problemas”, entonces mejor darle una oportunidad a quien aún no gobernó; sobre todo cuando la promesa de un Milei conduce a una década que se cumplió entera y dejó la desocupación más alta de nuestra historia y un cementerio industrial (entre otros detalles), mientras que Bullrich no tiene mejor idea que evocar el blindaje de la Alianza de la que fue parte y responsable; 3: no están en juego simplemente “ideas” con las que no estamos de acuerdo, sino la agresión frontal a nuestros pisos básicos de subsistencia y convivencia, es decir, el ataque a nuestra condición material física y anímica, por lo tanto, nos defenderemos, la confrontación será inevitable… trabajemos ahora para no tener que llegar a ese punto; 4: no es cierto que el gobierno actual es la muestra de lo que el mismo espacio político podría hacer de resultar elegido, ya que, el hecho de ganar las elecciones le daría legitimidad y aire con las que ahora no cuenta; 5: al mismo tiempo, el problema nuestro será qué se puede hacer con ese aire y esa legitimidad…  Ahora es tiempo de asumir este presente con generosidad, salir de este entuerto y no volver mejores, ¡por favor, no! En todo caso, volver cambiados, menos sabiondos, menos eufóricos, sin triunfalismos, con más preguntas, con mejor disposición a la complejidad, con una empatía radical respecto de la mitad de nuestras hermanas y hermanos que no soportan más el roce permanente con la pobreza. Habrá, además, que pensar muy bien qué significa ese casi 50% de los votos (teniendo en cuenta el alto porcentaje de abstención) sumados entre Milei y Bullrich. Considerar esas fuerzas que existen y actúan con efectos muy nocivos para cualquier imagen de lo común. Cuando logremos que ese escudo delgado y provisorio que encarna Massa dé la pelea en un ballotage y, finalmente, logre ganar la elección, nos encontraremos en un escenario bien distinto a aquel diciembre de 2019, ya sin fiesta, pero con algo de alivio, y de cara a una discusión profunda, a la conformación de un debate público amplio y, esperemos, el fortalecimiento de nuestras redes de solidaridad, compañerismo y amistad. Porque somos la trama, estamos hechos de los otros, ahí se juega el sentido de eso que llamamos “nuestra vida”. Y esta vez, no tendremos margen para la mezquindad de siempre. Esperemos contar, sí, con resto para hilvanar unos posibles en este mundo destejido.

Ariel Pennisi es ensayista, docente, investigador; Rubén Mira es escritor, diseñador gráfico, humorista. Juntos dirigen Red Editorial.


[1] http://rededitorial.com.ar/ma/puro-efecto/

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