El chiste sucede casi a diario. Antes de que llegue a su despacho, Santi, su jefe de prensa, le cambia el fondo de pantalla de la computadora. En general, son fotos de referentes políticos, futbolistas o cantantes que de alguna manera la descolocan. Hace algunas semanas pegó un grito cuando prendió la máquina y apareció Juan Grabois con el Papa Francisco. Apenas llega, a eso de las 11 y media de la mañana, no prende su computadora y entonces falta para la sorpresa del día. El despacho queda en el cuarto piso, es el 419 y en la puerta hay una placa dorada: Diputada Ofelia Fernández. No lo dice, pero se trata de la legisladora más joven de la historia argentina y de Latinoamérica.

Mientras tanto, en la oficina todo se va acomodando. Empiezan a circular los primeros mates que prepara su jefe de despacho, Martín Ogando, que está desde temprano. Tiene 44 años y milita desde hace más de una década en la universidad y en sectores de base. Es miembro de la dirección política del Frente Patria Grande, y desde que Ofelia ingresó en el terreno de la política con mayúscula, su ladero. Martín y tres compañeros más le suben el promedio al despacho. El resto, es de 30 para abajo, bastante abajo. En total son 18 y la gran mayoría pertenece al espacio de militancia de Ofelia. El día va a ser intenso. El trabajo en Perú al 100 para la legisladora va a ser, como se dice la jerga juvenil, ATR: A Todo Ritmo.

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(Foto: Bárbara Leiva)


Ofelia llega con un «lookazo», como le dice Santi apenas entra al despacho. Pantalones cuadriculados, remera blanca, medias rayadas y unas zapatillas negras. El pelo está recientemente teñido de castaño –los últimos meses del año fueron de un rubio estilo Evita Perón– y ya como vincha y marca registrada unos anteojos negros truchos –que se compró a $ 200 en la puerta de la Legislatura–. Las uñas esculpidas de 4 centímetros están recién hechas: un verde casi fluorescente creado a medida para el «pañuelazo» por el aborto del día anterior, del que participó activamente, como siempre. Pero así como se ocupa y preocupa por su look (esto tiene una explicación que después dirá), su oficina –que es muy luminosa– no parece tener la misma impronta. Está casi pelada salvo por un pequeño cuadro, mínimo, con la frase: «Acá arriba mandan los de abajo / Acá adentro mandan los de afuera». «Ofe», como todos la llaman, abre la ventana y se prende un pucho, mientras que Camila y Denise preparan todo para la primera reunión. Ellas conforman el equipo que se encarga del eje «vivienda», uno de los cinco temas –que seguramente se reflejarán en las comisiones que integre– en los que está focalizando el trabajo en los pocos meses que lleva en su flamante cargo. Los otros son: educación, juventud, feminismo y economía popular. Las chicas le prepararon una especie de Power Point. Ofelia se sienta en el sillón y durante la media hora que dure la exposición, mirará la pantalla. También tomará algunas notas. Las chicas se prepararon muchísimo aunque todo es descontracturado. Tener una jefa como Ofelia es, a priori, algo fuera de lo común. Hablan del déficit habitacional en la ciudad, le muestran mapas que indican dónde aumenta el precio del suelo, las diferencias que hay entre norte y sur, y que hay que implementar una perspectiva feminista para pensar en una ciudad del futuro. Ofe escucha, aprende, pregunta. Y cuando todos están concentradísimos con los últimos datos, la pantalla de la computadora se tilda y aparece como fondo de pantalla una foto de Máximo Kirchner, de hace casi diez años. «¡Basta Santiago con este chiste!», grita Ofelia entre risas, como el resto. Santi entra contento por su broma y dice que ya deberían ir terminando, que la agenda es apretada y que en cinco minutos llegan los periodistas de Télam a hacerle una entrevista. Santi conoce Ofelia desde el secundario Carlos Pellegrini. Se llevan dos años pero militaron juntos en la escuela y después se hicieron muy amigos. Los periodistas entran a la oficina mientras Ofelia se prende el segundo pucho en lo que va del día. Lo hace cerca de la ventana, entonces la entrevista sucede ahí, en medio del despacho. Se nota que los periodistas tienen una vasta trayectoria: prepararon la nota, estudiaron a la joven entrevistada. Sin embargo, será curioso verles las caras de asombro cuando ella les responda. Ofelia tiene una manera de hablar como voraz, comiéndose al mundo, en donde la contundencia, la soltura, la solidez y los argumentos hacen un combo explosivo: así ya nadie tiene dudas de por qué está donde está.

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(Foto: Bárbara Leiva)


Afuera de la oficina está esperando Desi: ella es la dueña de la marca WTTJ que se define como «ropa unisex y antipatriarcal» y es, desde hace poco, una suerte de asesora de imagen de Ofelia. Vino con una valijita llena de ropa. Le tiene que probar y pensar unos looks para el 1 de marzo, cuando sea la apertura de sesiones, y para el 8 de Marzo, día del paro internacional de mujeres, lesbianas, travestis y trans. Ofelia se prueba pantalones, camisas, camperas. «Me siento una estrella de rock», dice, mientras la diseñadora le saca fotos. «Sos una estrella de rock», le dice. Para Ofelia, como todo lo que hace, la ropa tiene una impronta política. En el caso de esta marca, es que está inspirada en ropa de trabajo, holgada, suelta, ancha. Con esta ropa no se marca la figura del cuerpo.

Antes de seguir el día Ofe tiene que ir al banco. Perdió su tarjeta de débito y tiene que buscar otra. La que la acompaña a hacer este periplo burocrático es «Wawa», una de las secretarias del despacho que tiene 22 años y conoció a Ofe en la «Bresh»: una fiesta que se hizo popular entre los jóvenes porteños a la que asistían, entre otros, los cantantes Wos, Louta y Angelita Torres. Con todos ellos armó un grupo de amigos y la «Wawa» es parte de eso. Ella vive en Chacarita y atendía un kiosco con su mamá. Pero por la crisis tuvo que cerrar y se quedó sin nada. «Ofelia literalmente me salvó cuando me ofreció este laburo», dice mientras espera a su jefa/amiga. Wawa mide el doble que Ofelia, tiene calle y oficia como su mano derecha, de esas que resuelven todo: desde saberse el DNI para hacerle cualquier trámite burocrático, hasta cuidar que su amiga coma bien, llegue bien, esté bien. Esas lealtades imprescindibles en el mundo hostil de la política. Ofe tiene que apurarse. Ya está muy justa con la hora y tiene que ir al despacho de Claudio Ferreño, el jefe del bloque, porque tienen una reunión con el defensor del Pueblo, Alejandro Amor. El celular de la legisladora empieza a sonar. «¿Dónde estás?», le dice Santi, preocupado por su tardanza. «Ya voy, ya voy», responde Ofelia con la ensalada a cuestas recién comprada que aún no pudo probar. Entra al despacho del jefe de bloque y se ubica en el único lugar de la ronda que está libre: es una silla tipo trono al lado de Ferreño. La reunión dura una hora y es una charla informal en donde se cuenta el estado de situación de varios ejes de la ciudad. Ofelia no mete bocado pero escucha atenta. Ser legisladora es también esto. Con las que se siente más cómoda y formó un trío en estos meses es con otras dos legisladoras muy jóvenes, de veintipico: Maru Bielli y Lu Cámpora. Con ellas actúa en tándem y ya piensan en varios proyectos en conjunto.

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(Foto: Bárbara Leiva)


Después de la reunión al fin puede estar un ratito en el despacho para comer la ensalada. Junto con ella entran Santi y Lu, otra de sus colaboradoras veinteañeras, que le da algunos tips para las reuniones que siguen. Pero es en ese momento, en esos preciados 20 minutos, cuando el despacho se transforma en un recreo de aula: se habla de amores y desamores, de estrategias para gustarle a tal o a cual. Porque lo personal también es político y porque acá nadie está impostando nada. Además de trabajar juntos son amigos, les importa el otro. Ofelia y sus asesores no necesitan ponerse un trajecito ni subirse a zapatos de taco alto. No están jugando a ser adultos en un mundo de adultos. Son pibes y pibas que genuinamente hacen política con sus códigos, de una manera diferente, representando a miles que en estos últimos años resistieron en las calles, como emergentes de la marea verde y de la revolución de las hijas.

Antes de seguir, Ofelia pide unos minutos. Tiene que postear en sus redes sociales la reunión que tuvo recién con el resto de los legisladores. Las redes son algo que maneja pura y exclusivamente ella. Nadie tiene las claves ni está habilitado a postear. «Quiero que se note que soy yo la que lo estoy haciendo, es lo único que no delego», dice. El día sigue con una reunión con delegadas judiciales de la ciudad; otra por el tema de la emergencia habitacional y finalmente con una recorrida en la Villa 31. ¿Después? Eso ya no está en la agenda. «