Pesada herencia (implosiones y elecciones)

Por: Gonzalo Sarrais Alier / Ignacio Gago / Leandro Barttolotta

La sociedad argentina no soporta los ajustes y se moviliza ante cada gran crisis económica. O los banca demasiado refugiándose y poniéndole al mal tiempo cara de orto. O la mastica y los "digiere" vía implosiones y engorramiento feroz.

La sociedad argentina no soporta los ajustes y se moviliza ante cada gran crisis económica. O los banca demasiado refugiándose y poniéndole al mal tiempo cara de orto. O la mastica y los «digiere» vía implosiones y engorramiento feroz (lectura y resolución de cualquier conflicto y desborde en clave de seguridad-inseguridad, NdR). Implosión es crisis que estalla para el lado de acá: replegada y ajustada en un interiorismo cada vez más recargado y asfixiante; crisis para adentro del barrio, para adentro del hogar, para adentro del cuerpo y la psiquis; crisis puertas y subjetividades adentro: gobernar las implosiones sociales es entonces gestionar la crisis privatizándola.

En estos meses vemos, una vez más, que el sufrimiento social y «popular» que provoca el aumento de precios y tarifas es inversamente proporcional a la atención que históricamente se le dio a la inflación en el progresismo «dolarizado» y en la militancia ilustrada. Los mismos que se la pasaron haciendo psicología berreta sobre los y las pobres y su relación con el consumo, más preocupados por el goce excesivo y sus efectos que por la falta de dinero y la capacidad de financiar un día cualquiera en la sociedad ajustada (muchos fruncen el ceño si ven a los pibes con altas «yantas» y ropa deportiva, pero no si tienen la SUBE vacía y quedan atascados en el barrio –y en la posibilidad existencial–de origen).

La inflación mutila hábitos vitales y el ajuste revienta, por implosión, formas de vida. Pero también la inflación se conecta con el terror anímico–al que intensifica y recarga–, que no suele distribuirse de manera igualitaria en una sociedad precaria y en plena crisis económica.

Ciertas vidas, cuando las toma ese terror, quedan expuestas al abismo de la precariedad; el terror anímico no es por eso pánico moral ni rechazo cultural o ideológico a un «gobierno de derecha»: es amenaza concreta de que las frágiles redes sociales, familiares, barriales y económicas de las que se depende pueden ceder y arrojarte al precipicio.

Tardes de ociosidad forzada y caldeada nos muestran el rejunte involuntario y no deseado en los barrios ajustados. Vecinos treintañeros o cuarentones «sin trabajo» (pero no «desocupados» ni mucho menos «desendeudados»: los cientos de pequeños y grandes quilombos que se acumulan cada día traccionan demasiada energía psíquica y física); vecinos más veteranos que tienen agrios anticuerpos subjetivos (por la fatal memoria del recurrente trauma económico argentino); doñas que bancan el hogar con poca plata y dan una mano en el comedor (hoy en día todo deviene comedor o ring de boxeo: una escuela, una sede de programa social, un centro comunitario… todo deviene un lugar para morfar y también un lugar para pelear); vecinas asustadas y refugiadas; «transas» que también son «prestamistas»; militantes que no se quemaron y siguen caminando por ahí; policías de todos los colores; vecinos «justicieros» y pibes terribles; alguna trabajadora social con abrumador cariño gorrudo para dar; pibas que se quedan en la casa con los hermanitos o están en las paradas de bondi yéndose del barrio para sostener alguna changuita (el barrio es siempre lugar de paso para la mayoría de ellas); la vagancia que estaba en el barrio desde siempre, pero que ahora está más inquieta y padece en silencio o bardea y se bajonea o está en banda y espera… (con poca guita para el escabio, las drogas, la gaseosa, la tarjeta del celular, para hacer unos viajes por ahí en el bondi o en el tren, para ponerse bonitos en la barbería o comprar unas ropas que se puedan estrenar en el «feisbuk»). Inflación más rejunte es depresión y también desesperación.

Aún en un contexto de congelamiento de la economía y brutal ajuste, el macrismo ha operado constantemente remplazando dinero en el bolsillo por gorrudismo en el corazón: la verdadera cláusula gatillo de estos años parece haber sido la licencia para ejercer el microverdugueo y aplicar jerarquías sobre los cuerpos que cargan con el odio social (las «mantenidas del plan», los pibes silvestres, vendedores ambulantes, laburantes precarios…). La inflación a la que no se le ganó con las ‘paritarias callejeras’ y las movilizaciones tuvo una compensación en un salario «anímico» que deja hacer –y descargar– a las fuerzas más oscuras que circulan por nuestra sociedad. Hace poco Marcos Peña dijo que «más que una batalla por el bolsillo es una batalla por el alma de la Argentina». Es cierto, no se trata de burdo economicismo (como algunos asesores insisten en proponer), en las elecciones se juega otra cosa: la posibilidad de que se consolide un alma gorruda y mula o –si es que se pueden juntar y proselitizar las fuerzas silvestres que insistieron aún en estos años de agobio– la posibilidad de que se consoliden las resistencias de laburantes que a pesar del terror financiero la siguen agitando, las movilizaciones de las pibas que copan y le ponen alegría vital a una sociedad anti-fiesta, la memoria afectiva y los «empoderamientos» de la década ganada… Si se puede conducir a la urna a todas las fuerzas fisiológicamente antimacristas (y rascando también el fondo de la olla histórica para agregar en el rejunte a los viejos agites e intolerancias de la sensibilidad plebeya) se podrá tener la expectativa de «amputarle» la Casa Rosada a la gorra coronada.

Pero ganen o pierdan las elecciones –o incluso si no llegan a disputarlas, o si es el mismo «círculo rojo» el que apure el desenlace– como militantes tenemos que continuar con un laburo de investigación y agite permanente: pensar y disputar la verdadera pesada herencia que quedará en la sociedad Argentina; la del feroz endeudamiento y engorramiento. «

*Integrantes del Colectivo Juguetes Perdidos. Publicaron La gorra coronada. Diario del macrismo.

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