En 1953, Fidel Castro fue detenido días después de encabezar en la ciudad de Santiago de Cuba el asalto al cuartel de Moncada. A los dos meses y medio se inició el juicio en su contra, donde, por ser abogado, ejerció su propia defensa. Sus palabras ante el jurado, rematadas por la frase “La historia me absolverá”, fueron reproducidas y publicadas por la prensa internacional, convirtiéndose en un alegato contra la dictadura de Fulgencio Batista. Tres años después fue liberado en virtud de una amnistía general. Se exilió en México. Y desde  ese país reinició la lucha revolucionaria. La cuestión es que su alegato se convirtió nada menos que en el manifiesto del Movimiento 26 de Julio.

A casi siete décadas de ello, Cristina Fernández de Kirchner, procesada en la antojadiza causa por el “dólar a futuro”, acaba de emular al Comandante por segunda vez.

Porque ya el 13 de abril de 2016, al acudir a los tribunales de Comodoro Py para ser indagada por ese expediente ante el ahora finado Claudio Bonadio –acompañada por una multitud que colmó las adyacencias de aquel auténtico Ministerio de la Presión–, supo transformar ese acto de dramaturgia jurídica en la primera manifestación opositora al régimen macrista.

En aquel momento, el juez de instrucción del fuero Penal y Económico, Daniel Antonio Petrone, observaba el desarrollo de aquellos acontecimientos por TV. Y su colega, Diego Barroetaveña, a cargo del Juzgado de Garantías Nº 1 del Departamento Judicial de San Isidro, también permanecía absorto en algún noticiero desde su escritorio.

Ambos estaban lejos de imaginar que, casi cinco años después, ya entronizados en la Sala I de la Cámara Federal de Casación Penal, esa mujer los hundiría, a raíz de aquella misma causa, en la situación más embarazosa de sus carreras judiciales. 

Lo cierto es que, el pasado 4 de marzo, ella los pulverizó por el manejo discrecional que habían demostrado a lo largo del proceso.

Había sido el ex ministro de Justicia, Germán Garavano, a mediados de 2018, el propiciador de sus llegadas a tan codiciado sitial.

Petrone y Barroetaveña deberían haber intuido que de aquel funcionario de piel aceitunada y en riña eterna con el peine no podía salir nada bueno.

Ya entonces, en medio del incendio económico y la obscenidad de su política judicial, Garavano comenzaba a considerar la renuncia anticipada. Sus colaboradores lo describían alicaído, agotado y, por momentos, al borde de un colapso nervioso. Los motivos: el destrato recibido desde la Casa Rosada a lo largo de toda su gestión, la tozudez presidencial, el autoritarismo de la cúpula del PRO hacia los funcionarios, el gran encono que le dispensaba Marcos Peña y los continuos ataques de Elisa Carrió, quien hasta lo trataba públicamente de “imbécil” sin que nadie saliera a defenderlo. En el esquema del lawfare él era apenas un capataz. ¡Pobre Germán!

Tal vez haya hablado con Petrone de tamañas vicisitudes. Porque ellos eran amigotes desde sus días de estudiantes en la UBA, desde donde egresaron en 1996. Jamás dejaron de frecuentarse. Mientras Garavano hacía carrera en el Ministerio Público y Petrone lo hacía en la magistratura.

Su caso más relevante fue el de la valija del venezolano Guido Antonini Wilson con casi 800 mil dólares. Corría 2007.

La vida transcurría para él con suma placidez, y matizaba su trabajo en el juzgado impartiendo clases de Derecho Penal en diversas universidades.

Acababa de cumplir 48 años al llegar a la Sala I de Casación.

Por su parte, Barroetaveña en San Isidro instruyó la causa por el crimen de María Marta García Belsunce donde se peleaba una y otra vez con el fiscal Molina Pico, puesto que su benevolencia hacia el acusado, Carlos Carrascosa, despertaba lógicas suspicacias. Incluso lo acusaron de incumplir un fallo de la Cámara de Apelaciones que había ordenado su detención. Después revocó su primera prisión preventiva con un texto que citaba a Hamlet. ¡Un genio!

Ya en abril de 2013, al integrar el Tribunal Oral en lo Criminal N° 21 de la Capital Federal, participó en el juicio por el crimen de Mariano Ferreyra, en el cual el ferroviario José Pedraza fue condenado a 15 años de prisión.

Al llegar a Comodoro Py cinco años después, tanto Barroetaveña como Petrone sabían al dedillo lo que pretendían de ellos sus mandantes del Poder Ejecutivo. Y obedecieron a pies juntillas, aunque con un recaudo: mantener un riguroso bajo perfil para así preservarse del efecto de sus  trapisondas.

No pudo ser. El 4 de marzo, CFK pulverizó tal instancia. “Sería bueno que apareciera la cara de Barroetaveña y Petrone porque siempre están en el anonimato los que deciden”, les soltó de entrada.

De hecho el “¡Usted, doctor Petrone!” tiene enormes chances de mutar en latiguillo popular.

Ahora, ellos tienen en sus manos el sobreseimiento de la vicepresidenta o la elevación de la causa a juicio oral. ¿La historia a ellos los absolverá? «