El fiscal Carlos Stornelli tenía la esperanza de que la Cámara Federal de Mar del Plata aligerara sus desdichas penales. Pero le confirmó el procesamiento en dos hechos (urdir un plan para espiar, además de plantarle droga, al piloto Jorge Castañón, ex esposo de su pareja y ordenar la filmación a hurtadillas del abogado José Manuel Ubeira, quien defendía a un acusado en la causa de los Cuadernos). Por otro lado, le indicaron al juez federal Alejo Ramos Padilla que profundice su investigación en otras seis causas contra él.

Cabe destacar que el fiscal ante dicho cuerpo, Juan Manuel Pettigiani, actuó en realidad como defensor de su colega –en sintonía con el titular de la Procuración, Eduardo Casal–, al recomendar el traslado de dichos expedientes a un juzgado amigable de Comodoro Py, y desmerecer todas las acusaciones con criterios antojadizos; por ejemplo, en el tema del piloto, consideró que “no constituye una operación de inteligencia ilegal contratar a un detective privado para verificar una infidelidad”. Se refería a que el espía polimorfo Marcelo, al haber mantenido un lazo inorgánico con la AFI, era en realidad un ciudadano común sin vinculaciones operativas con el Estado.

No es la primera vez que apela a tales argumentaciones. En tal sentido se podría decir de él que es un “garantista” del mal.

Tanto es así que, ya en 2008, pidió la absolución para los miembros de la falange fascista Concentración Universitaria (CNU) por los asesinatos que cometieron, junto con la Triple A, en la época previa al golpe cívico-militar de 1976. Pettigiani los consideró delitos comunes y, por lo tanto, prescriptos. Los jueces no tomaron en cuenta el planteo y condenaron a los acusados.

Su veta tolerante se volvió a evidenciar en junio de 2017, cuando avaló un juicio abreviado para una banda de neonazis, que produjo ataques brutales a homosexuales en las calles marplatenses. Por presión de las víctimas, el juicio se desarrolló, y Pettigiani supo lucirse al solicitar las penas más bajas con el argumento de no se habría probado la existencia de una “organización criminal”. Y ese le fue concedido.

Otro neonazi, Carlos Pampillón –cabecilla del Foro Nacional Patriótico (Fonapa)– también fue beneficiario de su bondad procesal en 2019, después de eludir con una probation –sugerida por Pettigiani– su enjuiciamiento por daños vandálicos al Monumento de la Memoria, situado en la Base Naval de esa ciudad, donde funcionó un “chupadero” durante la última dictadura.

Como se vio, en tales gestas absolutorias, sus dos recursos de cabecera fueron las probation y los juicios abreviados. Estos últimos, dicho sea de paso, son una constante en las causas por trata de personas en la cuales interviene.

Cabe destacar que entre caso y caso, el fiscal es célebre por sus extensas licencias, casi todas por problemas psiquiátricos.

Pero Pettigiani también es un animal político, y ya tiene en su haber dos fallidas candidaturas a intendente de La Plata. En 2011 lo propuso nada menos que el ex gobernador y ex presidente interino, Eduardo Duhalde. La segunda, en 2015, el dirigente macrista Emilio Monzó, quien presidió la Cámara Baja durante el régimen de la alianza Cambiemos. Este sujeto, que presume ser un cuadro del ala civilizada del PRO, dijo en su momento del fiscal: “Lo conozco hace 25 años. Tiene los valores que estamos buscando. Sé de su idoneidad y también la de su familia”. A su modo, no mentía.

El papá del fiscal es el doctor Eduardo Pettigiani, un antiguo militante de la organización ultraderechista Tacuara, quien fue designado juez federal de Mar del Plata por el general Videla en 1976, jurando, en consecuencia, por las Actas del Proceso. Y cumplió con creces: hasta 1983 se la pasó rechazando hábeas corpus de personas desaparecidas. Y ya bajo la restauración del estado de Derecho, se abocó al socorro de represores en apuros penales. Su caso más sonado en este rubro fue, a mediados de 1984, la excarcelación del célebre Raúl Guglielminetti. En 1991, Duhalde lo nombró secretario de Seguridad de su gestión provincial. Y con el legendario comisario Pedro Klodczyk formó una dupla inolvidable. Era la época dorada de la Maldita Policía, A partir de entonces, el viejo Pettigiani disfrutó los beneficios resultantes del festival de compras sin licitación para equipar a La Bonaerense, mientras las trapisondas y la violencia institucional de aquella fuerza se desarrollaban sin freno. Fue una paradoja que justamente un informe al respecto del Departamento de Estado norteamericano incidiera en su eyección del cargo. Desde 1996, esta alhaja del Poder Judicial integra la Suprema Corte de Buenos Aires.

El hijo comenzó la carrera judicial en 1998, y unos años más tarde se produjo su llegada a la fiscalía de Cámara. Para ello contó con un mentor de lujo: el fiscal general de Mar del Plata, Fabián Fernández Garello, un gran amigo del viejo Pettigiani.

La rutilante trayectoria de este hombre se vio opacada al saltar a la luz su pasado como integrante de los Grupos de Tareas de La Bonaerense durante la época de Ramón Camps. Por tal razón, La jueza Alicia Vence había elevado a juicio una causa por secuestros que lo tenían a él como principal procesado. Pero la Cámara de Casación nacional le sacó –por el momento– las papas del fuego, con los votos de Carlos Mahiques y Guillermo Yacobucci, y la disidencia de Alejandro Slokar. Y aún sigue en funciones.

Esta constelación de personajes y circunstancias explican la razón por la que Pettigiani, el frustrado salvador de Sornelli, está a la derecha de Atila.  «