Nota de opinión de Shila Vilker, directora de la consultora Trespuntozero y experta en opinión pública.

 “Fue un experimento groseramente inmoral.” confiesa Christopher Wylie, uno de los cerebros detrás de Cambridge Analytica en entrevista con The Guardian. “Jugamos con la psicología de todo un país.”

Hoy el “affaire Facebook” nos golpea como un tsunami. ¿Por qué? Porque en nuestros raros y desenfrenados tiempos, nos demuestra algo que no queremos asumir: en gran parte, nuestra realidad se ha vuelto un asunto de pura percepción. Ya no se trata de lo que es, sino de lo que sentimos. El caso de Facebook nos demuestra que, si es posible manipular lo que un grupo de personas percibe, a nadie ya le importará lo que en realidad es. No nos importa porque estamos concentrados en las consecuencias de lo que esas personas hagan a partir de su percepción, ya sea dar el triunfo a Donald Trump, un referéndum a favor del Brexit o comprar online un brillante par de zapatos.

Podríamos decir que hay un pecado de ignorancia. No lo saben, por eso lo hacen. Y pensar, por ejemplo, que “si ellos supieran de qué están hechos determinados alimentos no los comerían”. Sin embargo, como el célebre chef inglés Jamie Oliver comprobó azorado ante un grupo de pequeños fanáticos de la comida rápida, nos equivocaríamos; ellos lo saben y aún así lo hacen. Solo es un asunto de percepción y la percepción es un tren cuyos carriles principales son emocionales, harto diferentes de los que rigen la realidad o la ciencia.

Nuestro discurso de época nos enseña que bajo esta misma luz debemos ver la felicidad: como una sensación de plenitud que no es fortuita sino consecuencia de nuestro esfuerzo individual. Crecimos pensando que la felicidad es lo que nos espera al final, que se logra ayudando a los demás, trabajando de lo que nos apasiona o encontrando el amor. Hoy venimos a enterarnos que es simplemente una forma de vivir. De vivir “sintiendo”.

La pregunta es: ¿cómo se logra? De acuerdo con la última encuesta que realizamos con el equipo de Trespuntozero y Taquión, el dinero no parece ser la respuesta. El 60,4% de los argentinos declara ser Feliz o Bastante Feliz pero el 54,7% de ellos se encuentra insatisfecho respecto de sus ingresos. Además, el 50.3% de los argentinos se declara insatisfecho con su actividad u ocupación. Ya podemos descartar también el trabajo.

Al revés sí parece funcionar. De los que sufren una situación económica negativa, el 82,4% es desdichado, mientras que sólo el 49,6% de aquellos con economía en alza se declara feliz. Esto nos enseña que el vil metal puede no contribuir a nuestra felicidad, pero su falta es una llave maestra para la amargura. Una forma más aburrida de decir lo que la sabiduría popular ya dijo hace mucho: el dinero no es todo, ¡pero cómo ayuda!

Si analizamos los factores que sí marcan una diferencia, vemos que aquellos que completaron un Nivel Educativo Universitario son más felices así cómo los que viven en el Interior y que la mayor incidencia la aportan quienes tienen una imagen positiva del Gobierno Nacional: el 72,2%. Podríamos pensar que tiene que ver con una expectativa de futuro y que son más felices los que tienen una mejor preparación para el trabajo o perspectivas de un país mejor, pero sería difícil de defender.

En definitiva, las incidencias para la felicidad más claras y sólidas, porque cruzan todos los niveles socioeconómicos, franjas etarias y ubicaciones geográficas, tienen que ver con la calidad de vida. Son una interacción social frecuente con los seres queridos, la práctica de algún deporte, compras regulares de productos como ropa o calzado (no así electrodomésticos, por ejemplo) y el consumo de alimentos deseados. También detectamos una leve incidencia en aquellos que se sienten más seguros en la zona donde viven.

Afuera quedan motivos que uno podría considerar más intuitivos, como el bajo nivel de endeudamiento personal, la importancia de la religión o la cercanía de espacios verdes. La ausencia de salidas, ya sea a cenar, a un bar, al cine o al teatro, incide pero negativamente; es garantía de desdicha.

En conclusión, vemos que son cosas simples las que proveen nuestra felicidad, emociones cotidianas que hacen a nuestra percepción de la vida y no a lo real-material que la constituye. Pero algo que sólo nosotros tenemos el poder de invocar.

El 69,9% de los argentinos dice que el aspecto más importante en su vida son su familia y amigos, justo esas personas con las que se relacionan a través de Facebook. Un momento: ¿de eso se aprovechó Cambridge Analytica?

“Steve Bannon quería armas culturales y se las construimos.” dice Christopher Wylie. Ese es un tipo de armas que no figura en los registros.