La campaña para unas primarias en las que se discute muy poco hacia el interior de las fuerzas en pugna y no poco hacia afuera, continúa por los cauces en los cuales se inició: el oficialismo insiste en denunciar al kirchnerismo como si fuera una asociación ilícita y la oposición advierte sobre los calamitosos resultados de 19 meses de liberalismo salvaje. Con la justicia preñada de parcialidad, el macrismo habla de moral, mientras Cristina solo exhibe a los perdedores del feroz ajuste. 

Las radios repiquetean centenares de nombres y números de listas que pocos pueden identificar. En medio del vocinglerío, se alza la voz sonora del Nene Sanfilipo que promete detener la corrupción y la inflación con «garrote, garrote y garrote». 

En el combate de fondo, Cambiemos redobla gastadas promesas sobre un futuro luminoso, mientras la candidata con mayor intención de voto, Cristina Fernández, mantiene un estruendoso silencio que sólo quiebra para exhibir  las heridas de la política económica en carne y hueso. Los despedidos, los pequeños y medianos empresarios ahogados por las importaciones y las tarifas de servicios públicos, hablan por la candidata a senadora de Unidad Ciudadana. Ella no tiene necesidad de  apelar a discursos grandilocuentes o ideológicos, sino a hacer audibles los ayes de los perdedores, que con sus reclamos reconocen tácitamente que hubo un tiempo mejor.  

En las principales rutas de la provincia de Buenos Aires aparecen gigantografías con los rostros de Estaban Bullrich, Sergio Massa y Florencio Randazzo, pero no de Cristina Fernández. Todos la conocen bien: los que la aman porque les dio mejores condiciones de vida a los de abajo y los que la odian por la misma razón. Como los candidatos oficialistas no tienen tanto rodaje, aparecen muy seguido acompañados de María Eugenia Vidal, la estrella más fulgurante de Cambiemos, que se puso la campaña al hombro. 

Los candidatos massistas pretenden castigar a las dos mayores fuerzas en pugna, a una por la corrupción y a otra por los «desaciertos» de la política económica. Pero los intensos dolores del ajuste desequilibraron las críticas de 1País,que apuntan ahora más hacia el gobierno. Tras la derrota kirchnerista de 2016, Massa sacó leña del árbol caído, se subió al carro triunfal de Macri, le tiró varios centros al gobierno, lo apoyó en el arreglo con los fondos buitres y acompañó al presidente a la reunión del establishment financiero mundial en Davos. Pero luego acentuó claramente las críticas hacia Cambiemos, que lo aventaja por pocos puntos en las encuestas de la provincia de Buenos Aires. Aunque no lo confiese, la máxima aspiración de Massa en el principal distrito electoral es ser segundo detrás de Cristina, desplazando a Bullrich. Algunos encuestadores sostienen que no está lejos de lograrlo, porque no creen que haya polarización sino en una disputa de tres tercios, por lo cual valorizan la «avenida del medio».

El peor negocio parece ser el de Randazzo, que apela a reivindicar logros de su gestión durante el gobierno de Cristina y pelea para no quedar afuera del Congreso, cuando podría haber tenido una banca segura con Unidad Ciudadana. 

El presidente de la Nación salió nuevamente a timbrear el voto en ciudades de la provincia de Buenos Aires, acompañado por el talismán electoral que representa Vidal. Macri busca como Cristina, como Massa y como la bendecida por las encuestas porteñas, Elisa Carrió, el contacto directo con el elector. No puede mostrar y mucho menos en medio de la disparada del dólar, por lo cual se inclina por frases vacías y esperanzadoras. Muchos le siguen creyendo y muchos no. 

El asesor electoral ecuatoriano Jaime Durán Barba, que solo cobra 80 mil pesos, pidió a los candidatos que no hablen de economía. Es lógico: vinieron a bajar la inflación y la elevaron; a reducir el déficit y lo aumentaron, a frenar el dólar y lo hicieron saltar  de 10 a 18 pesos; dijeron que lloverían inversiones y solo hay timba financiera… En fin,  Durán Barba tiene razón: para el macrismo, hablar de economía es mentar la soga en la casa del ahorcado. Cuando los candidatos oficialistas desoyen al gurú, meten la pata, como lo hizo Bullrich que mandó a los desocupados a fabricar cerveza artesanal.  «