–¿Qué es ser un preparacionista?

–Es estar listo para la próxima crisis. Hay muchas cosas que pueden hacer que nuestras vidas cambien en un segundo. 

–¿Cómo cuáles?

–Puede ser un caos político o social, puede ser bélico, espacial.

–¿Espacial?

–Por ejemplo, que caiga un asteroide, eso puede pasar, o que se activen todos los volcanes juntos, un tsunami, uno tiene que estar preparado para sobrevivir a cualquier cosa. El gobierno no te va ayudar. Y si tenés una familia, estar preparado es una obligación moral.

Julián no vive en Murchison, Texas, sino en algún lugar de Mendoza. Tiene 47 años, una esposa, un par de hijos y también un plan. «El arroz cuando está bien guardado te dura 30 años. Ahorrar siempre es bueno. Yo, por ejemplo, no fumo, pero tengo guardados varios paquetes de cigarrillos para usar de trueque el día de mañana si estalla todo. Para los que tienen el vicio va a ser la gloria, y yo a cambio puedo conseguir ropa, comida, cualquier cosa que necesite».

La ideología, así lo llama él, de Julián es la de un preparacionista, adaptación al español de «prepper», término que refiere a la persona que se prepara para el fin del mundo, tal como lo conocemos, consecuencia de una catástrofe natural o un descalabro social.

El origen de los preppers se remonta a la Guerra Fría, más precisamente al conflicto bélico conocido como «la crisis de los misiles». La versión corta dice que Estados Unidos descubrió en Cuba armamento soviético que, por su alcance, podía ser utilizado contra su pueblo. Eso despertó en ciertos estadounidenses una suerte de fiebre preparacionista (o apenas miedo): se construyeron refugios anti–bombas en los patios de las casas, se almacenó comida y agua en cantidades industriales y se aprendieron todo tipo de técnicas de supervivencia, como la elaboración de armas caseras o la identificación de flores comestibles.

A partir de los años ’80 el movimiento perdió su categoría de auge, aunque desde entonces hubo repuntes aislados gracias a los distintos pronósticos o profecías sobre el fin del mundo, como el fallido Y2K de 2000 o la advertencia maya de 2012. Algunos medios norteamericanos –nadie como ellos para tomarse en serio estas cosas– hablaron de una nueva generación de preppers que comenzó tras los atentados del 11-S en Nueva York y que continúa hasta hoy, alentados por la amenaza del terrorismo islámico y el cambio climático.

–¿Qué dice la gente cuando se entera de su ideología?

–Y… me mira de reojo. El problema es que en este ambiente hay muchos paranoicos que compran armas, pareciera que desearan que todo el sistema se viniera abajo. Yo sólo me preparo para eventualidades. Siempre digo lo mismo: en estas cosas hay que ocuparse, no preocuparse.

Julián comenzó a ocuparse desde el estallido social de 2001. «Todavía vivía en Mar del Plata –recuerda– y fui testigo de los saqueos a los supermercados. Vi a mis vecinos comportándose como buitres, a mujeres peleándose por un paquete de arroz».

Desde entonces, se propuso aprender técnicas de supervivencia para adaptarse al caótico mundo que se avecinaba. Cosechó y almacenó alimentos en botellas de plástico, llenó tanques de agua y acopió purificadores. Aprendió a deshidratar frutas, vegetales y carnes para extender su duración en buen estado. Instaló trampas caseras en su propiedad, estableció puntos de encuentro y ocultó provisiones bajo tierra fuera de la ciudad. Aprendió a comer de la naturaleza («el pino te da piñas secas para hacer té y papas fritas»), se especializó en defensa personal, tiro y manejo de armas blancas; y coronó con la edificación de un búnker en el fondo de su casa.

«Ya construí tres bunkers», se ufana. Y pasa a detallar: «Suelen hacerse en un sótano, se cava un pozo de cuatro o cinco metros y sobre lo que sería el techo del búnker tiene que haber, mínimo, dos metros de tierra. También tiene que tener un baño o pozo séptico. Debe ser visto como un submarino donde uno va a desaparecer hasta que todo vuelva a estar bien. De nada sirve hacer un búnker si dejás los caños de ventilación afuera, tiene que estar camuflado para que los demás no sepan que existe. Si no, se te van a meter y te van a dejar sin comida. Mientras hay luz todos somos civilizados, pero cuando se corta empezás a ver a la gente realmente como es».

En 2015, Julián creó su propio canal de YouTube (Julián 545) donde enseña a «prepararse en respuesta a los alarmantes acontecimientos mundiales que se van tornando más impredecibles, peligrosos y volátiles». Al cierre de esta nota, contaba con más de 84 mil suscriptores.

«Conozco a varios –continúa– que perdieron un poquito el norte, que están listos para el fin del mundo. Hay que ser realista, no paranoico. Hay que vivir la vida tranquilo, pero siempre preparado para cuando no haya más médicos ni policías. Mirá Venezuela, donde la gente no tiene comida ni papel higiénico. Yo allá podría sobrevivir tranquilamente».

Independencia

Aquello iba a ser el apocalipsis y Julio quiso vivir para contarlo: «Empecé a prepararme en 2012 por las profecías mayas del fin del mundo; junté alimentos y me armé un refugio espectacular a un costado de mi casa. Fue una excavación muy grande, y ahora todo el centro de la casa está ahí: tanques cisternas, un banco de baterías, el sistema de iluminación solar. Por eso cuando hay tormenta al único que no se le corta la luz en la zona es a mí».

Julio vive a 15 kilómetros de la ciudad de Córdoba. Atiende un comercio, mantiene a una familia, pero nada lo conmueve tanto como «no depender de terceros en ningún aspecto».

«Recabé toda la información que pude por mi cuenta –explica–, y de ese modo me preparé para subsistir en caso de un desastre. Sé cómo conseguir agua y potabilizarla, leí libros sobre plantas medicinales, cuando mi hija se hizo un corte profundo estuve al lado del médico para aprender a coser. No te digo que ahora tengo un equipo de cirugía en mi casa, pero sé lo que tengo que hacer en un caso crítico. Por ejemplo, si te duele una muela, te pasás un hisopo con nafta o tiner. Así se mata el nervio y no duele más».

En los últimos días la atención de Julio está dedicada a la elaboración de alimento fosilizado («la que comen los astronautas») y de sampa, una especie de harina hecha de legumbres que salvó a los tibetanos en épocas de crisis alimentarias.

–¿Cómo se imagina el final?

–Ahora, por ejemplo, está el hanta virus, que si llega a ser una pandemia, no hay cura. No creo en las vacunas que dicen que tienen, creo en las que son históricas, como la del sarampión, hasta ahí creo, el resto, no. Por algo en los monolitos de Georgia (en referencia a la escultura que lleva inscripciones en ocho idiomas levantada en aquella ciudad de Estados Unidos) se dice que hay que bajar la población a 500 millones. Por cómo está el mundo ahora, hay que estar preparado para cualquier cosa.

–¿Incluida una invasión zombi?

–No, eso no. Para mí, los zombis son un invento. «


Flanders, un prepper icónico

Desde Noé hasta Sarah Connor en Terminator 2, las historias de personas preparadas para hacerle frente al apocalipsis se han ido reproduciendo. El submundo prepper debe resulta tentador para cualquier guionista de cine. Una reciente película que logró explotar la temática es Avenida Cloverfield 10, cuya trama cuenta con las actuaciones de John Goodman, Mary Elizabeth Winstead y John Gallagher Jr. La historia arranca cuando Michelle se pelea con su novio, tiene un accidente y queda inconsciente. Howard la «rescata» y la secuestra en su búnker secreto a prueba de catástrofes que le llevó gran parte de su vida construir. Para justificarlo, Howard le cuenta que en el mundo exterior hay un ataque de origen desconocido. El búnker también está habitado por Emmet, un muchacho que avala la hipótesis del secuestrador. Sin poder apreciar la luz del sol y bajo un encierro perturbador, Michelle y Emmet dudan sobre las intenciones de Howard y, quizás, hasta prefieran someterse a la supuesta hostilidad que rige afuera.

Pero es en Los Simpsons donde el tema se volvió paradigmático para los preparacionistas. Fue tratado en más de una oportunidad. En el capítulo 6 de la 14ª temporada, las familias Flanders y Simpsons aguardan la llegada de un cometa que podría ser el comienzo del fin del mundo en un búnker que había sido meticulosamente preparado por Ned, en el fondo de su casa. Instantes antes del impacto, todos los habitantes de Springfield se agolparon en el lugar, el único espacio acondicionado para sobrevivir. El bueno de Ned los deja entrar a pesar de correr el riesgo de que se queden sin aire. Dada la cantidad de personas, la pesada puerta no cierra por lo que se propone que alguien debe irse. Homero propone que Ned sea el elegido, ya que un comercio para zurdos en un futuro próximo sería inútil.


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